Capítulo 2

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Capítulo 2

El avión procedente del aeropuerto JFK se disponía a aterrizar en Heathrow. En el preciso instante que una serie de turbulencias azotaba la cabina que comienza a agitarse de forma violenta. Para tratar de estabilizarlo, el piloto disminuyó la velocidad. Tras no poder hacerse con los mandos optó por cambiar de altitud. Las azafatas, a duras penas, consiguen tranquilizar a las personas más nerviosas.

Tras unos momentos de incertidumbre, el aparato consiguió tomar tierra con éxito. Los pasajeros salieron para dirigirse al interior de la terminal para recoger sus maletas.

Volver a pisar suelo británico por segunda vez, hacía rememorar a Tara Azlor viejos tiempos que creía olvidados.

Después de recoger su equipaje, recorrió el hall atestado de miles de turistas que en esa época del año abarrotaba la capital londinense. Tara tuvo que serpentear para esquivar a varias personas que charlaban descuidadamente obstaculizando su camino hasta la boca del metro. En el andén, miraba a un lado y a otro como intentando escoger a alguna persona que le brindara la suficiente confianza como para preguntar que estación debería tomar para ir a su hotel.

En cuestión de segundos, su mirada furtiva divisó a un joven de cabello oscuro que apoyado en una columna leía de pie en su ebook. Caminó decidida a entablar una amistosa conversación.

—Disculpa, cual es la estación para ir al Hyde Inn Hotel, 54 Kennintong Road.

—Estación Hatton Cross—contestó el joven sin levantar la mirada de la pantalla.

Durante el trayecto, Azlor navegó por su mente de forma distraída con la única intención de mantenerse a salvo de un pasado horrible. Y dejarlo encerrado en el rincón más profundo.

Desde el accidente de su padre, su carácter había cambiado a peor, incluso intentó más de una vez suicidarse. No entendía por qué le sucedió a ella. Se volvió irascible con sus amigos que no tuvieron otra opción que abandonarla. Se limitaba a enfadarse con el destino sin pensar en ningún momento en que la única culpable fuera su ambición. Sabía que nadaba a contracorriente, ya que debía de ponerse las pilas y aceptar de una vez por toda su nueva situación. Para ella, no iba a ser fácil pues los años de sacrificio habían caído en saco roto en cuestión de minutos. Sin embargo, su actitud derrotista solamente la hacía retroceder más que avanzar por mejorar a llevar una rutina normal, con el único objetivo a corto plazo de luchar por salir de la espiral en la que se había metido ella sola. Con el paso del tiempo, entendió que aferrarse a un dolor tan fuerte le traería más angustia, con la consiguiente recaída en otra depresión. Por eso, un día de marzo llegó a la conclusión que debía de ser feliz. El recuerdo de su padre siempre estaría en su memoria.

En el asiento de al lado, un hombre de nacionalidad hindú que lucía el típico turbante rojo en su cabeza, observaba a través de la ventilla del vagón a la mujer sumida en sus pensamientos.

Cuando Tara subió la escalera para salir a la ciudad contestó sorprendida:

"No ha cambiado mucho Londres desde mi primera visita".

Sin embargo, ella sí.

Sus rasgos se habían endurecido. Su rostro, mostraba las consecuencias del infortunio que marcó su estancia en la capital británica tras conseguir una de las becas que el Museo Egipcio Rosacruz de San José de California, convocaba para la investigación-formación de su personal más cualificado. Para completar sus estudios en Europa.

Una vez instalada en la habitación del hotel, ordenó su ropa en el armario siguiendo un nuevo método creado por una joven japonesa que se dedicaba a asesorar a personas que requerían sus servicios a domicilio. Deambulando por el pequeño espacio que quedaba entre el escritorio y la cama, repasaba una y otra vez de memoria la presentación que había preparado en el avión.

La sangre del faraónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora