Epílogo

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Últimamente, Garish se encontraba un tanto más distante de su prometida que en ocasiones anteriores. Había un asunto que llevaba varios días meditando, sin embargo, no encontraba el momento oportuno para sacárselo de su mente. Bien por miedo o sencillamente, porque no sabía cómo empezar.

Armado de valor, esa mañana no tuvo más remedio que confesarlo para quitarse un peso de encima. Ya que la sombra de la cancelación de su boda, rondaba su mente.

—Rashida, debo de hablar contigo. Es algo que me inquieta en mi interior—comentó con preocupación.

—Por el tono de tu voz, debo interpretar que no es nada bueno. ¡Suéltalo de una vez, por Dios! Me tienes en ascuas.

—Debemos aplazar la boda.

Rashida no entendía nada. A solo diez meses de la ceremonia, Garish se había echado atrás.

— ¿Por qué? ¿Has dejado de quererme?

—No es eso, sino que no sé si tu familia está de acuerdo con que te cases con un católico. Sé que los musulmanes no sois partidarios de los matrimonios con otras religiones.

Larek resopló aliviada. Soltó una carcajada.

—Amor, no te preocupes por nada. Nosotros somos árabes cristianos. Provenimos de una larga tradición católica en mi familia.

Garish se quedó estupefacto ante la confesión de su prometida.

—Nunca me lo habías contado. Perdóname he sido un estúpido.

—En Egipto, la comunidad de coptos es uno de los grupos religiosos principales y la mayor comunidad cristiana en el  Medio Oriente. Mi abuelo después de la guerra egipcio-libanesa, entre otros motivos, además de los políticos, tuvo que huir porque profesaba la religión católica. Se exilió a Estados Unidos donde la comunidad copta es abundante. Allí en una boda conoció a mi abuela. Se enamoraron. Criaron a sus hijos en su misma fe. Por eso, cuando crecí, mis padres me inculcaron el catolicismo.

La catedral de la Preciosísima Sangre de Cristo de Westminster es el templo principal de la iglesia católica de Inglaterra y Gales.

La nave es la más ancha de todas las iglesias de Inglaterra y, debido a que el Santuario está a casi un metro y medio por encima del nivel de la nave, desde cualquier parte se puede disfrutar de una vista ininterrumpida del Altar Mayor, con su baldaquín de mármol, donde la luz se concentra de forma muy ingeniosa.

Garish acompañado de su madre esperaba nervioso la llegada de su prometida en el Altar Mayor. Los asistentes no dejaban de admirar asombrados los hermosos pilares en mármol de Carrara.

Con algunos minutos de retraso, como manda la tradición, la novia hizo acto de presencia de la mano de su padre. Mientras caminaba con paso lento, del órgano salían las notas de la marcha nupcial de Mendelssohn. Una vez ambos contrayentes estaban juntos, el cardenal Peters dio comienzo a la misa.

—Garish Bowman, aceptas a Rashida Larek como legítima esposa en la salud y en la enfermedad hasta que la muerte os separe—comentó Peters.

—Sí, quiero.

—Rashida Larek aceptas a Garish Bowman como legitimo esposo en la salud y en la enfermedad hasta que la muerte os separe.

—Sí, quiero.

Por el poder que me otorga la iglesia, os declaro marido y mujer.

Peters leyó la cara de Bowman:

—Sí, ya puedes besarla.

Dos años más tarde, Tara había concluido con creces el encargo de escribir el libro. El resultado final, entusiasmó considerablemente a la chica. Obviamente, que hubiera podido tener más libertad para hacer los cambios necesarios para pulir aún más su obra, pero es lo que había.

Cuando su editor consideró el texto, enseguida entendió que aquella revelación podría suponer toda una revolución en la sociedad científica. Sin pensárselo dos veces, se echó a las espaldas toda la responsabilidad y asumió todas las consecuencias de la publicación. Fueran las que fueran, sin rodeos.

El New York Times, se hizo eco en sus páginas centrales del acontecimiento. Para tal ocasión, el lugar elegido fue el auditorio del Museo de Arte Moderno de la ciudad neoyorkina.

Azlor recibía entusiasmada, a sus cientos de incondicionales que llevados por la gran admiración que le profesaban, acudían a que le firmaran su ejemplar.

Para poder despejarse del tumulto, Tara salió al exterior del recinto. La joven sintió en su cuerpo un escalofrío en el instante que reflejado en el cristal vio a un hombre enmascarado con una máscara egipcia.

Preocupado por la tardanza de Tara, pues el acto empezaría en minutos, decidió buscarla. Tras unos momentos de incertidumbre por su paradero, su editor la encontró.

—Tara, debemos entrar, tu público te espera.

Al ver que Azlor no se inmutaba, le preguntó con preocupación:

— ¿Te encuentras bien? Estás fría.

—Sólo que he visto a un fantasma del pasado— logró murmurar Tara.


La sangre del faraónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora