Mark Lachner apreciaba enormemente su vida. Y no iba a estar dispuesto a cometer ninguna clase de error que pusiera en peligro su propia integridad física. El tono de voz del hombre enmascarado, era lo suficientemente conciso para comprender que no se andaba con juegos.
"Solo quedaba una opción: seguir al pie de la letra cada una de las instrucciones si quiero seguir con vida"—pensó Lachner en voz baja.
Ante tal tesitura, Mark, ironizó en lo persuasivo que puede ser el humano utilizando diferentes armas a fin de controlar el ánimo por medio del miedo. A lo largo de su carrera, se había enfrentado a multitud de situaciones en las que salió de puro milagro. No obstante, en esta ocasión empezaba a tener serias dudas. Y a Lachner se le ponía los pelos de punta que esta vez fuera diferente.
Nada era comparable a ser utilizado como cebo humano.
Esfinge, sonrió con su mejor sonrisa maquiavélica. Ver sufrir a un ser humano era el sumun del sufrimiento para él. Absolutamente convencido de que su "invitado" no le quedaría otra opción que aceptar su propuesta.
Su plan debía de salir a las mil maravillas. Se jugaba mucho en esta empresa. Arriesgaría incluso su propia fortuna para alcanzar su objetivo. No iba a estar dispuesto a desperdiciar por ningún motivo de encontrar una prueba que seres de otro planeta tuvieran relación con los antiguos egipcios.
A pesar del tiempo transcurrido desde la última vez, todavía quedaban ascuas que quemaban en su interior. Supuso que nada en este mundo era lo suficientemente importante que conocer la verdad, por muy dolorosa que fuera. Por otro lado, los egiptólogos más ortodoxos rechazarían de forma categórica las versiones que circulaban por otros canales un tanto menos heterodoxos. Y por eso necesitaba que alguien le hiciera el trabajo sucio.
Conocía de sobra a Garish Bowman y sabia de primera mano que el egiptólogo era de esos que no se creía ningún cuento chino de contactos extraterrestres. Era lo suficientemente sensato para que no le metieran locas ideas en su cabeza. Pero también, llegaría a ser lo bastante obstinado para corroborar las informaciones.
Asia Amble conversaba con el director del Museo Británico en su despacho. Había informado a Jordan Kobe, que uno de los más prestigiosos arqueólogos ayudaría al museo a encontrar a Mark Lachner.
—No fue fácil convencer a Garish Bowman, tenía serias dudas—comentó Amble, mientras se sentaba en su sillón de polipiel negro.
—El señor Bowman es un hombre de unos principios muy acusados. He leído como en una fiesta dejó en ridículo a uno de los mayores coleccionistas de arte, por el simple hecho de coleccionar piezas del Antiguo Egipto y no donarlas a un museo. Incluso llegó a calificarlo de aficionado de la arqueología—respondió Kobe, respirando profundo—. Garish aprendió mucho de su mentor un tal Sheldon Dorman, pero sus deudas de juego lo llevaron a vender las piezas de las expediciones. En la última expedición, para salvar a su amigo, fue asesinado.
— ¿Ha dicho Sheldon Dorman?—respondió Asia con cara de espanto.
— ¿Lo conocía...?—contestó con asombro Jordan.
No supo reaccionar al conocer la noticia.
—En la carrera, asistimos varias amigas a sus conferencias. Nos sorprendió su capacidad de convocatoria que ejercía entre el público. En más de una ocasión, nos vimos sorprendidas como la mayoría de las personas que acudían a sus charlas eran mujeres—comentó Asia, con un gesto de melancolía—. Gracias a Sheldon, volqué mis estudios a esta rama—añadió a continuación.
—La vida de Sheldon, era un continuo vaivén de desajustes. Un divorcio turbulento marcó para siempre su carácter. Poco después, una acusación de violación por parte de una alumna, ahondó más la herida de su carrera. Por otra parte, como reputado profesional no dudo en alabar todo lo que aportó a la egiptología—comentó con cierto aire de resignación. Me pondré en contacto con el director del Museo Egipcio de El Cairo, Asad Amani, me debe algunos favores. A fin de que prepare la distinta documentación para iniciar la búsqueda de Mark Lachner, en el caso que aparezca por Egipto—añadió poco después.
Después de abandonar el despacho, Amble, telefoneó a Garish para notificarle las buenas noticias. Si había algo que caracterizaba a la joven, era su tenacidad para lograr todos los objetivos que se pusieran en su camino.
La colaboración con Bowman seguro que aportaría una serie de conocimientos muy difíciles de asimilar por otros medios. Todo lo que aprendió con Dorman, ahora se complementaría con Garish. No dudó en investigar de forma exhaustiva al joven egiptólogo.
Después de leer su intachable expediente se sorprendió gratamente en encontrar similitudes entre ellos. Ambos eran ambiciosos, tercos como una mula y jóvenes sobradamente preparados.
Asia en sus años de universidad ya destacaba por su capacidad intuitiva. Sorprendía a sus profesores de su seriedad en los estudios. Mientras que sus compañeros perdían el tiempo en fiestas o en hermandades universitarias, ella se empapaba de documentales, casi de forma voraz devoraba libros de cualquier materia.
Los constantes viajes de su padre por todo el mundo hicieron que la pequeña Asia aprendiera varios idiomas debido a la multitud de niñeras que la cuidaban.
—Señor Bowman, tengo excelentes noticias... —comentó Asia con una sonrisa de oreja a oreja— Jordan Kobe ha aprobado mi solicitud para viajar a Egipto.
—Estupendo, creo que será una buena opción para corroborar mi versión—respondió con desgana Garish.
La respuesta un tanto fría de Garish, dejó claro a Asia que sería un viaje difícil por todo lo que conllevaba llevar a una persona tan escéptica en asuntos tan espinosos. Sin embargo, Rashida, era el contrapunto necesario.
De mente más abierta que su novio, haría posible que la convivencia fuera un punto a favor para elaborar una estrategia más asequible. A Amble, le sorprendió de manera sorprendente la terrible cabezonería de Bowman. Todos tenían derecho a expresar sus opiniones pero lo que no iba a permitir otra vez que se repitiera el incidente con Tara Azlor.
Rashida al ver la cara de su novio, le preguntó:
— ¿Quién era?
—La señorita Amble, su jefe ha dado vía libre a viajar a El Cairo—respondió Garish, dejando su Smartphone en una mesa pequeña.
—Garish me dejaste preocupada la otra noche—comentó con preocupación—, te fuiste a la cama impactado por lo que te comenté.
—Quise tomarme tiempo para asimilar tanta información en tan pequeño intervalo de tiempo. Como comprenderás, no he luchado tanto para tener que escuchar teorías conspirativas. Y menos que delante del público me dejaran en evidencia—respondió enérgicamente.
Larek se vio abrumada por la respuesta de su novio.
ESTÁS LEYENDO
La sangre del faraón
AdventureMark Lachner es secuestrado por una antigua sociedad secreta. A pocos días de una exposición, Asia Amble, Conservadora del Departamento de Egiptología del Museo Británico, encuentra por casualidad un diario donde se detalla el hallazgo de una ciudad...