Aparecieron en una azotea de Brooklyn, cerca del East River. Al trío se le cortó la respiración. Contemplaron con la boca abierta el skyline del sur de Manhattan, cientos de rascacielos que se recortaban contra el celeste y se peleaban entre ellos por alcanzar las nubes. A su izquierda, la bahía, vigilada por la Estatua de la Libertad en su solemne pose. A su derecha, el puente de Brooklyn, el de Manhattan y el resto del distrito.
—Chicos, vamos.
La voz de Nina rompió el hechizo en el que se habían caído y se giraron hacia ella. Se había acercado al acceso del edificio. Abrió la puerta con el dedo índice y les invitó a entrar con un ademán de su mano.
Era un lujoso hotel en hora punta, así que nadie les prestó atención. Bajaron hasta la calle y echaron a andar con la adolescente a la cabeza.
—¿Nina, adónde vamos? ¿No se supone que tenemos que buscar a los diablillos?
Ella no se detuvo, sólo giró la cabeza con una sonrisa.
—Ya lo veréis.
A los pocos minutos terminaron frente a un sótano.
La chica bajó los escalones y, tras llamar a la puerta, esta se abrió sola. Los cuatro entraron a una sala que bullía de actividad.
Unas cuarenta personas atendían llamadas e iban de un extremo a otro con precarias montañas de papeles. De vez en cuando alguno salía a la calle a toda prisa, para ser sustituido por un compañero a los pocos segundos. Varias filas de escritorios individuales se distribuían de forma uniforme a ambos lados de un pasillo, que llevaba hasta una hilera de ventanillas al fondo. Aquello debía de ser una especie de oficina.
Sin preguntar a nadie, Nina se encaminó hacia una puerta doble a la derecha de «Atención al cliente».
Sus aprendices la siguieron llenos de preguntas, aunque decidieron esperar antes de manifestarlas. Todos los trabajadores llevaban un uniforme negro con una banda azul eléctrico en cada brazo. Aquello debía de ser alguna organización, ¿pero cuál? ¿Qué hacían allí?
La segunda sala tenía menos mesas, pero un estado de agitación mayor. Allí también había un acceso a la calle y fueron testigos de cómo un grupo de trabajadores salía a la carrera, sin tropezarse con los escalones por muy poco.
Un escritorio destacaba sobre los demás, por ser mucho más grande y estar colocado al fondo. El resto se repartía de forma jerárquica en torno a él.
La chica se acercó al jefe a grandes zancadas, aunque una vez delante de él, esperó.
Se dedicaba a firmar sin pausa una serie de documentos. Cuando terminaba con uno, la tinta resplandecía durante unos segundos y el folio desaparecía. Luego, uno nuevo volaba desde alguna de las numerosas columnas de alrededor y lo reemplazaba.
El hombre levantó la vista apenas un instante. Rondaría los cuarenta años. Tenía una complexión fuerte, como la de un atleta bien entrenado. Por su mirada cansada y sus hombros hundidos dedujeron que estaba harto de aquella tarea. Era evidente que no estaba acostumbrado al trabajo de oficina, pero la situación en la que se encontraban lo exigía.
—Tenemos grupos dispersos por toda la ciudad. Ya hay bastantes Oficiales en el centro y en el este, id a New Jersey, allí haréis más falta. Eliminad todos los que podáis hasta que arreglen la brecha, aunque tardarán.
Nina asintió y chasqueó los dedos. Al instante los cuatro aparecieron en un callejón que separaba dos edificios de varias plantas.
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El Legado Salazar I - Nina
FantasyOcho años atrás, Nina Salazar dio su libertad a cambio de ayudar a un desconocido, y así emprendió su camino como cazadora mitológica. No ha sido ni será fácil. Bajo la tutela del Maestro más severo de todo el Gremio su vida se convirtió en un inf...