Rachid Keila recorría el Nilo con su falúa. En el momento que su vista se cruza con el Museo inacabado del Dios Solar, Atón, lanzó un suspiro de desesperación.
—"Cuando Akhenaton instauró el monoteísmo en Egipto, formó una gran revolución debido a que el culto a varios dioses desencadenó el enojo del padre de todos. El faraón, adoraba al dios Atón. Esta actitud provocó que los sacerdotes del templo de Amón, no vieran con buenos ojos este cambio. Por consiguiente, entendieron que había sido una traición de consecuencias inimaginable para ellos—comenzó a narrar Tullen—. Hasta tal punto, que comenzaron a llamarle el rey hereje. La ciudad que fundó el faraón bajo su nombre, tenía una relevante razón para erigirla en ese emplazamiento—prosiguió el explorador—. Se cuenta que este faraón fue designado por el Dios supremo Enki, para reconstruir la tierra y establecer un nuevo reino fundando su propia ciudad, a la cual llamó: Ajetatón o el horizonte de Atón. Dejando de lado, a Tebas".
Tullen había dedicado sus últimos años a buscar civilizaciones antiguas perdidas. Con el fin de establecer algún nexo con los antiguos egipcios. Sus sospechas habían derivado a una serie de circunstancias que le hizo suponer en que una sociedad bastante avanzada fue destruida hace doce mil años. Aseveraba eso sí, con ciertas reticencias que las huellas se encuentran en los diferentes monumentos antiguos, que calcula que fueron construidos siguiendo la constelación de Orión.
Lachner reticente con la ayuda de su nuevo colaborador, intuía que más que un apoyo sería un severo problema. Sin embargo, a fin de cuentas, no contaba con la información suficiente para empezar una investigación por cuenta propia.
Oyendo a Tullen, Lachner, queda un tanto desubicado.
Después de desembarcar, ambos hombres caminaron hasta el complejo urbanístico.
"¿El árido desierto del Sahara no era el mejor hábitat para construir una urbe, porque un faraón decide construirla aquí?"—se preguntó Lachner.
Tullen iba por delante varios metros de Mark, cuando se dio cuenta que su compañero de aventuras estaba detenido en pose reflexiva.
— ¿Qué pasa, Mark?—preguntó Michael, debemos seguir.
— ¡No me cabe en la cabeza que en este desierto haya una ciudad!—gritó.
—Sé que parece increíble, no obstante, es real. Solo la ambición de un hombre por mantener su devoción hacia un nuevo dios lo hizo posible.
Tras aclarar un poco más sus dudas, Lachner emprendió la marcha.
Las altas temperaturas del Sahara, hacía que la velocidad de la excursión se ralentizara. Con una hora de retraso, debido a las condiciones meteorológicas, Lachner y Tullen llegaron a una planicie donde pudieron distinguir algunas ruinas diseminadas por el suelo.
Mark quedó boquiabierto ante el escenario que se abría delante de él. El pequeño templo de Atón marcaba la grandeza que un día pudo tener la ciudad de Akhenaton.
Lachner caminó en dirección oeste hacia un acantilado donde estaba esculpida en la roca una pequeña abertura. Descendió por los veinte peldaños que conformaban la escalera hacia la planta baja con ayuda de una pequeña linterna. En su interior, a diferencia de otras tumbas las referencias a otros dioses brillaban por su ausencia. Solo había uno, Atón. Entonces lo tuvo claro, era la tumba del rey hereje.
El estado de conservación era lamentable. Muy deteriorada por el paso de los siglos y en algunas ocasiones debido a la multitud de saqueos después de la muerte del faraón. Pero en una de sus paredes, por extraño que pareciese, un relieve aguantó el paso del tiempo.
Llevado por la curiosidad, se acercó a descifrarlo.
"En el lugar donde el guardián mira al horizonte, guardaré mi herencia. Solo aquel que sepa mirar en las estrellas, conocerá el conocimiento".
Michael Tullen, no vio ni rastro de Lachner a dos kilómetros a la redonda. Inquieto por saber el paradero de su amigo, emprendió la búsqueda. Sin saber muy bien por donde buscar, el explorador intentó recrear mentalmente el itinerario que podría haber tomado el arqueólogo.
La actitud de Mark, empezaba a exasperar a Tullen.
"¿Qué ocultas Mark?"—reflexionó en voz alta.
Lachner ajeno a todo esto, trataba de descifrar la información de la pared. No debía de distraerse, puesto que su vida pendía de un hilo. Un hilo que un desconocido no dudaría en cortar si no resolvía el enigma.
"A qué se refiere con el guardián que mira al horizonte"
Esa frase se le clavó a fuego en su cabeza.
Se devanó los sesos, hasta que...
"Ya lo tengo...es la Esfinge de Giza".
Con la solución al jeroglífico, Mark subió los peldaños de tres en tres. Cuando salió al exterior gritó:
— ¡Michael! ¡Michael! ¡Debemos irnos a El Cairo! ¡Rápido el tiempo se nos echa en encima!
— ¿Dónde has estado? No has dado señales de vida. He estado preocupado—recriminó Tullen que se alejara sin avisar.
—No es el momento de recriminar nada. Te lo explicaré durante el viaje.
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La sangre del faraón
AdventureMark Lachner es secuestrado por una antigua sociedad secreta. A pocos días de una exposición, Asia Amble, Conservadora del Departamento de Egiptología del Museo Británico, encuentra por casualidad un diario donde se detalla el hallazgo de una ciudad...