Como toda institución mágica, el Gremio hacía uso de la manipulación del espacio para sus edificios. Así podían operar con tranquilidad, ocultos de las personas normales. Había al menos una entrada en cada capital y en muchas otras ciudades. Todas conectadas entre sí y con los distintos edificios del Gremio, localizados en un bolsillo de espacio, una dimensión en miniatura. El más importante de todos era la sede, donde se encontraba el Consejo.
Los cinco se teletransportaron al acceso más cercano y el hall dejó a los policías sin aliento. Era de techos tan altos como los de una catedral, llenos de filigranas basadas en la naturaleza y sujetos por robustas columnas de mármol, todas con antorchas similares a cestos de mimbre. Aún no había oscurecido y la luz entraba mediante claraboyas con forma de estrella, en el momento teñidas por el atardecer.
John, Katherine y Luang alzaron la mirada con la boca abierta y al bajarla lo observaron todo de nuevo, reflejado en el pulido río de ámbar que era el suelo. Reinaba un silencio sepulcral.
Nina, acostumbrada ya a la opulencia del Gremio, les dio algo de tiempo para que disfrutaran. Después, se aclaró la garganta para recuperar la atención de todos, incluido el hipalectrion, que contemplaba ensimismado su reflejo en el suelo.
—¿Chicos? ¿Continuamos?
—¿Eh? ¡Ah! Sí, sí.
Sus aprendices regresaron a la Tierra y el hipalectrion se acercó corriendo a ella. La siguieron hacia el interior del edificio, delimitado por un intrincado arco del mismo material que las columnas.
Entraron a una sala circular que conectaba con varios accesos iguales al que habían tomado; todos excepto uno, al fondo, cerrado mediante un impresionante portón de ébano. No tenía pomo o anilla alguna y era el único sin una placa numérica que lo identificara.
El patrón de decoración del hall se repetía. En el centro, había una mesa en anillo del color de la arena, el puesto de trabajo de un recepcionista.
Ya fuera porque no tenían la habilidad suficiente, porque no quisieran o porque tenían habilidades más útiles para otros trabajos, no todos los miembros del Gremio se dedicaban a la caza. Sin embargo, esa posibilidad sólo existía para aprendices dentro de la rama oficial o con un Maestro muy permisivo.
Se acercaron hasta la mesa. En aquel turno había una mujer. Tenía el rostro pálido y las mejillas huesudas, lo que hacía destacar su nariz respingona. Llevaba el pelo recogido en un apretado moño.
Estaba revisando con minuciosidad unos papeles y, cuando se dignó a levantar la vista, le dedicó al grupo una expresión de indiferencia. Les analizó de arriba a abajo con una mueca cargada de amargura, hasta que reparó en la cadena negra de Nina.
—Ah, la estudiante de Kaufman. Estás aquí por la competición, ¿no es así? —La aludida asintió y en la recepcionista el desagrado se convirtió en aborrecimiento. Levantó una ceja con hastío—. ¿Qué has traído?
—Un hipalectrion.
—Claro, cómo no. —Resopló y puso los ojos en blanco durante un instante. Nina apretó con fuerza el puño y se mordió la lengua para no replicarle. A su espalda, sus aprendices fruncieron el ceño, pero se mantuvieron callados—. Es correcto. Pasa por el arco 6. Mitcher ha organizado todo, busca su despacho en el sótano.
¿Mitcher? ¿Había vuelto de su viaje? Ya había pasado un año, ¿qué tal estaría? Tenía tantas ganas de hablar con él de nuevo que tuvo que controlarse para no echar a correr.
Asintió y se encaminó adonde le habían indicado. Sus compañeros la siguieron pisándole los talones.
Recorrieron un interminable pasillo y llegaron a un corredor circular que se conectaba con otros como él, o con enormes escaleras de caracol. La pauta estética del Gremio se repetía, aunque esta vez los dibujos y los relieves ocuparon también las paredes.
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El Legado Salazar I - Nina
FantasyOcho años atrás, Nina Salazar dio su libertad a cambio de ayudar a un desconocido, y así emprendió su camino como cazadora mitológica. No ha sido ni será fácil. Bajo la tutela del Maestro más severo de todo el Gremio su vida se convirtió en un inf...