La bandada de Lechuzas

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Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas

Capítulo largo y urgente quedarse hasta el final.

¡Dementores! ¡Inútil, ladrón, holgazán!
—¿dementores? —repitió Mundungus horrorizado—. ¿dementores, aquí?
—¡Sí, aquí mismo, saco de cagarrutas de murciélago, aquí! —chilló la señora Figg—. ¡Los dementores han atacado a los muchachos durante tu guardia!
—¡Caramba! —dijo Mundungus atemorizado; observó al dúo y luego volvió a mirar a la señora Figg
—. Caramba, yo…
—¡Y tú por ahí, comprando calderos robados! ¿No te dije que no te marcharas? ¿No te avisé?
—Yo…, bueno…, yo… —Mundungus estaba muy abochornado—. Es que…, es que era una buenísima ocasión…

La señora Figg levantó el brazo del que colgaba la cesta de la compra y dio un porrazo con él en la cara y en el cuello de Mundungus; a juzgar por el ruido metálico que hizo la cesta, debía de estar llena de latas de comida para gatos.

—¡Ay! ¡Uy! ¡Vieja destornillada! ¡Alguien va a tener que contarle lo ocurrido a Dumbledore!
—¡Sí!… ¡Ya lo creo!… —gritó la señora Figg sin parar de golpear con la cesta a Mundungus—. ¡Y… será… mejor… que lo hagas… tú… y le cuentes… por qué… no estabas… aquí… para ayudar!
—¡Se te va a caer la redecilla! —dijo Mundungus, encogiéndose y protegiéndose la cabeza con los
brazos—. ¡Ya me voy! ¡Ya me voy!

Sonó otro fuerte estampido y Mundungus desapareció.

¡Ojalá Dumbledore lo mate! —exclamó la señora Figg furiosa—. Y ahora, ¡vamos! ¿A qué esperan?

Harry decidió no gastar el poco aliento que le quedaba indicando que apenas podía caminar bajo el
peso de Dudley, así que le dio un tirón a su primo, que seguía medio inconsciente, y echó a andar.

Te acompañaré hasta la puerta —dijo la señora Figg cuando llegaron a Privet Drive—. Por si hay alguno más por aquí… ¡Oh, cielos, qué catástrofe! Y han tenido que defenderse de ellos ustedes solos… Y Dumbledore nos advirtió que teníamos que evitar a toda costa que hicieran magia… Bueno, supongo que no sirve de nada llorar cuando la poción ya se ha derramado… Pero ahora el mal está hecho.
—Entonces… —comentó Harry entrecortadamente—, ¿Dumbledore… nos ha puesto… vigilancia?
—Por supuesto —respondió la señora Figg con impaciencia—. ¿Qué esperabas? ¿Que los dejara pasear
por ahí solo después de lo que pasó en junio? ¡Vamos,me habían dicho que eras inteligente! Bueno, entren y no salgan —le dijo cuando llegaron al número cuatro—. Supongo que alguien se pondrá en contacto pronto con ustedes.
—¿Qué va a hacer usted? —se apresuró a preguntar Harry.
Me voy derechita a casa —contestó la señora Figg; echó un vistazo a la oscura calle y se estremeció
—. Tendré que esperar a que me envíen más instrucciones. Ustedes quédense en casa. Buenas noches.
—¡Espere un momento! ¡No se marche todavía! Quiero saber…

Pero la señora Figg ya había echado a andar a buen paso, con las zapatillas de cuadros escoceses como
chancletas, mientras la cesta de la compra continuaba produciendo aquel curioso ruido metálico.

Espere —logro gritar Ginny con voz muy ronca y poco audible.

Tenía un millón de preguntas que hacerle a cualquiera que estuviera en contacto con Dumbledore; pero,
pasados unos segundos, la oscuridad se tragó a la señora Figg. Con el entrecejo fruncido, Harry se
colocó bien a Dudley sobre los hombros y se dirigió lenta y dolorosamente hacia el sendero del jardín del número cuatro.

Harry y Ginny: Una historia descabellada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora