Capítulo 5

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Por la noche, Rashida intentaba conciliar el sueño. Se revolvía despacio en la cama para no despertar a Garish, que dormía profundamente. No paraba de darle vueltas a la cabeza que había mentido de forma deliberada. La sensación de culpa invadía su cuerpo puesto que su versión de los hechos no era totalmente cierta, pero si confesaba su descubrimiento delante de Tara dejaba a su novio en un ridículo extremo, y eso no lo podía permitir, pero tarde o temprano tenía que aliviar su conciencia.

Mentalmente, se decía que tenía que poner la mente en blanco porque si no al día siguiente le produciría un intenso dolor de cabeza.

Si años atrás hacía público su hallazgo en los medios de comunicación, su reputación podría sufrir un vuelco de proporciones mayúsculas, más porque la tratarían de loca y definitivamente, nadie confiaría nunca en ella.

Cansada de luchar contra el insomnio, decidió que la mejor opción era levantarse. En una pequeña butaca donde solía leer a la luz de la chimenea, se sentó para meditar si era el mejor momento de revelarle a su novio su secreto o por el contrario, esperar hasta una mejor ocasión. Desde que se conocieron se juraron que no habría ningún secreto entre ellos, y no quería faltar a su juramento.

En su cabeza los argumentos comenzaron a aparecer de forma desordenada, sin orden ni control. Trató de recomponerlos para darle el mejor sentido posible, así de este modo, construir el mejor discurso posible. Tardó varios minutos en repasarlo mentalmente pero al fin logró su objetivo. Debido al gran esfuerzo mental, sus ojos comenzaron a cerrarse.

Cuando Garish apareció por la sala de estar, para saber qué motivo había para que su novia abandonara la cama de forma tan precipitada, se sorprendió de verla sentada tratando de luchar con el sueño.

— ¿Qué sucede... te encuentras mal?—preguntó preocupado—. Me estás asustando cariño. Si es por lo de ayer, lamento mi comportamiento con la señorita Azlor.

—Hay algo que tengo que contarte y creo que no te va a gustar—respondió con gesto serio e indicándole que se sentara—. Llevo ocultando algo que hará que tiemble la teoría de los arqueólogos sobre el Antiguo Egipto. Todo comenzó hace tres años. En el instante que el cuerpo momificado quedó al descubierto, me sorprendí del excelente estado de conservación a pesar de sus  dos milenios. Y eso que el natrón empleado por los antiguos embalsamadores dañaba en su gran mayoría el material genético. Durante el examen observé que presentaba ciertas deformaciones en cráneo, su capacidad craneal era muy elevada y sus extremidades superiores, eran más largas. A priori, supuse que se trataba de una mujer ya que la pelvis era de mayor tamaño, debido al canal del parto...

—Ya dijiste que sufría de síndrome de Marfan—interrumpió a Rashida.

—Mentí. Los resultados no daban lugar al error, y empecé a desterrar por completo esta idea. Había determinadas contradicciones para afirmar que este cadáver tuviera los síntomas de la enfermedad.

La cara de Garish reflejaba asombro e incredulidad a la vez. No sabía qué hacer en ese momento. Se derrumbó en la butaca queriendo asimilar toda aquella información tan inesperada. Por si no tuviera bastante, ahora su novia apoyaba la versión extendida de muchos investigadores.

— Para asegurarme, hice una prueba más concluyente—continúo en su explicación—. La microscopía electrónica reveló que la telomerasa presentaba índices muy altos de gastamiento. Que solo sucede en dos casos: envejecimiento extremo y mutación genética. Por si esto no fuera poco, también presentaba signos de cicatriz nucleótida, un claro ejemplo de que la estructura del ADN había sido expuesta a fuertes mutágenos. No quise decir nada ayer por no dejarte en evidencia, porque sabía que no me ibas a creer—añadió al ver la reacción de su novio.

La sangre del faraónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora