Capítulo 34: Aceptación.

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Al día siguiente, fue a hacer las compras para no tener que salir lo que le restaba de vida, pero al volver, apenas puso un pie en su departamento quiso salir corriendo, pues desde la puerta divisó la cabellera de Jamia y justo cuando iba a cerrar nuevamente e irse, su novia levantó la mirada y clavó sus ojos en él, quien tuvo que erguirse y caminar firme hasta ella. En la cocina estaba Michael robándole sus galletas favoritas.

—Jamia, ¿Qué haces aquí? —Dejó su chaqueta en el perchero y la pelinegra se puso de pie.

—Traje tus cosas de vuelta y esto... —rebuscó un sobre en su bolso y se lo dió.

Frank lo tomó y lo abrió, reconociendo de inmediato el documento.

—¿Una carta de renuncia? —la miró elevando una ceja, incrédulo. —¿Qué es esto?

—Me voy, Frank. Volveré a Jersey.

—¿Cómo que te vas? —Jamia no sabía cómo explicar aquello, nunca pensó que tendría que hacerlo.

—Michael... —se giró para mirarlo y de inmediato el rubio comprendió lo que quería. Asintió, tomó la caja de galletas y abandonó el departamento rápidamente. —Escucha Frank... —no podía si quiera mirarlo —Te amo como nunca he amado a nadie y estaba tan feliz de que por fin estuviéramos juntos. Pero Frank... —lo miró con tristeza —tú no me amas. —Luchaba por que su voz no se cortara. —Y temo que nunca lo harás.

—Pero... —no lo dejó hablar, colocó su dedo índice sobre sus labios y continuó.

—Te he observado... Cada vez que salimos ya ni siquiera te tomas la molestia de prestar atención a lo que digo. Solo me tocas cuando estás ebrio y como si no fuera suficiente... Escapaste de mi departamento a mis espaldas... Tú no me amas Frank... No sé por qué estás conmigo, pero esto no es amor. —Su voz finalmente se cortó y Frank simplemente la apegó a su pecho y la abrazó. No podía negar nada, no tenía la fuerza para protestar porque en realidad tenía razón.

—Perdóname. —Besó su frente y la apretó entre sus brazos mientras ella sollozaba cada vez más fuerte pues el fondo deseaba que le rogara, que le dijera que era su imaginación y que él la amaba más que a nada en el mundo. —Mereces a alguien mejor, perdóname. —Sentía un nudo en la garganta que le cortaba el habla.

Y quizá no la amaba y era consciente de ello. Pero Jamia había sido su amiga desde el instituto, fue la primera en leer sus relatos y decirle que debía llevarlos a una editorial y fue ella también quién le dió la idea de levantar su propia empresa. Con ella había tenido muchas primeras veces y no podía creer que ese fuera un adiós.

—¿En verdad tienes que irte? No tienes que hacerlo. —rompió el abrazó y tomándola por los hombros la miraba en espera de una respuesta.

—Si, Frank. Tengo qué... Estar cerca tuyo es... doloroso... —se agachó para tomar su cartera del sofá. Estaba lista para irse. —Frank —lo llamó —¿Y mi auto? —Su rostro palideció. No tenía idea de dónde diablos estaba su maldito auto. Ni siquiera eso pudo hacer bien.

—No lo sé... —admitió con culpa —pero te daré el mío. —Sacó sus llaves de su bolsillo.

—¿Qué...? ¿Cómo...? ¿Dónde está mi auto?

—No recuerdo dónde está —dijo en voz baja —toma el mío, le diré a Michael que arregle el papeleo... Puedes venderlo y comprar otro si así lo quieres... le tendió las llaves.

—No puedo aceptarlo. Es mucho más costoso que el mío...

—Por favor Jamia... Es lo menos que puedo hacer por tí. Además te daré lo que te corresponde por los años que has trabajado conmigo. No tomaré tu renuncia —Agitó nuevamente las llaves frente a ella y por fin las tomó con una pequeña sonrisa de agradecimiento y de inmediato se lanzó a abrazarlo. —Te echaré de menos —la recibió entre sus brazos, acariciando su cintura y oliendo por última vez su cabello.

No me dejes caer. |Frerard|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora