Nacido en el año del Cerdo

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- 1971 -

- ¿Tienes todo lo que necesitas, hijo? – el hombre hizo esta pregunta, sin levantar sus ojos de un artefacto montado sobre un trípode de escritorio, al sentir la presencia de su hijo en el umbral de su oficina; Ivan Dolohov se encontraba enfrascado en un complejo mecanismo de engranajes y circuitos de lo que sería un prototipo de acelerador de vuelo para una escoba bastante exclusiva e innovadora.

Antonin humedeció sus labios y recargó un lado de su alto cuerpo en el enorme marco de la puerta de entrada; realmente había crecido y sin dudas superaría en altura a su padre algún día.

- Si padre... - susurró acomodando su negro y ondulado cabello detrás de su oreja mientras observaba como el artefacto emitía un silbido, haciendo que su padre chasqueara la lengua y detuviera el funcionamiento del mismo, para comenzar a hacer algunos ajustes y anotaciones – Pero...

Ivan Dolohov se detuvo en su tarea y observó detenidamente a su hijo, directo a los ojos.

- Antonin... - advirtió observándolo por encima del marco de sus anteojos.

El muchacho largó un bufido y se rascó el costado de su cabeza, justo sobre su oreja, visiblemente nervioso.

- Necesito saber por qué... - cuestionó en un susurro – Pasamos por la puerta de la maldita tienda...

- No hables así, Antonin – lo interrumpió su padre, con voz baja.

- ... ¡Estaba abierta! – continuó haciendo caso omiso a la interrupción de Iván – Todos mis futuros compañeros estaban allí, esperando para la compra más importante... Y simplemente pasamos de largo...

Iván apretó sus labios y volvió a la tarea de prueba de su mecanismo, intentando ignorar la presencia de su hijo.

- Siempre soy el raro... el diferente – comenzó a decir el muchacho, molesto, al ver que su padre evadía la situación – Me educan en Rusia, pero no me envían a Durmstrang... si no a Hogwarts; recibí las cartas de ambos institutos y no me han dejado elegir... simplemente tú y ella argumentaron trasladarse aquí, a Londres.

- Tu madre lo quiere así... - contestó Ivan hastiado – Quiere que sigas con su tradición.

Antonin chasqueó la lengua.

- Ella está loca... - interrumpió haciendo que su padre dejara el mecanismo y se pusiera de pie – Su varita es de Ollivander's... si quisiera que siga con su tradición, habríamos hecho la parada allí – largó cruzándose de brazos y observando el rostro encendido de su padre quien se detuvo frente al mueble que estaba próximo a la puerta - ¿Acaso van a mandarme a un colegio de hechicería sin varita?.

Ivan apretó sus labios nuevamente y esquivó la mirada de su muchacho mientras estudiaba el interior del armario.

- No... claro que no, Antonin – contestó esta vez con tranquilidad repasando algunas latas repletas de tornillos encantados – Pero me temo que Ollivander no tiene ninguna varita que se ajuste a ti... o por lo menos tu madre lo cree así después de que tu magia se revelara de la forma que lo hizo.

Antonin puso sus ojos en blanco y largó un bufido hastiado.
La magia había estado siempre presente en su vida y en su familia, pero no fue hasta sus diez años que su núcleo mágico se reveló, evidenciando que efectivamente sería un mago y haciendo que sus padres, sobre todo su madre, suspiraran aliviados de que ningún gen Muggle o Squib había afectado a su primogénito.

Pero el problema había sido la forma en la que ésta se había mostrado: tempestuosa, agresiva y explosiva... simplemente había estallado, oscura e impiadosa, una tarde de verano en Rusia.