Capítulo 11 - Parte 1

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A la mañana siguiente, el cambio en Nina fue patente. Cuando bajó a desayunar y les dio a los novatos los buenos días, una sonrisa enmarcaba su rostro.

El trío vaciló antes de corresponder su saludo. Por primera vez desde que la habían encontrado en aquel callejón, sus ojos chispeaban, y les reconfortó. Ahora sabían con certeza que su decisión había sido la correcta.

Mientras desayunaban, Luang se percató de que esta vez sus heridas estaban tardando más en sanar y aquel le pareció un buen momento para preguntar sobre ello.

—¿Oye Nina, cuándo crees que se te curarán el brazo y la pierna?

Ella dejó de comer mientras arrugaba el entrecejo en una mueca pensativa. Tragó y le miró a los ojos.

—Probablemente una semana. Sería mejor y más rápido si no tuviera que moverme, pero eso será imposible. —Se encogió de un hombro—. Es lo que hay. Sin la capacidad para adaptarme a situaciones adversas no habría llegado nunca hasta donde estoy.

Dio el asunto por zanjado y se bebió su zumo de naranja de un trago, para luego relamerse con satisfacción.

A pesar de ser diestra, se manejaba sin problemas con el brazo izquierdo. Sin poder evitarlo se preguntaron cuántas veces se habría encontrado en aquella situación, sin embargo, se abstuvieron de poner sus pensamientos en voz alta. No querían estropear su buen humor con malos recuerdos.

Entonces, John reparó en que la cadena negra estaba al descubierto. Se le cortó la respiración y estuvo a punto de atragantarse.

—¿Nina? —preguntó entre toses.

—¿Hmmm? —Ella alzó una ceja mientras se metía una cucharada de comida en la boca.

—Tu muñequera... No la llevas.

Y así, fue el turno de Kath y Luang para quedarse congelados. Atraídas como un imán, sus miradas se clavaron en la muñeca expuesta de Nina. Sus expresiones se convirtieron en un mosaico de incredulidad, desconcierto y asombro.

Ella les observó durante unos segundos, aún con una ceja alzada, y luego sacudió la cabeza mientras se reía entre dientes, lo que les dejó aún más anonadados.

—Caray. No pensé que os fuera a impactar tanto.

Su vista bajó hasta la marca. Giró algo la muñeca como si quisiera contemplarla mejor, desde una nueva perspectiva. Su rostro ganó seriedad, aunque no aparecieron la aprehensión o el odio demostrados durante la noche de las polillas. Suspiró.

Cuando habló lo hizo más para sí misma que para ellos.

—Quiero dejar de ocultarla. Me guste o no, es parte de mí, y eso no cambiará. Quiero aprender a convivir con esta parte de mí sin odiarla o avergonzarme de ella.

Ellos la apoyaron con asentimientos firmes.

—Es agradable verte sonreír, Nina —comentó Kath.

—Gracias...

Se aclaró la garganta con un carraspeo y clavó la mirada en su plato para terminar la conversación. Se apreciaba con dificultad debido a su tono de piel, pero se había sonrojado.

Continuaron con su desayuno con tranquilidad.

Cuando a las seis no apareció ninguna carta, Nina decidió que era el momento perfecto para una pequeña prueba.

Bajaron al sótano y la cazadora chasqueó los dedos. Cinco criaturillas, con la altura de niños de ocho años, aparecieron en el centro de la sala. Sus dientes y orejas eran puntiagudos y su piel del color del cobre. Iban vestidos con harapos y sujetaban armas muy toscas, "fabricadas" en madera y piedra.

El Legado Salazar I - NinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora