A pocos minutos de la entrevista con el director del Museo de El Cairo, Asad Amani, Asia Amble consultaba su reloj con cara de pocos amigos. Desconocía el motivo por el cual su cita se retrasaba tanto. Si había algo que no soportaba, era la impuntualidad. Por otro lado, podía intentar comprender que la responsabilidad de su cargo requería dedicación completa. No obstante, no era causa eximente de notificar mediante su secretaria, la demora de la reunión.
Asiduamente, recordaba que una de las máximas premisas que logró inculcarle su padre era que: "la puntualidad era la tarjeta de presentación más importante de una persona responsable". Lo que siempre le estaría agradecida.
Nada de lo que dijera o hiciera Rashida para templar los nervios de Amble, hacia el efecto esperado en ella.
Asia era una de esas mujeres de firmes convicciones y principios difíciles de cambiar.
Transcurridos cuarenta y cinco minutos, Asad Amani apareció al fin:
—Disculpen por el retraso—comentó avergonzado tras leer en la cara de Amble que podía haber avisado de esta demora—. Hemos tenido un problema de última hora que me ha llevado bastante tiempo solucionarlo.
—No se preocupe, señor Amani —comentó conciliadora Rashida, intentando quitarle un poco de hierro al asunto—. Sabemos la enorme responsabilidad que conlleva su cargo.
—Por su cara señorita Amble, creo que no está de acuerdo con la apreciación de la señorita Larek—añadió al comprobar que la joven conservadora seguía un tanto molesta.
—En absoluto, lo que sucede es que un simple mensaje a su secretaria, nos hubiera ahorrado la espera—comentó de forma airada.
La afirmación de Amble, añadía si cabe más tensión al ambiente.
Con los reproches entre unos y otros, Garish fue un mero espectador que pasó inadvertido por el director del museo de El Cairo. Una vez más templada la atmósfera, Amani giró la cabeza y vio al egiptólogo callado en un rincón del despacho, absorto en sus pensamientos sin apenas mediar en el conflicto.
—Señor Bowman, lamento no haberlo saludado—comentó mientras caminaba hasta la posición del hombre extendiéndole su mano derecha—. En Egipto, le estamos enormemente agradecidos por su implicación con nuestro pasado. Recuperar el papiro fue la mayor recompensa para nosotros.
—Sólo hice lo que me dictó mi conciencia. No tuve la más mínima duda en que el mejor sitio de esa pieza fuera un museo. No concebí ni por un momento que aprendices de coleccionistas sacaran tajada de algo que pertenece al pueblo egipcio. En este camino me he dejado atrás a mi mayor apoyo cuando nadie apostaba por mí, Sheldon Dorman. A pesar de sus continuos escarceos vendiendo obras de arte al mejor postor, sigue siendo mi referente en esta profesión. A la cual, debo tanto—argumentó sentado en un pequeño sillón.
—Comprendo por lo que está pasando. Hay momentos en la vida, en los que confías en determinadas personas y ves como por razones de la vida, poco a poco van decepcionándote—añadió Asad Amani.
Con los ojos vendados, Lachner se encontraba acostado boca arriba en la cama de la habitación de cualquier hostal de Luxor.
Por la ventana, los primeros rayos del amanecer en el desierto, entraban fulgurantes iluminando por completo la estancia. En un acto reflejo, el arqueólogo se destapó los ojos con cierto temor. Una vez que los descubrió, su visión borrosa por efecto de algún somnífero o tranquilizante, hacía imposible ubicarse en el espacio.
— ¿Dónde estoy?—se preguntó sorprendido.
Segundos más tarde, su visión se volvió más nítida.
Pudo descubrir el lamentable aspecto de las paredes que presentaban un claro ejemplo de continuo abandono por parte del dueño. Las manchas de humedad eran evidentes, y en otros casos, las manchas de sangre eran simplemente el resultado de matar a los mosquitos que habían picado a los anteriores inquilinos.
Otra vez la escena se repetía: en cuestión de dos días. Era como si el tiempo hubiera entrado en un continuo bucle.
Un tanto aturdido, Mark se incorporó en el borde de la cama con movimientos torpes, a consecuencia de que el efecto del medicamento aún no había pasado. Con un gran esfuerzo mental, intentó averiguar cuál sería el próximo movimiento, (como si se tratara de una partida de ajedrez) para poder adelantarse y jugar por primera vez con ventaja. Siempre iba a rebufo de su secuestrador.
El poco tiempo que tuvo para conocerlo, pudo comprobar in situ, que era un individuo muy metódico y estricto en su manera de proceder. No dejaba nada al azar. Para él, no debía de haber flecos sueltos. Y eso hacía más difícil anticiparse a sus movimientos.
Por el rabillo de su ojo izquierdo, observó que en un pequeño taburete a modo de improvisada mesita de noche, reposaba un teléfono sin conexión a internet, y a su lado, un sobre del tamaño de un folio. Con su tembloroso brazo, cogió el paquete y sacó una hoja de papel.
Leyó el contenido en voz alta:
—"A partir de aquí empieza su misión. Deseo que no me decepcione, he invertido mucho dinero y tiempo en este ambicioso proyecto. He jugado mis cartas para apostar al caballo ganador. No creo que en ningún momento de nuestra convivencia, le haya dado la impresión de ir de farol, en caso contrario, resultaría muy estúpido por su parte. Como jugador de póker experimentado, reconozco perfectamente cuando mi adversario se esconde algún as bajo la manga. Así que no haga usted lo mismo. Cíñase al plan y le prometo que su familia no correrá ningún peligro. Las instrucciones están detalladas en los siguientes folios"
—Maldito seas. —Espetó de forma taxativa arrugando el papel con ira—. Juro que te mataré—añadió levantándose.
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La sangre del faraón
PertualanganMark Lachner es secuestrado por una antigua sociedad secreta. A pocos días de una exposición, Asia Amble, Conservadora del Departamento de Egiptología del Museo Británico, encuentra por casualidad un diario donde se detalla el hallazgo de una ciudad...