Prólogo

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Gizeh, 19 noviembre de 1965

Después de numerosos intentos por conseguir los permisos necesarios por parte del Consejo Superior de Antigüedades, para explorar la Gran Pirámide, al fin la mañana del tres de noviembre, recibí en mi casa de Londres los papeles para emprender mi empresa. A solas, en el salón, ahogué un grito de felicidad.

No pude esperar al día siguiente, pues sabía que no era justo guardarme tan feliz noticia. Uno a uno y por teléfono, comuniqué la feliz nueva a todo mi equipo que con cierto recelo, esperaban ansiosos la resolución final. Me emocioné enormemente al comprobar que todos y cada uno de ellos, apoyaban esta misión. Eran conscientes que la ausencia de sus respectivas familias podría suponer un verdadero hándicap por la proximidad de las fechas navideñas. Sin embargo, estaban dispuestos a correr ese riesgo. Lo que agradecí con una promesa: si teníamos éxito, recibirían cinco mil libras. Así que, con el ánimo por las nubes, volamos el diez de noviembre a El Cairo portando el equipo necesario ya que, solo nos podíamos quedar cinco meses.

Toda mi vida he tenido mis convicciones morales muy claras. Aun sabiendo que mis decisiones, en determinadas ocasiones, me hayan perjudicado. Cuando presenté este proyecto al director del Museo Británico, conocía de antemano que me tomarían por loco. No obstante, yo estaba convencido al cien por cien que la suerte me sonreía. Aunque, a veces, la suerte, es una niña caprichosa que juega a su antojo con uno mismo.

He contado con el apoyo de amigos que comprendían y entendían cuál era el propósito de esta misión. No pretendo en ningún momento llenarme el pecho de medallas, tan solo esclarecer lo que millones de personas llevamos preguntándonos: ¿De verdad los antiguos egipcios construyeron las pirámides? ¿Pudieron tener contacto con extraterrestres? Sólo la verdad nos hará libres.

A consecuencia de esta afirmación, he sentido el rechazo de algunos de mis compañeros de profesión que no dudaron en apartarme de sus círculos sociales. Me decían que la arqueología es una ciencia de pruebas irrefutables y no un espectáculo de ciencias ocultas. Y yo les respondía: que a día de hoy, era imposible corroborar en todos los aspectos que esas personas con la tecnología tan rudimentaria fueran capaces de construir con piedras que pesaban varias toneladas, esas construcciones tan perfectas. Y que tengan por seguro que haré que se traguen sus sucias palabras.

Tras varios intentos fallidos de adentrarnos en la gran pirámide por las inclemencias del tiempo, y la difícil situación que atravesaba el país tanto política como de terrorismo yihadista, decidí esperar algunos días. Al fin, con el respaldo del Ministerio de Antigüedades Faraónicas que dispuso de varios efectivos de la policía, pudimos restablecer los trabajos. Aunque no soy muy católico, di las gracias a Dios.

El tiempo se agotaba; es decir, jugaba en nuestra contra. El ánimo de los hombres se venía abajo. Eran ya tres meses de intenso trabajo en el desierto, con temperaturas de hasta cuarenta y cinco grados. Apenas nos quedaban dos meses para excavar la cara norte de la pirámide, y emprender quizá uno de los viajes más apasionantes de toda mi carrera. Pero en ningún momento, decidieron abandonar. Apremié a mis trabajadores a trabajar duro, pues, nos jugábamos mucho con este propósito. Tras varias horas de cavar sobre roca dura, por fin, pudimos abrir un hueco lo suficientemente grande para adentrarnos.

El aire viciado hacía imposible respirar. El olor a lo que parecía azufre nos quemaba las vías respiratorias desde la entrada. Según Andreas Volin, amigo desde la infancia, ¨olía a momia¨. Dado que nadie tomaba la iniciativa, di ejemplo y me introduje el primero. Cuando no llevaba ni dos metros, oía cómo discutían dos de los guías e intérpretes que nos acompañaban, así que, decidí averiguar cuál era el motivo de la discusión.

La sangre del faraónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora