—Solicito refuerzos, dos Cadillac Escalade de color negro han irrumpido violentamente en el control policial al norte de la pirámide de Giza. Atropellando a mi compañero. Repito.
—Recibido, en breve acudirán a su auxilio—contestó una voz al otro lado de la emisora.
El juego comenzaba.
La venganza de Markus llevaba mucho tiempo planificada, esperando ser ejecutada. Nadie le había puesto tanto en ridículo en toda su vida. No era posible que un aficionado a la arqueología pusiera en jaque al mayor coleccionista de arte. Sin obtener su castigo. No escatimaría en medios para mandar al infierno a Garish.
—Ya te tengo, maldito. No arruinaras más mis planes. Haré que te tragues tus principios. Ojalá, te ahogues en ellos—susurró Shender en el asiento trasero de su vehículo.
El conductor miraba la escena por el espejo retrovisor interior.
—No es asunto tuyo, me entiendes, no te pago para espiarme—gritó Markus al hombre que le devolvía la mirada.
—Lo lamento, señor. Quería saber si se encontraba bien—contestó con voz temblorosa.
En el rostro del chófer se dibujaba una expresión de terror. Sudaba de manera profusa, el sudor se le metía en los ojos provocándoles un escozor. Durante el trayecto, Markus se mantuvo callado, absorto en sus pensamientos.
Lachner se sintió con energías renovadas al ver que no lo habían abandonado a su suerte. Tras un largo periplo de vicisitudes varias y un intento de traición, el arqueólogo resopló aliviado. Durante la pelea, un único pensamiento se alojó en su cabeza: la esfinge se transformaría en su tumba.
Se incorporó con alguna dificultad, pero guardó el equilibrio. El tiempo se echaba encima, debían de salir al exterior. Ya habría lugar de arreglar lo demás.
Siguiendo la luz química, el grupo de cuatro personas caminaron por el angosto pasillo arrastrándose. Exitosamente salvaron el corredor. Empujaron la puerta y los rayos del sol, cegaron sus ojos por algunos segundos.
Al cabo de un rato, su vista se acostumbró a los rayos solares. Garish parpadeó varias veces, incrédulo al comprobar que varios hombres les apuntaban con rifles de asalto Hecker & Koch HK 433.
— ¿Markus? Pensé que...
—Garish, nos vemos de nuevo, pero esta vez te mataré lo juro. Pensaste que estaba en la cárcel, te equivocas. Una persona de mi posición puede comprar todo. Cada uno de nosotros tenemos un precio.
Rashida tembló al ver al millonario.
— ¿Realmente a qué has venido, bastardo?
—Pero si es la intrépida, antropóloga doctora Larek. Por cierto, enhorabuena, se casan los tortolitos. No alarguemos este feliz encuentro y entrégame el documento, de una puñetera de una vez.
Markus buscó con la mirada a Lachner.
— ¿Dónde está Lachner?
— ¿Y qué te hace pensar que estaba con nosotros?—preguntó desafiante.
Markus empezaba a perder la paciencia, y eso no era buen asunto.
—Michael Tullen me llamó para informarme que habían descubierto algo importante.
Garish lanzó una carcajada.
—Creo que no eres tan listo como te crees, se han vuelto a reír de ti.
—Te crees muy gracioso, a ver si vuelves a sonreír. Tú, abre fuego.
El soldado tiroteó a Garish como advertencia.
—Maldito cabrón, ¿qué haces? ¿Te has vuelto loco?
—Garish, Garish, cuida tu boca, hombre. ¿Qué va a pensar tu prometida?
Mark no pudo contenerse y salió de detrás de la Esfinge.
— ¡Aquí me tienes! ¡Déjalos en paz!
—Vaya con el señor Lachner, que valiente. Sabía que no podría confiar en ti. Eres terco como una mula. Por eso, contraté a Tullen.
—Siento decirte, que ha muerto.
—Mientes. Entrégame el documento. O te mataré.
A poca distancia, varias patrullas de la policía egipcia se aproximaban a gran velocidad.
—Señor, tenemos compañía, debemos irnos—sugirió otro soldado.
—Nadie me dice lo que tengo que hacer me oyes, inútil.
—Pero señor...
Markus blandió una pistola del interior de su chaqueta y disparó matando al hombre.
— ¿Alguien más quiere ser un héroe? Me estoy impacientando, Garish. No hace falta, que demuestres nada. Es fácil. Me das el papiro y te dejo con vida.
Los agentes abrían fuego indiscriminadamente, alcanzando a tres de los hombres de Shender.
—Sube al coche, nos vamos echando leches de aquí.
Lachner se hincó de rodillas, en la arena.
— ¿Mark te encuentras bien?—preguntó angustiada Asia.
—Un poco mareado—murmuró el arqueólogo.
—Todo ha terminado.
—No, no ha terminado.
— ¿A qué te refieres?
—Markus me implantó dos dispositivos explosivos, conectados a su móvil y a su pc. En caso de que cambie de coordenadas explotaran y moriré.
Un sombrío gesto de horror se adueñó del cuerpo de Amble.
—No te preocupes, te llevaremos al hospital para que te lo extraigan.
La operación duró cinco horas interminables. El doctor comunicó a Asia que había salido bien.
—Por fortuna, estaban implantados superficialmente. Sin riesgo de dañar órganos vitales. En tres días, será dado de alta.
En Londres, el jefe de prensa del museo convocó a una rueda de prensa:
—Gracias por acudir tan rápido. El señor Lachner comunicara su decisión. Mark, adelante.
—Gracias, Henry. Han sido muchos años al servicio de esta entidad. He sido feliz todos estos años y creo que he aportado mi dilatada experiencia en beneficio de mi segunda casa. Es por eso que presento mi dimisión de manera irrevocable del cargo de arqueólogo jefe. A favor de Garish Bowman. El señor Bowman es joven, y podrá aportar nuevas ideas. Enhorabuena.
—No sé qué decir, Mark.
—Solo debes de decir que sí.
Todos rieron.
Rashida besó a su prometido.
—Hace mucho tiempo que sueño con que este momento llegara a mi vida. Soy consciente que este puesto requiere dedicación y sacrificio. No sé si estaré a la altura de las circunstancias, pero también dicen que el que no arriesga no gana. Será un privilegio aceptar tu oferta.
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La sangre del faraón
AventuraMark Lachner es secuestrado por una antigua sociedad secreta. A pocos días de una exposición, Asia Amble, Conservadora del Departamento de Egiptología del Museo Británico, encuentra por casualidad un diario donde se detalla el hallazgo de una ciudad...