Tras un inquietante silencio, y todavía sin asumir completamente el increíble impacto visual, Mark preguntó con curiosidad:
— ¿Qué quieren demostrar con todo esto? ¿Quién son ustedes?
—Nos denominamos los auténticos descendientes de nuestro dios. Por nuestras venas, corre la sangre de aquellos que divulgaron el conocimiento de las construcciones de las pirámides de Egipto. Los verdaderos y únicos faraones—hizo una larga pausa—. Durante milenios nuestra estirpe ha gobernado en el Antiguo Egipto. Para preservar nuestra especie, decidimos otorgar al pueblo egipcio de un digno soberano...
Mientras escuchaba la explicación, tuvo la tentación de hacer varios ademanes de interrumpir a su interlocutor.
—En breves instantes, mi asistente personal, Nailah, le acompañará a un pequeño banquete deferencia de mi persona hacia usted. Para que coja fuerzas, considérelo un regalo por su colaboración—comentó mientras abría la puerta accionando un pequeño dispositivo desde la mesa de control—. Necesito que esté en plena forma—añadió.
Tras siete segundos, la puerta del fondo a la derecha detrás de la imagen de la diosa ISIS, se abrió con un fuerte chirrido, ensordeciendo a Lachner, que se tapaba los oídos. De la oscuridad, apareció una esbelta mujer, con una túnica de sacerdotisa egipcia. El tejido de gasa se ceñía a su cuerpo como un traje de neopreno. Tocada con una peluca de color negro. En su brazo derecho lucía un brazalete de un áspid, en homenaje a Cleopatra.
Mark Lachner se quedó mudo. Aquella mujer era de una belleza arrebatadora. Casi de un salto, el hombre se incorporó para recibir a su acompañante.
—Encantado de conocerla, señorita Nailah.
—Por favor, si es tan amable de acompañarme. Tengo órdenes muy explicitas de mi amo—contestó fríamente.
—De acuerdo—contestó Mark sin mirarla a la cara.
Cuando ambos llegaron a la sala, un hombre con una máscara egipcia presidia una enorme mesa vestida para recibir a su ilustre invitado. Mark tomó asiento sin decir ni media palabra, a la espera de que su anfitrión rompiese en algún momento el hielo.
Lachner mientras tanto, tragaba saliva un tanto incómodo.
Su misterioso anfitrión, hizo un gesto con la cabeza a su asistente. Quien rápidamente captó el mensaje abandonando la habitación; desapareciendo sigilosamente.
Tras unos instantes de desconcierto, por fin, el hombre enmascarado habló.
—Al fin nos conocemos.
— ¿Por qué yo?—preguntó Lachner tartamudeando—. ¿Asesinó a mi equipo?
—Señor Lachner, he seguido su trayectoria profesional al milímetro. Sus investigaciones han sido determinantes para estrechar nuestra colaboración. Sé de antemano, que razones no le faltan para levantarse ahora mismo y si tuviera un arma entre sus manos pegarme un tiro en la cabeza. Pero no se haga ninguna ilusión...—se interrumpió para hacer una pausa—. Lamentablemente para usted, yo tengo la sartén por el mango.
—Ganas no me faltan, créame—afirmó mientras intentaba examinar al hombre con el rostro cubierto.
Ahora que tenía cara a cara a su captor, estudiaría cualquier gesto o si tuviera algún tipo de tatuaje que le diera alguna pista de la procedencia de ese hombre. En los pocos segundos que había hablado, le dio la impresión que hablaba un inglés con acento de Europa del Este. Sin embargo, no quería precipitarse...
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La sangre del faraón
AdventureMark Lachner es secuestrado por una antigua sociedad secreta. A pocos días de una exposición, Asia Amble, Conservadora del Departamento de Egiptología del Museo Británico, encuentra por casualidad un diario donde se detalla el hallazgo de una ciudad...