Capítulo 15

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Asad Amani sacó del cajón superior de su escritorio los pertinentes permisos solicitados al Ministerio de Antigüedades. Los documentos habían sido firmados por el ministro Farad Gamal. El ministerio se creó a raíz del consejo supremo de Antigüedades en 2011 durante el gobierno de Hosni Mubarak para mejorar la seguridad y acabar con el robo de antigüedades egipcias.

Con el rostro más relajado, Asia Amble consiguió esbozar una sonrisa de satisfacción, cuando el director le entregó la documentación.

A su lado, Rashida se sintió aliviada de ver como su amiga había encarado con otra perspectiva todo lo acontecido minutos antes. La joven, por unos minutos pensó que todo se iba a ir al traste, por los malditos nervios de Amble.

Por su parte, Garish abandonó su soledad y se acercó hasta Asia. Leyendo por encima de su hombro el documento.

—Estoy cansado de tanta palabrería y de burocracia. Cuando vamos a pasar a la acción. Me aburro—protestó enérgicamente Bowman.

Su prometida le lanzó una mirada fulminante. A continuación, suspiró exacerbada.

— ¿Qué?—replicó Garish, encogiéndose de hombros.

—No se preocupe, señorita Larek. Entiendo a su prometido, de veras—contestó Asad, sin darle importancia al comentario—. Toda esta burocracia, señor Bowman, ha sido estrictamente necesaria. Las leyes de este país en cuestión de investigación de nuestro patrimonio son muy estrictas. Son varias las mafias que circulan por Egipto. Y por este motivo, nos hemos vuelto muy recelosos.

— ¿Qué saben del paradero de Mark?—preguntó Asia.

—Las noticias son muy confusas. Las últimas de que disponemos, se remonta hace cuatro meses. Cuando el único superviviente Klaus Kauffman, asegura que los sorprendió una patrulla. Sin mediar palabra, abrieron fuego con sus kalashnikov a diestro y siniestro.

— ¿Se fía de este hombre? ¿No puede ser que se lo esté inventando?—exclamó un escéptico Bowman.

Rashida movía la cabeza de un lado otro, en señal de impaciencia.

—Garish deja ya de importunar, por Dios.

—Es nuestro único testigo y debemos de darle alguna oportunidad a su versión. Hay otra cosa aún más increíble. Asegura Kauffman, que en la puerta trasera del jeep había lo que parecía un antiguo emblema de alguna Logia Masónica. ¿Le suena?

Todos negaron al unísono.

Absolutamente nadie supo que decir. En el despacho, se generó un ambiente de confusión que ninguno supo cómo romper el hielo.

Asia fue la única que se atrevió:

­— ¿Sabe por casualidad dónde podemos localizar a Klaus?

— Lo cierto es que después de estar recuperado volvió a Egipto y se casó con una mujer árabe llamada Naur. Actualmente, vive en una casa cerca del aeropuerto de Luxor—explicó Asad. —Creo que tengo su tarjeta. —Añadió poco después.

En el rostro de los asistentes, se albergó un rayo de esperanza de encontrar a Mark.

Klaus Kauffman tomaba el té en la terraza de su casa. El sirviente, un hombre blanco, con aspecto de inglés llamó su atención:

—Disculpe señor Kauffman, en el vestíbulo preguntan por usted.

— ¿Quiénes son?—preguntó intrigado.

—Vienen de parte del director del museo de El Cairo—respondió en voz baja.

—Está bien, que pasen. Veremos en qué puedo ayudarle.

El hombre caminó con paso parsimonioso, sin prisa. Y los condujo hasta Klaus.

—Tomen asiento, por favor—comentó con una exquisita educación—. ¿Ustedes dirán?

—Mi nombre es Asia Amble, la nueva conservadora del Museo Británico. Y mis acompañantes son: Rashida Larek y su prometido...

—El intrépido egiptólogo, Garish Bowman—terminó la presentación.

— ¿Qué sabe del secuestro de Mark Lachner?—preguntó incisivamente Garish.

—Tengo vagos recuerdos, aún no he podido dormir tres horas seguidas. Pero quiero olvidar ese incidente lo antes posible, se lo aseguro. Después de interpretar la información que manejábamos, me di cuenta que había algo que no cuadraba. La estructura de aquellas construcciones nada tenía que ver ni en grados ni en posición con respecto a las constelaciones. Y cuando quise compartirla con Mark, nos atacaron una serie de vehículos militares. Abrieron fuego a discreción, sin mediar palabra. A mí me hirieron en una pierna, y me hice el muerto. Pero a Lachner, lo secuestraron.

— ¿Pueden haber sido alguna sociedad masónica?—preguntó Rashida, interrumpiendo el argumento de Klaus.

—Por supuesto, no se puede descartar bajo ningún concepto ese dato—respondió Klaus.

— ¿En la actualidad, perduran algún resto de estas sociedades?—inquirió Asia implacablemente.

— ¿Señorita Amble, me cree tan estúpido para afirmar tal cosa? Ese día estuve en shock y posiblemente vi fantasmas donde no lo había. Caí desmayado, minutos después. En mi alma, lamento profundamente, que mi amigo, Mark Lachner fuera secuestrado. Me culpo cada segundo de mi vida de no haberlo ayudado—contestó sin mirar a la cara a la joven.


La sangre del faraónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora