Tara Azlor regresaba de noche a su apartamento situado en el Upper East Side.
Su gira presentando su libro había sido todo un éxito. Congregando a multitud de personas que habían leído sus libros, que llevadas por la curiosidad no dudaron en conocer a su escritora favorita.
Tara volvía la cabeza de vez en cuando, como advirtiendo que alguien la seguía de cerca. Paulatinamente, aceleraba el paso para ponerse a salvo dentro de la boca del metro. Aunque era una zona acomodada de Nueva York, siempre había que estar alerta. Y Azlor, tomaba precauciones.
Cuando la joven llegó a la estación, en la calle, un mendigo pedía limosna con un pequeño letrero. El hombre, de unos treinta años, vestía un abrigo marrón largo recogido de algún contenedor. Para resguardarse del frio, en sus manos tenía unos mitones que dejaban al descubierto sus dedos morados. En su cara lucía una espesa barba de varios días. Conmovida por el aspecto desmejorado del individuo, la joven sacó de su bolsillo un billete de cinco dólares. En el instante, que se iba a agachar para depositar su ofrenda, el vagabundo sacó una pistola.
—Señorita Azlor, no haga estupideces, si grita no dudaré en disparar se lo aseguro—amenazó de forma contundente mientras se levantaba.
Azlor quedó petrificada, aquel sin techo era solamente un señuelo. No parecía lo que decía ser. Había caído en la trampa. Sorprendida respondió:
—No entiendo nada, ¿cómo es que me conoce?
—Pronto tendrá respuesta a su pregunta—respondió el falso vagabundo.
A medida que iba caminando amenazada por aquel hombre, Tara iba sopesando mentalmente los distintos escenarios a los que tenía que hacer frente: ¿Para quién trabajaba ese tipo? ¿A qué se debía su secuestro exprés? ¿Era por dinero, o tal vez un admirador desquiciado?
A pocos metros de su posición, en una calle adyacente, una limusina de color negro emitió de sus faros ráfagas cortas deslumbrando a la joven. Segundos más tarde, cuando ambos llegaron a su altura, las puertas del vehículo se abrieron de par en par.
Azlor fue introducida de forma violenta en su interior. Derrumbándose en el asiento trasero tapizado de cuero negro. Mientras se incorporaba, observó en frente suyo a un hombre con el rostro oculto detrás de una máscara. El enmascarado doblaba un ejemplar del Financial Times y lo posaba en su regazo.
—Disculpe los modales de mi hombre—comentó.
—A ver si lo educa para que trate mejor a una dama—ironizó en su comentario—. ¿Quién es usted? ¿Por qué me ha secuestrado?—añadió atropelladamente—. ¿Cuál es su nombre?
— Tranquila señorita Azlor, no está secuestrada, se lo aseguro. Cuando conozca mis intenciones hacía usted, podrá irse. Conozco su obra, y he de confesarle que en su último libro, no ha sido muy objetiva—hizo una pausa—. Por eso quiero hacerle un negocio.
— ¡Vaya un crítico que quiere mantener oculta su identidad! No había caído en esto—respondió cínicamente—. Me he topado con muchos a lo largo de mi carrera, pero esta es la primera vez que alguien no da la cara.
— ¡Qué graciosa, nos ha salido la niña!—exclamó con una sonrisa incomoda mirando a su matón—.Tenga mucho cuidado, no vaya a ser que cambie de opinión y tenga que lamentarlo—amenazó poco después.
—Lo lamento, no volverá a suceder—se excusó inmediatamente.
La reacción de aquel hombre puso los vellos de punta a Tara.
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La sangre del faraón
AventuraMark Lachner es secuestrado por una antigua sociedad secreta. A pocos días de una exposición, Asia Amble, Conservadora del Departamento de Egiptología del Museo Británico, encuentra por casualidad un diario donde se detalla el hallazgo de una ciudad...