La derrota y ... ¡el mapa del merodeador!

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Juro solemnemente que mis intenciones

Durante los días que siguieron, en el colegio no se habló de otra cosa que de Peter Pettigrew.

Las especulaciones acerca de cómo había logrado penetrar en el castillo fueron cada vez más fantásticas; Hannah Abbott, de Hufflepuff, se pasó la mayor parte de la clase de Herbología contando que Pettigrew podía transformarse en un arbusto florido.

Habían quitado de la pared el lienzo rasgado de la señora gorda y lo habían reemplazado con el retrato de sir Cadogan y su pequeño y robusto caballo gris. Esto no le hacía a nadie mucha gracia. Sir Cadogan se pasaba la mitad del tiempo retando a duelo a todo el mundo, y la otra mitad inventando contraseñas ridículamente complicadas que cambiaba al menos dos veces al día.

Está loco de remate —le dijo Seamus Finnigan a Percy, enfadado—. ¿No hay otro disponible?
—Ninguno de los demás retratos quería el trabajo —dijo Percy—. Estaban asustados por lo que le ha ocurrido a la señora gorda. Sir Cadogan fue el único lo bastante valiente para ofrecerse voluntario.

Lo que menos preocupaba a Ginny era sir Cadogan. Los vigilaban muy de cerca. Los profesores buscaban disculpas para acompañarlos por los corredores, y Percy Weasley (obrando, según sospechaba Ginny, por instigación de su mamá) le seguía los pasos por todas partes, como un perro guardián extremadamente pomposo.

Para colmo, la profesora McGonagall los llamó a su despacho y los recibió con una expresión tan sombría que tanto como Ginny y Harry pensaron que se había muerto alguien.

No hay razón para que se los ocultemos por más tiempo  —dijo muy seriamente—. Sé que esto les va a afectar; pero Peter Pettigrew...
—Ya sabemos que va detrás de los dos—dijo Ginny, un poco cansada—. Oímos a mis padres y a los tíos de Harry.

La profesora McGonagall se sorprendió mucho. Miró a Harry y a Ginny durante un instante y dijo:

Ya veo. Bien, en ese caso comprenderán por qué creo que no debes ir por las tardes a los entrenamientos de quidditch. Es muy arriesgado estar ahí fuera, en el
campo, sin más compañía que los miembros del equipo...
—¡El sábado tenemos nuestro primer partido —dijo Harry, indignado
—. ¡Tenemos que entrenar; profesora! - dijo Ginny en el mismo tono.

La profesora McGonagall meditó un instante. Ginny sabía que ella deseaba que ganara el equipo de Gryffindor. Ginny aguardó conteniendo el aliento.

Mm... —la profesora McGonagall se puso en pie y observó desde la ventana el campo de quidditch, muy poco visible entre la lluvia—. Bien, te aseguro que me gustaría que por fin ganáramos la copa... De todas formas; estaría más tranquila si un profesor estuviera presente. Pediré a la señora Hooch que supervise sus sesiones de
entrenamiento.

• • •

El tiempo empeoró conforme se acercaba el primer partido de quidditch. Impertérrito, el equipo de Gryffindor entrenaba cada vez más, bajo la mirada de la señora Hooch.

Luego, en la sesión final de
entrenamiento que precedió al partido del sábado, Oliver Wood comunicó a su equipo una noticia no muy buena:

¡No vamos a jugar contra Slytherin! —les dijo muy enfadado—. Flint acaba de venir a verme. Vamos a jugar contra Hufflepuff.
—¿Por qué? —preguntaron todos.
La excusa de Flint es que su buscador aún tiene el brazo lesionado —dijo Wood, rechinando con furia los dientes—. Pero está claro el verdadero motivo: no quieren jugar con este tiempo, porque piensan que tendrán menos posibilidades...

Harry y Ginny: Una historia descabellada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora