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Sus finos y pálidos dedos se encontraban enredados en esas sábanas revueltas, sosteniéndose de dónde podía, mientras las bruscas embestidas lo arrastraban por el lecho, provocando que su cabeza chocara contra el respaldo de esa antigua cama.

El sol había comenzado a colarse por las amplias ventanas entre los resquicios de las cortinas, iluminando zonas del cuarto con haces de luz doradas; la lluvia había cesado hacía unas cuantas horas, aunque no podía precisar el momento exacto en el que eso había ocurrido; ¿habría sido mientras Sirius le chupaba la polla en la sala? ¿o mientras lo follaba sobre la mesa de la cocina?... ¿o a lo mejor cuando el león lo puso en cuatro en la escalera y lo penetró con fuerza, provocando que sus rodillas se moretonearan?.

Severus mordió su labio inferior al sentir cómo el miembro del ojigris golpeaba su próstata con rudeza y dirigió sus ojos hacia el rostro de Sirius; era la primera vez que follaban de esa forma, viéndose al rostro y acariciándose.

Sonrió al ver un rasguñón en el pómulo y en el puente de la nariz del león; la chica muggle sí que le había dado un fuerte golpe antes de irse, luego de que, no muy amablemente, le dijera que debía irse.

El pelinegro cerró sus ojos, frunciendo su ceño, conforme Sirius aceleraba las estocadas y los abrió sorprendido junto con su boca al sentir que el león lo arremetía con violencia, haciendo que hasta su estómago se sacudiera.

Desancló sus manos de las sábanas al sentir cómo los dedos del moreno se clavaban en sus muslos, elevando un poco sus caderas y atrayéndolo más, para penetrarlo con más rudeza; recorrió con sus delicadas yemas los sudados y contraídos abdominales de su amante, dorados y bien marcados, para luego rodear su propia erección y comenzar a masturbarse mientras esos encendidos ojos grises no perdían detalle de absolutamente nada.

Sintió el pene de Sirius engrosándose aún más en su interior, con cada embestida, con cada ardiente mirada que le dedicaba, con cada gemido que sus labios dejaban escapar.

Su abertura escocía... no habían tenido ni un minuto de descanso desde hacía horas; cualquier cosa parecía reavivar al ojigris: un roce, una sonrisa, una palabra o algún gesto. Inmediatamente lo tenía de vuelta, devorándole la boca y haciéndole sentir cómo volvía a estar duro y dispuesto.

Insaciable.

¿Así sería con todas sus conquistas?... ¿O era porque... era él?.

Severus gimió fuerte y esos pensamientos se vieron nublados por una oleada de dolor entremezclado con placer; el hijo de puta estaba llegando demasiado adentro, aplastándolo con el peso de su cuerpo, tirando de sus muslos para tenerlo más pegado.

Iba a protestar, de verdad lo estaba lastimando, cuando los labios de Sirius envolvieron los suyos y la lengua ávida y ardiente invadió su cavidad, a medida que las estocadas comenzaron a hacerse más rápidas y los fuertes abdominales del ojigris comenzaron a friccionar el duro pene de Severus contra su propio abdomen, aplastándolo y arrastrándolo entre esos dos calientes y sudados cuerpos, masturbándolo con fuerza mientras las manos de Sirius abandonaban los muslos del chico, para rodear con sus brazos la cintura y el hombro del más pequeño, tirando hacia abajo, atrayéndolo aún más hacia sí, imposibilitándole cualquier tipo de movimiento.

El pelinegro jadeó y enterró su cabeza aún más en el colchón mientras con sus piernas rodeaba las caderas de Sirius y se aferraba con sus pálidos brazos de esa ancha y bronceada espalda, permitiéndole llegar lo más adentro que pudiera, intentando seguir ese ritmo rápido y agresivo que el león le había impuesto.

No había forma de huir, no había dónde... y tampoco tenía la suficiente voluntad para hacerlo.

- ¡Sirius! ¡Sirius! – comenzó a gritar al romper el beso, para poder respirar, enterrando sus dedos en la piel dorada de los omóplatos del león mientras abría sus ojos como platos, sintiendo que su vista se nublaba por el placer y el cansancio - ¡Sirius! – repitió en un lloriqueo mirando el rostro de su amante; sus labios humedecidos y enrojecidos por los furiosos besos, el rasguño en el puente de su perfecta nariz apenas rozando los extremos de sus prolijas y tupidas cejas que enmarcaban esos ardientes ojos grises que eran su perdición desde que tenía plena consciencia.

Nacido en el año del CerdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora