Capítulo 53: Aroma Alfa

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Sinopsis: Es asombroso que la curiosidad del hombre le ha permitido alcanzar sus mayores logros, y que en ocasiones también haya sido razón para sus crueldades más duras.

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Capítulo 53: Aroma Alfa

Cuando Tomura cumplió seis años la marca que lo identificaba como alfa brotó en su pecho, casi a la altura de su hombro izquierdo, con una lentitud exasperante. Había visto las flores en los omoplatos de su padre, bulbos rojos como la sangre con hojas estrechas y largas de un color verde oscuro. De los bulbos nacían los pétalos delgadísimos del mismo color que se apiñaban encima formando una especie de domo coronado con hilos rojos que parecían envolverlo. Su padre la llamaba la flor de la araña, dado que los hijos se asemejaban a las patas de la criatura y los bulbos hacían pensar en cuerpos peludos e inmóviles listos para atacar.

Su padre siempre había procurado cubrir la flor que tenía en la espalda y no mencionarla nunca, pero por las noches, antes de irse a dormir, le hablaba de ellas. De lo que representaban y el valor que se le daba según su posición. Esas eran conversaciones secretas que mantenían al amparo de la noche mientras el resto del mundo dormía. Un mundo que Tomura veía con asombro pues cada uno era diferente del resto. Había hombres con alas y otros con dientes de serpiente, había cabezas de toro y colas de gato, cada uno de ellos especial y único a su manera, excepto él que no poseía característica alguna.

—Nuestra característica especial son las flores —había dicho su padre mientras lo sentaba en sus rodillas y le hablaba de su gente.

Alfa y omega, diferentes y complementarios, que coexistían en las historias que su padre compartía con él junto a la luz de las lámparas. Su madre –a quien no había conocido pues había muerto cuando él era un bebé– había sido una omega al igual que su hermana –que también había muerto en el desierto–; su padre era un alfa –como correspondía a la cabeza de familia–, y luego estaba él, que seguía sin tener flores ni una característica especial.

—La marca vendrá cuando cumplas seis años —repetía su padre cuando Tomura insistía en las flores—, mientras tanto guarda silencio y presta atención. Esa marca es nuestra y si nuestros enemigos las descubren nos cortarán la cabeza.

Su padre decía que la gente de las montañas con las alas de pájaro no sentía aprecio por aquellos con las marcas de flores, así que lo mejor era permanecer oculto mientras su padre seguía perfeccionando su control sobre las bestias del desierto a la vez que intentaba extender sus influencias. Y mientras tanto Tomura crecía esperando que la flor llegara a él.

Nunca lo hizo.

A los seis años apareció la primer hoja de un verde oscuro asombroso, justo sobre el hombro izquierdo que lo señalaba con un alfa, igual que su padre. Ese año las hojas fueron brotando en la misma región, apiñándose en torno a un tallo largo que se asemejaba a una enredadera, verde y más verde sin rastro alguno de color. La flor no llego en ninguno de los que años siguientes, todo lo que había en su cuerpo era un campo de hojas.

Tomura lo detestaba.

En un principio su padre había encontrado fascinante la falta de flores, había dedicado días a estudiar el fenómeno hasta que sus obligaciones lo habían atrapado una vez más en la organización de grupos, la planificación de su golpe de estado, sus experimentos con las bestias noumu y en general la construcción de un mundo nuevo. Las flores de su hijo dejaron de ser prioridad. Si Tomura se ponía necio le contaba la leyenda del alfa sin flores que se había coronado como el primer rey de las tribus bárbaras.

—Y el día de su coronación —decía—, las flores brotaron de su pecho como gotas de tinta para que todos sus súbditos las adoraran. Así será contigo, cuando estés listo las flores vendrán.

Bouquet de Flores [BKDK & KRKM]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora