Capítulo 30

1 0 0
                                    

El regreso a El Cairo a bordo de una falúa iba a estar lleno de reproches.

Impaciente por conocer el juego que se traía Lachner, Tullen, decidió darle una oportunidad para defenderse. Así que, escucharía su argumento y después ya tomaría una decisión ecuánime.

Mark, seguía alterado después de descifrar la incógnita que hacía unos minutos se le había planteado. Conocedor de que estaba cerca de conseguir su objetivo. No obstante, la mirada de su amigo se le clavaba como un cuchillo. En su rostro, todavía se reflejaba la ira por no haberlo avisado de que iba a explorar por su cuenta.

—Siento haberme alejado sin avisarte. Cometí una imprudencia, pero tengo motivos de fuerza mayor que me obliga a hacerlo—se disculpó mientras se atusaba el pelo a consecuencia del aire—. Además ¿no crees que ya soy mayorcito para tener a una niñera detrás de mí?—añadió poniéndose de pie.

—No sé a qué estás jugando, Mark. Tu actitud es un tanto sospechosa, te ayudo en tu misión y me lo pagas de esta manera. Sin pedirte nada a cambio, confié en ti. Tendrás que ser más explícito si quieres que siga prestándote mi ayuda. ¿Qué descubriste que te ha puesto tan nervioso?—respondió Tullen dándole la espalda.

Lachner no estaba muy seguro si debía de confiarle su secreto. Se estaba jugando su propia vida. Y ni por asomo, desvelaría nada relevante a su propósito.

—Está bien, tú ganas—aceptó a regañadientes—. Hace cuatro meses, mientras trabajaba en Chichen Itzá, mi equipo fue asesinado. Sin saber por qué, fui secuestrado. Cuando desperté, un tipo, me contrató para encontrar un documento muy raro. Paparruchas. Cuando vinimos aquí, vi a lo lejos una montaña con una oquedad, una especie de gruta. Luego entré en su interior y escrito en una pared había un jeroglífico, que indica donde está enterrado ese papiro. Eso es todo.

Ahora Tullen tenía las ideas más claras.

En el instante que la embarcación llegaba al embarcadero, Lachner divisó a lo lejos una figura recortada bajo un cielo azul despejado. Una escultura fácilmente reconocible por miles de turistas. El emblema de Egipto: la Esfinge de Giza.

Lachner, sintió el impulso irrefrenable de saltar antes de que la falúa pudiera entrar para atracar en el pequeño puerto para su amarre. Sin embargo, la distancia no era propicia para garantizar un buen salto.

Con extremada parsimonia, el capitán del barco, un hombre de unos cincuenta y cinco años maniobraba para entrar adecuadamente en su lugar. Lo que hizo que Mark, perdiera los estribos:

— ¡Por Dios, no puede darse un poco más de prisa! ¡Es importante para mí!

Ante tal falta de respeto hacia su trabajo, el hombre lanzó una mirada inquisitiva al arqueólogo.

Tullen no dijo ni palabra.

"¿Qué importancia tendría para él ese documento?—pensó al ver la reacción de su acompañante.

—Lo siento, señor—se disculpó con un gesto—. Últimamente, estoy sometido a mucha presión.

Al fin, la embarcación estaba amarrada.

Lachner entregó propina al capitán por su execrable comportamiento.

Mark caminó por la pasarela del muelle sin esperar a que Michael, desembarcara. No iba a esperar por ningún minuto más. La misión era cosa suya y de nadie más. Se jugaba mucho. Todo a una carta.

De nuevo, Tullen tendría que ir persiguiendo a Lachner. Cosa que ya era una tónica para el explorador. En su carrera, jamás tuvo a un compañero tan obstinado. Y eso que había convivido con numerosos colegas.

Aislado totalmente del mundo real, Garish seguía observando con mirada analítica cada palmo de roca. Pero había un punto de la imagen que no quería pasar desapercibida. Una característica que poseía la cabeza que todos los viajeros encontraban graciosa. Que no poseía nariz.

Cuya mutilación según el poeta al-Maqrizi se le atribuye a un fanático sufí, que en respuesta a las ofrendas que los campesinos hacían, decidió tomarse la justicia por su mano dañando el monumento.

Siguiendo su particular reconocimiento, el joven egiptólogo reparó en una estela situada entre las patas de la Esfinge. La llamada Estela del sueño.

En ella, se describe cómo el joven Tutmosis IV dijo haber tenido un sueño durante una partida de caza, donde la le prometía el trono a cambio de limpiarla de la arena que la semienterraba.

El texto reza:

"Ahora la estatua del muy grande [la Gran Esfinge de Guiza] descansa en este sitio, grande en fama, sagrado de respeto, la sombra de descansando sobre él. y cada ciudad en sus dos lados vienen a él, con los brazos en alto en adoración su cara, con grandes ofrendas para su . Uno de estos días sucedió que el príncipe Tutmosis vino de viaje a la hora del mediodía. Descansó a la sombra de este dios grande. [Y el] sueño [se apoderó de él] en el momento en que el sol estaba en su cenit. Entonces descubrió la majestad de este dios noble que habla por su propia boca como un padre habla a su hijo, y le dice: "Mírame, obsérvame, mi hijo Thutmose. Soy vuestro padre Horemakhet-Khepri-Ra-Atum. Te daré la realeza [sobre la tierra de los vivientes].... [He aquí, mi condición es como una enfermedad], todas [mis extremidades arruinándose]. La arena del desierto, sobre la que solía estar, (ahora) me cubre; y es para que hagas lo que está en mi corazón que he esperado."


La sangre del faraónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora