Capítulo 42

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Mas por casualidad que por intención, Rashida percibió un fuerte olor a humedad en una cámara contigua de la necrópolis subterránea.

Seguidamente, la antropóloga avanzó los escasos quinientos metros que separaban la gruta de la tumba principal. Su perplejidad fue en aumento al comprobar que sumergida en el agua, una estatua de granito rojo que representaba a una antiguo dios le sostenía la mirada.

Equivocada o no, y aunque pareciera mentira, la esfinge solo era la punta del iceberg.

—Aquí hace un frío que hiela la sangre—pensó en voz alta.

Larek sintió una punzada en el momento que alguien por detrás la abrigaba.

—Gracias, Garish—contestó sin mirar hacia atrás.

— ¿Garish?—contestó una voz masculina.

Bruscamente, Rashida dejó caer la chaqueta al suelo. Antes de darse la vuelta, cerró sus ojos para concentrarse e intentar identificar esa voz desconocida. Sin embargo, sus intentos fueron en vano.

De frente al individuo, la antropóloga buscó una alternativa coherente para poder escapar.

— ¿Quién es usted?—inquirió Larek

—Disculpe no he pretendido asustarla, solamente es que la he oído pensar en altavoz—contestó el hombre—, mi nombre es Michael Tullen.

Larek frunció el ceño.

—De espaldas, no logré identificarla, pero si es la reputada antropóloga Rashida Larek. Hoy es mi día de suerte. En persona gana usted más que en televisión, se lo aseguro.

— ¿Cómo debería de tomarme eso? ¿A qué ha venido, señor Tullen?

El desaire de Larek no provocó la reacción esperada en Tullen.

—Tómeselo de la manera que crea conveniente. Me gustan las mujeres con carácter, las encuentro muy sexis. Pero, no se ponga a la defensiva, se lo ruego.

Tullen tanteaba el terreno, para desestabilizar el ánimo de Larek.

— ¿Por qué sabe mi nombre?

—Está de broma, su reputación la precede. Sus artículos son un referente en la investigación de las enfermedades del antiguo Egipto. Recuerdo leer su último informe, por poco me quedo sin respirar. A saldar una cuenta. He ofrecido mi ayuda a Mark Lachner, para encontrar un documento, que será mi pasaporte para que me financien mi próxima expedición.

El cuerpo de Rashida se estremeció al oír ese nombre.

— ¿Mark Lachner, está vivo?

—Es increíble, llevo años buscando esa escultura y por casualidades del destino ella me encuentra a mí. Es, Archon dios supremo del panteón de la Atlántida. No por mucho tiempo. Su vida pronto se extinguirá tan rápido como un suspiro.

Lachner que se mantenía a una distancia de seguridad, escuchó incrédulo la conversación. El que decía ser su amigo, de golpe y porrazo, ahora era su peor enemigo. Su ayuda estaba condicionada por un puñado de dólares. A saber, de quien.

— ¡Debo suponer, que me ibas a traicionar!—exclamó Lachner furioso.

Al ver que Mark estaba escuchando, Tullen reaccionó:

—Michael, lo siento de verdad. No lo hice adrede, fue sin querer. Me sorprende que tú vayas de buena persona. Qué crees que pensará la señorita Larek cuando se entre que ibas a matar a su novio y a ella también. ¿Sabes que ambos nos podríamos beneficiar de ese maldito papiro? Tú serias asquerosamente rico y yo financiar mis proyectos futuros. Durante años me dejo la piel en exploraciones. Hago que muchos burócratas ganen dinero a mi costa. Y una vez que descubro algo importante para la historia, me deniegan el dinero porque mis teorías son de ciencia ficción. Así que no tuve más remedio que venderme al mismísimo diablo. Y ¿sabes qué? Tú no eres diferente a mí, maldito bastardo. Mátala de una vez, ¿no quieres salvar a tu familia?

La sangre del faraónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora