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- 1979 -


- Disculpe señor Mulpepper – susurró Severus mientras caminaba detrás del boticario que se encontraba algo entrado en años, con una cojera permanente – Nos hemos quedado sin centinodia y también quedan muy pocas cortezas de azarollo... he intentado comunicarme con el proveedor durante toda la semana, pero dice no tener existencias... y no sabe ni siquiera cuándo puede llegar a conseguir...

El hombre aclaró su garganta y asintió mientras acomodaba sus lentes con gran aumento.

- Puedes ir a fijarte al local del Callejón Diagon... posiblemente allí quede algo de centinodia; los de aquel lado suelen llevarse más ingredientes para elaborar filtros de amor que pociones multijugos – dijo el hombre con una sonrisa que se contagió a su joven empleado – Por cierto... ¿Cómo fueron tus vacaciones en Tailandia? Hace unos años estuve allí y quedé bastante prendado con ese sitio... pero con esta cojera es un poco difícil regresar a ese destino.

Severus asintió y juntó sus labios, para luego acomodar su cabello detrás de su oreja.
El anillo en su anular izquierdo brilló y reflejó la ténue luz que entraba por la polvorienta ventana.

Hacía poco había regresado de su Luna de Miel y era un feliz recién casado con uno de los magos más guapo e inteligente de todo Inglaterra.

- Mucho calor y mosquitos... - susurró el pelinegro con una sonrisa – Parecía que mi esencia no les agradaba demasiado, pero a Antonin... vaya, no le dieron tregua – agregó en una carcajada que provocó que el Señor Mulpepper también riera.

- Dicen que los rusos son de buena sangre – retrucó el hombre con voz sugerente, lo que provocó que las mejillas del pelinegro se tiñeran de rojo y bajara la vista, azorado – Me alegro que hayan disfrutado sus vacaciones... pero ve Severus, antes de que aquel flojo de Lovegood confunda el díctamo con cicuta – agregó mientras un pergamino y una pluma a vuelapluma lo seguía, continuando con el inventario de aquellas cosas que faltaban.


El pelinegro salió hacia el Callejón Knockturn y sonrió al observar su anillo nuevamente; una hermosa pieza de oro blanco trenzado, con una piedra aún más hermosa, redonda y de un color lechoso, como si en su interior contuviese vapor.
Pero Severus sabía que no era vapor lo que se encontraba allí dentro: era espuma... dentro de ese pequeño círculo, Antonin le había jurado que se encontraba un mar entero, uno que misteriosamente había desaparecido hacía miles de años, dejando un desierto en su lugar... acción que atribuyó a sus ancestros, quienes fabricaron tan bonitas piezas que ahora los unían.

Llevaban un mes de casados... y ciertamente se hallaba feliz de su destino.

Antonin había finalizado sus estudios en el Instituto Durmstrang con altas calificaciones, era uno de los hombres más ricos y poderosos de Londres, ocupaba un alto cargo en el Ministerio de Magia Ruso y por sobre todas las cosas seguía teniendo esa sonrisa hermosa y la humildad que lo caracterizaba. Ciertamente no había tenido ningún gesto despiadado que lo hiciera dudar de su unión.

Vivían en una cómoda cabaña, una de las tantas propiedades de los Dolohov, alejada del bullicio del Centro Londinense, aislada en el bosque de Epping.

Había cortado totalmente la relación con la Familia Black; inclusive hacía meses que no veía a Régulus, pero no porque se hubiesen peleado... el menor de los Black se había distanciado de todos y parecía que llevaba varios meses sin verse con nadie. Ni siquiera había asistido a su boda; según Antonin, quien se había encontrado de casualidad con Régulus, éste se excusó agradeciendo la invitación pero diciendo que no podría ir.

Nacido en el año del CerdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora