Desde muy temprano, los turistas se arremolinaban en torno a sus respectivos autocares para emprender rumbo a las distintas excursiones que habían contratado para ese día.
En los hoteles habían dado ciertas recomendaciones para que su visita a los monumentos fueran lo más amenas posibles: beber agua embotellada, seguir al pie de la letra las instrucciones de sus guías y no introducirse en las pirámides sin la supervisión de personal autorizado; y evitar las horas de máximo calor.
Por su parte, Mark Lachner decidió contratar una visita privada al templo de Luxor con un guía local. Ocultó su profesión a fin de levantar suspicacia, pues siempre un arqueólogo en Egipto no era muy bien visto. De esta manera estaría en disposiciones de recabar más información. Ya que a ser a título individual, el cicerone podría extenderse en su explicaciones.
Para tal fin, contactó con Mahmood Koshari, un joven de treinta y cinco años, que llevaba diez años ejerciendo su profesión en el país de los faraones. En poco tiempo, se había transformado en el referente de los turistas que muy agradecidos por sus servicios, no dudaban en elogiar sus enormes conocimientos referentes a leyendas; y su desenvoltura en hablar seis idiomas, hizo que ganara popularidad en las distintas páginas webs de viajes.
En el momento que Mark llegó al lugar concretado por su guía, el joven estaba consultando su reloj un tanto impaciente. En su cuello, portaba la certificación obligatoria para distinguirse de otros guías que sin tener la debida documentación en regla, desempeñaban su trabajo de forma fraudulenta. En los últimos años, se había disparado los casos de intrusismo laboral.
— ¿Es usted Mahmood?—preguntó un cansado Lachner.
—Efectivamente. Debo suponer que es usted el profesor de historia Mark Lachner. Por teléfono, noté su voz un tanto nerviosa. ¿Se encontraba bien?—se interesó por su cliente—. Solo por curiosidad, ¿cómo dio conmigo?
—Una mañana, salí a comprar una serie de equipo para realizar una excursión por mi cuenta para visitar el templo de Luxor. Quizás por el azar, o el destino, según quiera cada uno interpretar, oí a una turista inglesa hablar con otra alabando los servicios de un asesor turístico. Sin pensarlo dos veces, me inmiscuí en la charla. Me sorprendieron las buenas referencias que me dieron. Sin dudar un ápice, pedí el número de teléfono. Y de este modo, contacté con usted. ¿Hay algún problema?—Lachner notó algo raro en el gesto de Koshari.
—En absoluto—negó Koshari—. Solo que es raro que contacten de esta manera mis clientes. Pero bueno, siempre hay una primera vez para todo en esta vida.
El joven se quedó un tanto receloso del argumento del arqueólogo. Así que debía de ser cauto en su proceder. Debía de andar con pies de plomo. No vaya a ser que esta historia sea una espesa cortina de humo para enturbiar otros propósitos.
Sin más preámbulos ambos hombres pusieron rumbo a su destino.
La avenida de las esfinges es el nexo de unión del templo de Luxor con el de Karnak. Una serie de figuras con cuerpo de león y cabeza humana, da la bienvenida a los turistas que pasean asombrados durante los dos kilómetros que dura el trayecto.
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La sangre del faraón
AventuraMark Lachner es secuestrado por una antigua sociedad secreta. A pocos días de una exposición, Asia Amble, Conservadora del Departamento de Egiptología del Museo Británico, encuentra por casualidad un diario donde se detalla el hallazgo de una ciudad...