Capítulo 4 - Parte 2

1.1K 142 9
                                    


Se les cortó la respiración al ver el precioso edificio del siglo XVII, con sus muros palaciegos y sus cuadriculadas ventanas. Kath arqueó las cejas y contempló la fachada como si no pudiera ser real. John silbó.

—Wow.

—¿En serio vives aquí? ―preguntó Luang.

Nina asintió.

—«Aunque no es tan impresionante cuando estás solo».

Se abstuvo de dar a conocer sus pensamientos y con su dedo índice abrió la verja de acero que daba al camino de entrada. Se movió sola y les dejó pasar.

—Como subordinados del Maestro tenemos acceso a casi todas las partes de la casa, incluidos los jardines. Sólo está prohibida el ala derecha. Kaufman es aficionado a la alquimia y ahí es donde realiza sus experimentos. No os asustéis si en algún momento oís una explosión.

En la puerta principal los recibió un hombrecillo de piel azul, un muñeco muy realista. Mediría medio metro y era muy delgado, pero su rasgo más característico era su nariz de ave rapaz.

—Chicos, Bo. Bo, chicos —presentó la joven—. Bo es el homúnculo del Maestro. Se encarga de cuidar la casa. Él y los brownies son los únicos que pueden acceder a la zona prohibida.

—¿Brownies? ¿Qué es eso?

Justo a tiempo para contestar a la pregunta de Katherine, se abrió una de las puertas del vestíbulo. Por ella aparecieron una escoba y un recogedor que flotaban en el aire mientras hacían su trabajo.

—Esos son brownies. Son duendecillos que se dedican a todas las tareas de la casa. Adoran cualquier cosa dulce, pero no toleran que les vean comiendo. —Nina cerró la puerta tras de sí y saludó a los utensilios con una inclinación de cabeza. Luego, continuó—: Suelen permanecer invisibles, excepto ante residentes en los que confíen. Son una gran ayuda.

Procedió a enseñarles la casona, con un mobiliario tan exquisito y elegante como la decoración de la fachada. La cocina, las despensas, el comedor, el salón, la biblioteca, la sala de estar y las múltiples habitaciones y servicios de las dos plantas. Por último quedó el sótano, al que se accedía por unas escaleras de caracol. Se encontraban al lado de las principales, que unían las dos alas y las dos plantas del edificio.

Tras el recorrido, les dejó que eligieran sus habitaciones, en el piso alto y el ala izquierda. Dejó que se acomodaran y se encaminó a la suya.

Nada más entrar se quitó las botas y enterró los pies en la suave alfombra que cubría el suelo. Andar por ella se sentía como pisar algodón. Muchas eran las veces que había agradecido su tacto, tras colapsar antes de llegar a la cama.

Unido al cuarto estaba el baño, con su respectiva bañera de cuatro patas rematada en oro.

Tenía más espacio del que necesitaba.

Un escritorio con las marcas de sus codos. Un armario, en el que los únicos toques de color ante la monotonía de su atuendo de cazadora eran una camiseta y un pantalón de chándal, grises como nubes de tormenta. Una estantería repleta de volúmenes sobre criaturas sobrenaturales, con las espinas desgastadas junto a unos pocos libros de texto. Y una cama con dosel a la que había arrancado toda tela y llenado de incisiones para recordarse a sí misma el paso de los días. Apenas ocupaban un tercio de la habitación. Sin embargo, no la había elegido por su tamaño.

Se quitó la chaqueta y el jersey y los examinó bajo la luz de la lámpara de araña. A pesar de estar agujereados por los colmillos de la hidra, los brownies podrían arreglarlos. Los lanzó a la cesta de la ropa sucia, al lado del armario, y cogió ropa nueva, idéntica a la que había llevado.

El Legado Salazar I - NinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora