Capítulo 24

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La cara de Amble, no pasó desapercibida para la pareja de jóvenes, qué se miraron mutuamente.

Sin embargo, Asia trató de recomponerse para restar importancia a la llamada que la había sacudido tan inesperadamente. Guardó su móvil en uno de los bolsillos de su pantalón color beige, que tanto le gustaba vestir para climas cálidos. Sin levantar la cabeza, sacó un pañuelo y se limpió el sudor de su frente. No obstante, sintió de manera instintiva cómo las miradas de sus amigos se clavaban en ella, al igual que cuchillas.

Tras unos segundos, sus manos empezaron a temblar.

Rashida se levantó y las sostuvo para aportar tranquilidad dejándole claro que contaba con todo su apoyo. Esperó la joven un tiempo prudencial para que Asia pudiera relajarse. Cinco minutos después, la joven conservadora, consiguió balbucear algunas palabras:

—He sido amenazada de muerte, si no dejamos de buscar a Mark.

— ¡¿De qué hablas?!—preguntó bruscamente Garish.

Rashida sacudió la cabeza en señal de reprobamiento ante la brusquedad de su novio.

— ¡Me gusta mucho tu delicadeza, Garish!—espetó Larek.

Mientras tanto, Asia encadenaba de forma más rápida las palabras una vez que se encontraba más sosegada.

—No he logrado identificar su voz, posiblemente, estaba distorsionada. Aún tengo los pelos de punta.

Asia se frotó los brazos para calentarse. Rashida hizo un gesto contundente con su cabeza que en esta ocasión, Garish captó ipso facto. Se levantó y se quitó la chaqueta, posándola en los hombros de la joven.

"El mensaje de la organización había sido meridianamente claro. En el menor tiempo posible debía de exterminar de raíz el problema"—pensó Esfinge.

Lo que estaba en juego ya no era su reputación, sino la enorme repercusión que supondría si esa información se conociera mundialmente. Por su parte, debía de generar confianza al consejo ejecutivo. Ya que, habían sido ellos quién le había dado una nueva oportunidad.

De pie en el borde de su piscina, sintió un estruendo que provenía del interior de la casa. El hombre se puso su albornoz de algodón blanco y caminó para investigar la causa de aquel ruido.

— ¡¿Hay alguien ahí?!—gritó.

No hubo respuesta.

Volvió sobre sus pasos hasta un pequeño armario donde guardaba bajo llave su pistola. En el instante que se dispuso a abrirlo, sintió en la nuca un terrible golpe que hizo que se derrumbara.

Minutos después, empezó a recobrar el conocimiento. Abrió sus ojos, despacio. Su visión borrosa por la conmoción, apreció entre sombras la silueta de un hombre que permanecía sentado en su sillón de piel beige.

—Bienvenido al mundo—saludó.

— ¿Quién es usted? ¿Qué quiere de mí?

—Digamos que soy su salvador.

—No le entiendo. ¿Puede darme un poco de agua? Tengo la boca seca.

El anciano hizo un gesto con la mano a su guardaespaldas.

—Usted ha sido elegido para formar parte de una de la sociedad más poderosa que existen en el mundo: los auténticos descendientes del dios Horus. Durante milenios, hemos sido guardianes de uno de los mayores secretos del Antiguo Egipto. Si esa información se hiciera pública a día de hoy, pondría en serios aprietos la subsistencia de nuestra descendencia. Pronto tendré que abandonar la actividad y necesito un sucesor.

El fornido hombre vestido con traje negro dio de beber al secuestrado.

— ¿Por qué yo?—preguntó sorprendido.

—Es el tipo de persona que no se amilana ante las adversidades. Que cuando los problemas aparecen sabe resolverlos. Y eso, lo valoro enormemente. En el pasado, no dudó en subsanar un pequeño incidente con un vecino porque se burlaba de su origen judío. Y dada su posición en los negocios tiene los contactos y el dinero. Me hago mayor, señor, cada vez me cuesta más tomar decisiones. Mi cabeza empieza a perder cordura.

— ¿Qué pasaría si me niego?

—Tengo programado en mi ordenador un envío que seguramente haría muy feliz a Interpol. Una serie de documentos donde hay una serie de transacciones que sus empresas han realizado de forma ilícita.

Ante tal amenaza, no pudo negarse.

—Está bien, haré lo que me pide.

—Sabía que podía contar con su colaboración. Por cierto, se me olvidaba, a partir de ahora su nombre en clave es Esfinge. Encima de la mesa, he dejado un pendrive detallando los detalles de su misión. También he dejado un testamento donde dejo claro que a mi muerte, sea nombrado Sumo Maestre.


La sangre del faraónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora