—Debo centrarme—se repetía una y otra vez Lachner.
Respiró hondo para aliviar todo el estrés acumulado días atrás. Sin embargo, el aire caliente del desierto del Sahara, le provocó una intensa tos. Para aliviar la quemazón de su garganta, se descargó de su espalda, una mochila con el fin de coger una botella de acero inoxidable para beber un sorbo de agua.
Una cosa que aprendió en lugares tan hostiles e inhóspitos, fue que es mejor no perder la noción del tiempo, a decidir apresuradamente cualquier decisión que ponga en peligro su vida. Gracias a esta prebenda, salió airoso en infinidad de ocasiones.
Precipitarse no era una opción.
Por si no fuera bastante, en su cabeza había dos frentes abiertos a la vez. Primero, que estrategia debería seguir para derrotar a su secuestrador; y segundo, y no menos importante, si la noticia de su secuestro había sido difundida en los medios de comunicación. Y por ende, la posterior puesta en marcha de su rescate por parte de los altos mandos del Museo Británico.
De momento, nada estaba claro.
"Todo a su debido tiempo"—reflexionó sin perder la cara a la situación.
Tiempo es lo que no tenía.
Con una copa de vino tinto en su mano derecha, Esfinge, celebraba una venidera victoria que le haría poseer uno de los secretos mejor guardados de la Humanidad: que el linaje de los faraones corría por sus venas. No tenía ninguna duda al respecto.
De manera inesperada, el iPhone que estaba situado al lado de su portátil, comenzó a vibrar. Inmediatamente, reconoció el número que aparecía en la pantalla. Con un claro gesto de desagrado por la interrupción tan desafortunada descolgó:
— ¿Dígame?
El mensaje que recibió no aportaba buenas noticias. Ya que su rictus se puso cada vez más rígido. En cuestión de minutos, todo se derrumbó en un abrir y cerrar de ojos. Pasó de la euforia al mismo enfado.
—Seguimos con el plan, ¿me has entendido?—contestó con ira, al mismo tiempo que golpeaba la mesa—. Ese egiptólogo de pacotilla no va deshacer mis planes. Te pagaré el doble si erradicas de raíz el problema.
Después de dar las instrucciones pertinentes, se levantó y se paseó por el despacho despotricando:
"Maldito seas, Garish Bowman. Tienes que meter tu asquerosa nariz donde no te llaman. Ojala hubieras muerto. Juro que te mataré con mis propias manos. Y colocaré tu cabeza en mi salón como un trofeo. Te odio".
De nuevo, se había levantado la veda para dar caza al que se había convertido en el nuevo azote de los traficantes de arte: Garish Bowman.
Bowman, había defendido de forma rotunda en más de una ocasión, en diferentes medios de comunicación, que la arqueología nunca podía ser un instrumento de ganar dinero de forma ilícita. Y si, una manera de respetar a aquellas culturas que nos precedieron.
Pero su mensaje, caía en saco roto una y otra vez.
La dureza de las instrucciones al otro lado de la línea telefónica, había calado de forma latente en el receptor. Que pudo comprobar in situ, como su emisor, no se andaba por las ramas. Por eso, no podía dejar dudas algunas para el error.
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La sangre del faraón
AdventureMark Lachner es secuestrado por una antigua sociedad secreta. A pocos días de una exposición, Asia Amble, Conservadora del Departamento de Egiptología del Museo Británico, encuentra por casualidad un diario donde se detalla el hallazgo de una ciudad...