Capítulo 41

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Mark aguzó su oído izquierdo. Con la palma de su mano, impuso silencio a Tullen que no paraba de hacer apreciaciones sobre ese grandioso lugar.

—Michael creo que he oído voces que provienen relativamente cerca.

— ¿Estás seguro?—preguntó preocupado, por la falta de oxígeno en su cerebro—. Creo que todavía tu cabeza te está jugando malas pasadas.

Lachner empezó a dudar y no quiso emitir un juicio hasta que las palabras no se hicieran cada vez más latentes.

Sospechó que al ser un lugar excavado en la roca, cualquier sonido que se produjera reverberaría produciendo sonidos similares al habla humana. Por ahora, se conformaría con su propia hipótesis.

Dubitativo le daría el beneficio de la duda a Tullen, aunque él no estaba muy convencido de que se estuviese volviendo loco.

Michael empezó a sentirse un tanto intranquilo, puesto que cualquier contratiempo ahora que estaban tan cerca echaría a perder la expedición. No perdería de vista a Lachner, que por momentos empezaba a desvariar.

Mark quiso que sus sospechas fueran ciertas, para quitarse de encima la espina y demostrar a su compañero que tenía razón. Que nada de lo que él comentó era fruto de su imaginación.

Y que tarde o temprano tendría que disculparse.

Con pulso de cirujano, Garish sacó los papiros del sarcófago. Acto seguido, suavemente y manteniendo la respiración, inspeccionaba el texto de los documentos encontrados. Escritos en demótico con un tipo de tinta muy avanzada para su tiempo.

Bowman recordó mentalmente como en un artículo la revista Psy.org afirmaba que: hasta ahora los expertos creían que toda la tinta estaba basada en el carbono hasta por lo menos los siglos IV d. C. – V d. C. El nuevo estudio sugiere que los escribas del antiguo Egipto podrían haber utilizado tintas avanzadas cientos de años antes de que otras culturas comenzaran a hacer uso de este método.

La información sobre la tinta a base de cobre fue descubierta por un equipo interdisciplinario de investigadores de la Universidad de Copenhague.

En el instante que terminó de descifrar su contenido, emitió un grito que corrió como la pólvora por el interior de la cámara subterránea:

— ¡¿Es una broma?!

Asia que estaba a unos cinco metros detrás del egiptólogo, se sobresaltó.

— ¿Qué ocurre Garish? Joder, me has dado un susto de muerte.

Cuando Amble se acercó, el rictus del egiptólogo se había vuelto lívido. Con una mueca de horror, al igual que el rostro de las miles de momias que había visto en su carrera.

Para poder recomponerse del susto, Garish tuvo que inspirar y exhalar durante algunos segundos. Una técnica que desde hacía meses atrás puso en práctica.

—Este documento hace alusión al árbol genealógico del faraón Akhenaton. Según parece, desciende de los supervivientes de la Atlántida que llegaron a Egipto. El escriba Amenhoren Hutshen, fue el designado por el rey para elaborar su genealogía. Siguiendo sus instrucciones, Amenhoren compartió la información con los Seguidores de Horus. Los cuales guardaron el secreto durante milenios. Y que la profecía se cumpliría.

Rashida asintió al oír la revelación.

—Entonces, tenías razón Garish.

Garish había sufrido un tremendo revés con la inesperada revelación. En ese corto plazo de tiempo, todo su orgullo de egiptólogo fiel a sus principios más profundos tocaba fondo. Se lamentó por ello.

Por mucho que le doliera en el alma, tuvo que aceptar refunfuñando su craso error a negar lo evidente.

A su lado, Asia observaba con aire de sorpresa como un paralizado Bowman, sin poder de reacción, sostenía el papiro con las dos manos.

La joven supuso que esa genealogía del faraón supondría el punto de inflexión necesario para explicar de forma contundente el origen del Antiguo Egipto.

Tullen se sobresaltó al escuchar el grito.

— ¡Ves Michael como no mentía!—exclamó Mark seguro que no se había inventado nada.

—Lo siento, no debí desconfiar de ti. Pero entiéndeme, sufriste un colapso—contestó Tullen—. Debemos averiguar quién hay aquí—añadió poco después.

—Reconozco esa voz.

— ¿Cómo?—respondió el reportero.

—Se trata de Garish Bowman.

En cuestión de segundos, Mark asumió con toda seguridad que la presencia de Bowman respondía a un solo motivo: habían iniciado su búsqueda.

A continuación, Lachner tendría la oportunidad de demostrarse a sí mismo de que pasta estaba hecha. Es decir, si poseía las suficientes agallas para arrebatar una vida humana.


La sangre del faraónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora