Unas tres semanas después del incidente de la quimera, Nina perseguía a un pequeño monstruo, un gwalldow, un mono con el pelaje de oro que valía una fortuna.
Le acorraló en un callejón sin salida, pero él escaló la pared y desapareció por el tejado de un edificio a una celeridad endiablada.
Así se inició una persecución de azotea en azotea en medio del barullo de la urbe. Sin embargo, en cuanto le alcanzó le alcanzó de nuevo el animal se lanzó a la calle, en medio de un grupo de personas.
Todos se apartaron con un respingo. Giró sobre sí mismo como una bestia acorralada. Entonces, su mirada se cruzó con la de una niña y se habría abalanzado sobre ella de no ser porque Nina se interpuso.
Le apuntó con su espada y se midieron el uno al otro durante un instante. La cazadora vaciló. Las garras de los gwalldows eran tan afiladas como navajas. Con el público que les observaba boquiabierto, tenía demasiados rehenes a su disposición.
Suspiró y, muy a su pesar, dejó que escapara.
Decir que su maestro se enfadó es quedarse corto. La arrastró hasta un callejón para darle la paliza de turno fuera de miradas indiscretas. Una vez desahogado, se marchó y la dejó allí.
Nina se recostó en la pared al lado de un contenedor de basura, con las piernas estiradas y los brazos caídos igual que una muñeca de trapo. Ignoró el olor a descomposición que trató de escalar por su nariz.
No se movería. No quería volver. Cualquier cosa era mejor que la mansión. No había nada para ella allí más que soledad y sufrimiento.
Pero sobre todo, no le daría a Kaufman la satisfacción de verla arrepentirse.
Se masajeó los lagrimales para detener el escozor. No debía llorar. No lloraría. Había hecho lo correcto. Si lo dudaba, sería su final.
Suspiró y su aliento se condensó en finas gotas de lluvia. El frío invernal le acarició la piel y ella se arremangó el jersey, invitándole a continuar. Se abrazó las piernas y enterró la cara en sus rodillas. Cerró los ojos.
Pasaron las horas y oscureció. Sabía que el enfado de Kaufman se agravaría, pero...
Estaba cansada de luchar contra las olas de la realidad. Sola contra la tempestad, atrapada en aquel vicioso círculo de por vida.
Una punzada de angustia le atravesó el corazón. Jamás conseguiría la Maestría, no a menos que le diera al Consejo el arma perfecta que tanto ansiaba. Y acabaría cediendo. Cada vez lo sentía más cerca. Sólo era cuestión de tiempo que su espíritu se rompiera.
Levantó la cabeza y miró al cielo. Apenas apreció un par de estrellas. Aún con la cabeza alzada, cerró los ojos. Sus labios se convirtieron en una fina línea.
Necesitaría un milagro. Antes que convertirse en una herramienta sin voluntad, prefería morir.
Al mismo tiempo, tres policías paseaban por la calle principal, en dirección a su comisaría. Eran dos jóvenes ya conocidos y una chica de ascendencia afroamericana, Katherine.
Tras pasar por delante del callejón, a John se le erizó el vello de la nuca. Se detuvo en seco.
Se giró sin saber por qué y la callejuela capturó su atención como si hubiera aparecido de repente. Sus pies se movieron solos.
—Chicos, esperad un momento... —musitó medio en trance.
Luang y Katherine interrumpieron la amigable charla que habían tenido hasta el momento, al darse cuenta de que John se había quedado atrás. Se dieron la vuelta y le vieron entrar al callejón.
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El Legado Salazar I - Nina
FantasyOcho años atrás, Nina Salazar dio su libertad a cambio de ayudar a un desconocido, y así emprendió su camino como cazadora mitológica. No ha sido ni será fácil. Bajo la tutela del Maestro más severo de todo el Gremio su vida se convirtió en un inf...