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- 12 de Septiembre de 1975 –


Severus se encontraba abrazándose a sí mismo para de vez en cuando soplar un poco de aire caliente en sus entumecidas manos.
Se encontraba a una distancia prudencial del Sauce Boxeador, observando como sus ramas se agitaban y algunos gruesos troncos se doblaban, como si el árbol se desperezara.
La luna, casi llena, brillaba en lo alto del cielo junto a unas cuantas estrellas; la noche era limpia y particularmente fría.

De vez en cuando dirigía una mirada hacia el castillo y hacia las inmediaciones del Bosque Prohibido; estaba seguro de que no podía ser una broma, pero debía ser precavido.
Posiblemente no viera llegar a Sirius, porque lo más probable sería que estuviese utilizando aquella increíble capa de invisibilidad.
El ojinegro largó un suspiro y pateó una piedrita que se encontraba cerca de su pie; esa capa debía ser de alguno de los amigos del ojigris, posiblemente del consentido y rico Potter.
Él era consciente de que, si bien aún era un protegido de los Black, su verdadera familia era muy pobre y nunca poseyó ninguno de esos artefactos mágicos y costosos; su pobre madre ni siquiera podía darse el lujo de comprarle una pluma a vuelapluma, mucho menos de poder ofrecerle unas vacaciones.

Habían tenido una de esas charlas con Antonin, en la que cada uno se sinceró un poco respecto a sus orígenes; Severus le había dicho que su familia era realmente pobre y que su madre había elegido una vida a lo Muggle porque ciertamente le resultaba menos costosa, aunque mucho más sacrificada. Le confesó que aquellos años en Grimmauld Place habían sido algo así como un sueño, pero a pesar de lo maravilloso, eso eran... pura ficción. Le contó de lo alegre que era el Señor Black y lo fría que Walburga podía llegar a ser... Le contó que Régulus y él eran los preferidos de la Señora Black, en tanto Sirius lo era de su padre. Le confesó de la profunda amistad que mantuvo con Sirius durante muchos años... y también admitió que había sido su primer y único amor.

Hasta que lo conoció a él.

Severus largó un suspiro al recordar sus palabras y lo que ellas provocaron en el rostro de su novio: su rostro impasible, estoico, su mirada siempre seria y triste... cargada de lágrimas de alegría.

Toni venía de una familia demasiado conservadora y poco comunicativa; su madre y su abuela eran brujas totalmente despóticas, en cuanto su padre era un tipo bastante sometido a la voluntad de esas mujeres. Antonin le había dicho una y otra vez que la única persona que valía la pena en su familia era su hermanita, Mavra.

Le juró que insistiría a su familia para llevarlo a vacacionar al Castillo de los Dolohov en Víborg, Rusia. Y allí lo presentaría como su novio y su futuro esposo.

El ojinegro cerró sus ojos al sentir una fría brisa que le daba en el rostro.
Todo eso estaba a punto de valerle madre... y por Salazar, sentía una culpa terrible, pero el incendio que lo consumía por dentro debía ser apagado por Sirius Black.
No podía ser otro.
Lo había intentando con Antonin, de hecho los preámbulos con su novio eran increíbles... pero por una razón, como si fuese una maldición, sentía que su primera vez debía ser con alguien especial.
Y la imagen de Sirius Black se le venía casi de inmediato a su cabeza.

Un repentino ruido que provenía de unos arbustos que se encontraban en la entrada del Bosque, lo alertó y provocó que llevara su mano instintivamente a su varita.
Clavó sus ojos negros en esa dirección y aguardó un instante.

Un enorme perro negro se apareció con sus orejas paradas y su lengua colgando; apenas notó la varita apuntándolo, bajó sus orejitas peludas y se acercó agazapado hacia el ojinegro, con su cola entre las patas.

Nacido en el año del CerdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora