Muy contrariado por la nueva afrenta del arqueólogo, Esfinge, intentó por todos los medios templar los nervios.
Una de las cosas que más le sacaba de quicio era que lo desafiaran. Siempre tenía que llevar el control de la situación, y con Lachner había encontrado un hueso duro de roer. No era muy amigo de dar explicaciones, pero esta vez haría una excepción. Debía de cuidar su inversión a toda costa, si quería cumplir con su objetivo.
—Puedo confirmar sin error a equivocarme, —comenzó a decir Esfinge, mientras se acercaba caminando hasta la posición del arqueólogo—que usted es de esas personas que necesitan a otras para que le baile el agua. Con el único objetivo de sentirse poderoso. No se esfuerce en demostrarme nada. No pretendo ser su enemigo, es la verdad. Nuestra relación es estrictamente profesional. De hecho, le admiro. Ha superado muchas situaciones realmente embarazosas. Quedé impresionado cómo salió del desierto de Atacama. Dios que valiente. He estudiado minuciosamente su curriculum; es usted todo un Indiana Jones...
Mark mantuvo en todo momento una cierta tranquilidad a pesar de las taladrantes palabras de su anfitrión que penetraban en su cabeza al igual que un martillo neumático.
— ¡Qué palabras más bonitas, creo que voy a llorar!—respondió Lachner irónico.
— ¿Todavía le quedan ganas de bromear?—preguntó con sarcasmo el hombre de la máscara faraónica.
Ambos hombres se ensalzaron en un combate dialéctico que poco a poco iba subiendo de tono.
—Juro por Dios que cuando acabe todo esto, le mataré—blasfemó el arqueólogo con su dedo índice indicando el cielo.
—Jajajajajaja—soltó una carcajada cínica—. Otra vez me ha subestimado, y ya van varias. ¿Se cree que me iba a quedar de brazos cruzados? ¿Qué no me cubriría las espaldas? ¿O simplemente, piensa que está tratando con un pardillo? Antes que usted levante un dedo en contra mía, en cuestión de segundos habrá muerto. Verá, se lo explicaré despacito a ver si me entiende: en su brazo izquierdo, se le ha implantado un dispositivo controlado con la IP de mi ordenador que expelerá un tóxico letal. Por otro lado, en su brazo derecho, otro dispositivo controlado con el GPS de mi móvil, explotará en el caso que usted se desvíe de la ruta establecida.
La cara de Lachner, hablaba por si sola.
—Creo que lo ha entendido perfectamente. Así que, déjese de ser el gallo de este corral, y hablemos de una vez por todas de negocios—sentenció rotundamente.
Ya no quedaba otra que acatar las órdenes impuestas por su secuestrador. Por mucho que se esmerase en debilitar su voluntad, ese hombre estaba hecho a prueba de bombas.
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La sangre del faraón
PertualanganMark Lachner es secuestrado por una antigua sociedad secreta. A pocos días de una exposición, Asia Amble, Conservadora del Departamento de Egiptología del Museo Británico, encuentra por casualidad un diario donde se detalla el hallazgo de una ciudad...