Capítulo 26

2 0 0
                                    

Lachner caminaba cabizbajo dirección a la iglesia copta colgante. De momento, su misión se encontraba en un punto sin retorno. El tiempo pasaba y no había resultados que ofrecer a su jefe.

Debía de mantenerse fresco, la más mínima bajada de moral podría ser letal. Hoy no ha habido resultados pero mañana sería otro día. Y eso, siempre era motivo de esperanza.

Mientras paseaba, tuvo una extraña sensación. Como si alguien le siguiera. Se detuvo y volvió la cabeza hacia atrás.

No había nadie.

Reanudó la marcha.

A pocos metros, se detuvo para cerciorarse por segunda vez que no le perseguía, miró por el rabillo de su ojo izquierdo. Vio a un hombre que guardaba una distancia de seguridad. Lachner apretó la marcha. Y el extraño lo imitaba.

Corrió hasta que su cuerpo generó tal cantidad de ácido láctico que tuvo que pararse a descansar. El extraño se paró en seco, para auxiliar a Lachner.

—Señor ¿se encuentra bien?

— ¿Por qué me está siguiendo? No tengo dinero—repuso el arqueólogo sin aliento.

—He visto que ha entrado en la sinagoga. Sin querer, he escuchado la conversación. Créame que allí no va a encontrar nada de lo que busca—comentó el joven—.

Mark no entendía nada. Seguía jadeando...

— ¿Quién diablos es usted? ¿Por qué me cuenta todo esto?—logró decir mientras se sentaba en el suelo.

—Michael Tullen, autor y reportero. Desde hace algunos años vivo obsesionado queriendo encontrar ciudades antiguas perdidas. Si unimos nuestras fuerzas, ambos podíamos conseguir nuestro objetivo. ¿Señor Lachner, ha oído hablar de la ciudad de Amarna? ¿Y de los Anunnaki? Los Anunnaki tenían una serie de información escondida que precedía al paso del tiempo. Estos extraños entes vivientes provinieron del cielo e implementaron en el mundo ciudades estratégicas que gobernaron durante años—Tullen explicó su teoría más reciente—. Pero el aspecto más importante sería la existencia de individuos, descendientes directos del linaje real del antiguo Egipto, que aún poseen los genes alienígenos implantados en los genomas de sus antepasados.

El arqueólogo, seguía la conversación un tanto reticente.

—Las antiguas construcciones de civilizaciones—prosiguió Michael— pasadas siempre tienen algo que contarnos. Luego de siglos de investigaciones, conseguimos nuevas pistas e indicios que podrían cambiar la historia. Este es el caso de Amarna. Y creo que allí es donde cabe la posibilidad de que encuentres alguna pista. Sin embargo, hay algo más sorprendente, el faraón Akhenaton podría descender de estos seres.

— ¡Eso es ridículo!—exclamó horrorizado Mark.

A Lachner, no le gustaba trabajar en equipo. Él se las bastaba solito, y no precisaba de ninguna niñera. Pero había un problema...Esfinge. Debía de consultarle.

—Entiendo su reacción, señor Lachner.

Mark se sobresaltó, cuando lo reconocieron.

— ¿Cómo sabe mi nombre?

—Recuerda que se lo dijo al rabino.

—Antes debo de hacer una llamada, si me permite—contestó Mark.

Esfinge deseaba tener noticias de la misión. Había pasado mucho tiempo, y los nervios empezaban a hacer mella en su cuerpo. De una cosa estaba seguro, no había salido del radio que marcó al arqueólogo. Y eso a pesar de todo, eran buenas noticias. Su móvil empezó a vibrar.

—Señor Lachner, creía que se había olvidado de mí—contestó irónicamente.

—Déjese de tonterías, se lo suplico. Me estoy dejando la piel en esta aventura por satisfacerle.

—Le recuerdo que no está en condiciones de exigir nada—contestó Esfinge en un tono áspero—. Y ahora infórmeme.

—Necesito más radio de acción. He conocido a alguien que puede ayudarme a encontrar su maldito documento. De esta manera, se me haría más fácil hacer mi trabajo. Es imprescindible, se lo ruego.

—Está bien, teclearé en mi ordenador nuevas coordenadas. No obstante, si compruebo que se toma por su cuenta más distancia no dudaré en matarle. ¿He sido claro? No se olvide que tengo agentes por todos lados. No se confíe, señor Lachner.

—Gracias.

Suspiró, al terminar la conversación.

—Mientras estemos reprochándonos nuestros defectos, de menos tiempo dispondremos de encontrar a Mark—respondió Asia.

—En eso estamos de acuerdo—corroboró Garish—. Pero ¿por dónde empezar? No tenemos ninguna pista de la que tirar.

Comenzaba la cuenta atrás.

No había espacio para dilatar más esta situación.

La estrategia a seguir por parte de los jóvenes, debía de ser concisa y coordinar perfectamente los pasos a seguir. No se podían permitir ningún error. Cada minuto que pasaba, era un retraso a la hora de encontrar con vida a Mark Lachner.

Durante algunos minutos, nadie fue capaz de aportar algo. Sus mentes se bloquearon.

Silencio.

De repente, Asia tuvo una revelación:

—Estamos bloqueados, cuando tenemos el arma más potente delante de nosotros. Sin ni siquiera haberlo utilizado debidamente. Hemos sido estúpidos.

Ambos jóvenes se miraron mutuamente sin entender nada.

Garish quiso tomar la iniciativa pero su prometida se le adelantó:

—No te entiendo, por favor explícate, Asia.

— El diario de Howard está repleto de pistas que nos vienen como anillo al dedo. Si sabemos interpretarlo, nos dará las claves para encontrar a Lachner. Y creo, sin temor a equivocarme, que tenemos a la persona perfecta... ¿no es así Garish?


La sangre del faraónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora