Capítulo 10

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Nailah mesaba los cabellos húmedos por el sudor a Mark. Con delicadeza casi maternal. Aquella mujer de aspecto impertérrito, en el fondo poseía humanidad. Su infancia había sido dura. Con apenas siete años, fue secuestrada una noche de agosto de dos mil cinco ante la impotencia de su madre para ser vendida como esclava sexual.

Varias furgonetas irrumpen en una aldea yazidí de Raqqa. Y tras acceder violentamente en las casa de adobe, un hombre encapuchado obliga a la niña a punta de pistola, a salir ante la mirada de su madre que tras un arrebato de furia, trata por todos los medios de evitar el secuestro. Sin embargo, ante la gran fuerza del secuestrador desiste de su cometido.

En el exterior, los demás secuestradores han separado por un lado a los hombres con los ojos vendados y maniatados dispuestos en grupos de cuatro de rodillas en el barro. Y por otro lado, a las mujeres separadas por edades. Que más tarde serán vendidas como esclavas sexuales a diferentes grupos terroristas yihadista.

La pequeña, viajó en todo momento abrazada a su amiga de juegos Samira. Ambas se mantuvieron en un silencio sepulcral. Solo roto en algunos momentos por los llantos de las demás niñas que viajaban en la furgoneta.

Se rumoreaba que había ciertos grupos que preferían a las niñas de entre siete a diez años. Pero quizás el más sádico era el denominado Califas Negros.

Tres meses después del rapto, Nailah logró escapar de sus captores.

Vagó sin rumbo fijo, hasta que extenuada por el cansancio, se desvaneció a pocos metros de la casa de un multimillonario hombre de negocios que arreglaba su jardín. Por el rabillo del ojo, el hombre, se percató de la escena y sin pensárselo ni un minuto, se acercó para socorrer a la pequeña.

Con sus manos callosas, acarició el rostro de la niña. Que presentaba síntomas de deshidratación. La cargó en sus brazos y caminó hacia el interior de la mansión. Con cuidado, la acostó en la cama del dormitorio principal. Acto seguido, humedeció una pequeña toalla en el lavabo del cuarto de baño.

A continuación, con suavecitos golpes, empapó los agrietados labios de la niña, que permanecía inconsciente. Llevado por la compasión, el hombre agarró una butaca y se sentó al lado suyo. Pasados treinta minutos, la pequeña comenzó a abrir los ojos. Cuando vio al hombre se incorporó asustada.

—No me haga daño, se lo suplico. No lo volveré a hacer más—contestó Nailah.

—Estas a salvo, no quiero hacerte nada. —Contestó el individuo—. Apareciste a pocos metros de la entrada de mi casa. ¿Qué te ha sucedido?

—Unos hombres me secuestraron de la aldea donde vivía con mis padres. Nos subieron a una furgoneta, para ser vendidas como esclavas sexuales. Aterrada logré escapar—explicó la niña.

—No te preocupes cuidaré de ti.

La historia conmovió al hombre.

La sangre del faraónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora