Sangre sucia y una voz misteriosa

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Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas

Media hora después, Lockhart recogió los folios y los hojeó delante de la
clase.

-Vaya, vaya. Muy pocos recordáis que mi color favorito es el lila. Lo digo en Un año con el Yeti. Y algunos tenéis que volver a leer con mayor
detenimiento Paseos con los hombres lobo. En el capítulo doce afirmo con
claridad que mi regalo de cumpleaños ideal sería la armonía entre las comunidades mágica y no mágica. ¡Aunque tampoco le haría ascos a una botella mágnum de whisky envejecido de Ogden!

Volvió a guiñarles un ojo pícaramente. Ron miraba a Lockhart con una expresión de incredulidad en el rostro; Seamus Finnigan y Dean Thomas, que se sentaban delante, se convulsionaban en una risa silenciosa. Hermione, por el contrario, escuchaba a Lockhart con embelesada atención y dio un respingo cuando éste mencionó su nombre.

-... pero la señorita Hermione Granger sí conoce mi ambición secreta, que es librar al mundo del mal y comercializar mi propia gama de productos para el cuidado del cabello, ¡buena chica! De hecho -dio la vuelta al papel-, ¡está perfecto! ¿Dónde está la señorita Hermione Granger?

Hermione alzó una mano temblorosa.

-¡Excelente! -dijo Lockhart con una sonrisa-, ¡excelente! ¡Diez puntos
para Gryffindor! Y en cuanto a...

De debajo de la mesa sacó una jaula grande, cubierta por una funda, y la
puso encima de la mesa, para que todos la vieran.

-Ahora, ¡cuidado! Es mi misión dotaros de defensas contra las más
horrendas criaturas del mundo mágico. Puede que en esta misma aula os tengáis que encarar a las cosas que más teméis. Pero sabed que no os
ocurrirá nada malo mientras yo esté aquí. Todo lo que os pido es que con-
servéis la calma.

En contra de lo que se había propuesto, Harry asomó la cabeza por detrás del montón de libros para ver mejor la jaula. Lockhart puso una mano sobre la funda. Dean y Seamus habían dejado de reír. Neville se encogía en su asiento de la primera fila.

-Tengo que pediros que no gritéis -dijo Lockhart en voz baja-. Podrían
enfurecerse.

Cuando toda la clase estaba con el corazón en un puño, Lockhart levantó la funda.

- -dijo con entonación teatral-, duendecillos de Cornualles recién
cogidos.

Seamus Finnigan no pudo controlarse y soltó una carcajada que ni siquiera
Lockhart pudo interpretar como un grito de terror.

-¿Sí? -Lockhart sonrió a Seamus.
-Bueno, es que no son... muy peligrosos, ¿verdad? -se explicó Seamus con dificultad.
-¡No estés tan seguro! -dijo Lockhart, apuntando a Seamus con un dedo acusador-. ¡Pueden ser unos seres endemoniadamente engañosos!

Los duendecillos eran de color azul eléctrico y medían unos veinte
centímetros de altura, con rostros afilados y voces tan agudas y estridentes que era como oír a un montón de periquitos discutiendo. En el instante en que había levantado la funda, se habían puesto a parlotear y a moverse como locos, golpeando los barrotes para meter ruido y haciendo muecas a los que tenían más cerca.

-Está bien -dijo Lockhart en voz alta-. ¡Veamos qué hacéis con ellos!
-Y abrió la jaula.

Se armó un pandemónium. Los duendecillos salieron disparados como cohetes en todas direcciones. Dos cogieron a Neville por las orejas y lo alzaron en el aire. Algunos salieron volando y atravesaron las ventanas, llenando de cristales rotos a los de la fila de atrás. El resto se dedicó a destruir la clase más rápidamente que un rinoceronte en estampida. Cogían los tinteros y rociaban de tinta la clase, hacían trizas los libros y los folios, rasgaban los carteles de las
paredes, le daban vuelta a la papelera y cogían bolsas y libros y los arrojaban por las ventanas rotas. Al cabo de unos minutos, la mitad de la clase se había refugiado debajo de los pupitres y Neville se balanceaba colgando de la lámpara del techo.

Harry y Ginny: Una historia descabellada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora