Desde la entrevista con el hombre enmascarado, la rutina de Tara había cambiado.
De madrugada, se levantaba soliviantada a consecuencias de las pesadillas que empezaba a padecer. Los ataques de ansiedad, que hasta ese momento empezaron a remitir, volvieron a generarle intranquilidad. Comenzó a consumir ansiolíticos, que por algunos instantes, hacían más amenos esos momentos de incertidumbre. En cambio, los efectos colaterales de los medicamentos, hacían imposible concentrarse en trabajar en su nuevo libro.
La presión a la que estaba sometida, no tenía ni punto de comparación con la vivida anteriormente. Sentirse espiada por alguien, era una sensación que no deseaba ni a su peor enemigo.
Su ordenador emitió un pitido. Al instante, Azlor, supo que debía de atender una videollamada por Skype. Cuando abrió la aplicación, pegó un respingo:
— ¿Otra vez usted?
—Yo también me alegro de saludarla. ¿Se encuentra bien? Tiene mal aspecto—preguntó en un tono sarcástico.
La imagen de la chica distaba mucho de la noche anterior. Unas incipientes ojeras, daba un aspecto de un persona mayor. Sus ojos cansados, era consecuencia de no haber dormido bien.
—Sí, últimamente no logro conciliar bien el sueño. Se lo tengo que agradecer a usted. ¿Realmente que quiere de mí, por qué no me deja en paz? No le debo nada. ¿Me oye?
—Señorita Azlor, no se ponga melodramática, se lo ruego. Solo quiero ayudarla, eso es todo. Usted tiene talento para escribir. En menos de una hora, uno de mis hombres le hará llegar cierta información en dos cajas. En un sobre pequeño, sus honorarios.
Azlor se sentía confundida con su interlocutor.
—A ver si me entero: ¿primero critica mis libros, diciéndome que me hace falta perspectiva y ahora halaga mi talento? Es increíble cómo cambia de opinión. Y así quiere que yo le ayude. Comprenderá que no puedo confiar en usted.
—No vuelva a desafiarme, Tara. Recuerde que controlo su vida. Y yo soy quien mueve los hilos aquí—contestó pegando un golpe en la mesa—. Déjese de hacerse la heroína y escuche.
Tara, solo pudo hacer una cosa, escuchar.
—La humanidad ha estado engañada todo este tiempo—comenzó su discurso—, llevada por intereses de alguien para que no se conozca el verdadero origen del Egipto faraónico. Es verdad que científicos han investigado hasta la saciedad por descubrir sus verdaderos orígenes. No han cesado de salir resultados que podían ser congruentes, pero siempre han sido repentinamente olvidados. Por eso, pongo en sus manos documentos que serán definitivos. Deberá de escribir un libro, lo único que dejo a su elección es el título. Esas pruebas son copias, si leo que ha cambiado alguna coma o una fecha o simplemente interpreta de otra manera el texto, la mataré.
— ¿Y qué hago después con la información? ¿Y los derechos de autor?
—Cuando termine el libro, deberá de guardarlo un año. Seguidamente, lo quemará. Por los derechos de autor, no se preocupe. Recibirá un cuarenta por ciento de las ventas, el restante lo donaré a obras de beneficencia. Ya he dado órdenes a los abogados. Necesitaré el contrato firmado. Lo tendrá que enviar a la dirección de email que se le indica. Después de todo esto, le aseguro que será una mujer muy rica.
La conexión se cortó inesperadamente.
Tara Azlor se preguntaba que relevancia tendría la documentación que esperaba recibir en tan breve espacio de tiempo. ¿Merecería tanto la pena?
Unos golpes de nudillos, sonaron en la puerta.
Azlor caminó hasta la puerta. Cuando la abrió, en el suelo todo estaba tal y como había dicho el hombre enmascarado. La chica recogió los bultos mirando a un lado y a otro del pasillo.
Impaciente por conocer cuáles serían sus honorarios, primero abrió el sobre. En su interior, habría alrededor de cien mil dólares. Inmediatamente, abrió una de las cajas. Sacó los dossiers y se puso a leerlos.
"¡No puede ser! Esta información cambiara el rumbo de la historia".
Tara se sumió toda la noche en la lectura, sin dar crédito a lo que leía. Ahora comprendía que sus investigaciones, en muchos casos, no habían sido objetivas.
Ataviada con una bata de seda negra, Tara estaba sentada en el alféizar de la ventana de su apartamento. Con la vista fija en la torre Chrysler iluminada con los primeros rayos del sol de la mañana. Intentando darse tiempo para dirimir el alcance de la revelación que apenas unas horas había sostenido entre sus manos.
La incertidumbre asoló su atorada cabeza.
De manera muy drástica a su parecer, se vio atrapada en una tela de araña a punto de ser devorada.
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La sangre del faraón
AdventureMark Lachner es secuestrado por una antigua sociedad secreta. A pocos días de una exposición, Asia Amble, Conservadora del Departamento de Egiptología del Museo Británico, encuentra por casualidad un diario donde se detalla el hallazgo de una ciudad...