Capítulo 30: Escape.

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Jamia había ido a su departamento y luego de regañarlo le había pedido que se mudara al suyo por lo menos el fin de semana para ver cómo salían las cosas, alegando que había estado muy preocupada por él durante su "enfermedad". Sin muchas opciones, aceptó. Hizo su maleta para un par de días y ahora se encontraba ahí, sentado en el sofá con Jamia acurrucada sobe sus piernas viendo alguna película romántica a la que no ponía atención.

Si alguien se lo preguntaba, él realmente quería a Jamia, la conocía desde el instituto y habían trabajado juntos por años. Pero a veces no la soportaba, era aburrida y predecible. Seguramente después de ver esa película, la pelinegra le rogaría para lavarse juntos en la bañera y finalmente dormirían abrazados hasta el amanecer. Y ese día podría repetirse hasta su muerte. Odiaba esa monotonía, odiaba la rutina. Por eso bebía.

La película terminó y Jamia había caído dormida sobre sus piernas así que, con cuidado, la despertó.

—Jam... Despierta. Ve a la cama... —la chica se removió en su lugar pero no despertó. —Nena, ve a la cama. —Abrió los ojos perezosamente y, al verlo cara a cara, sonrió.

—¿Quieres tomar un baño conmigo? —Se reincorporó lentamente en el sofá, mirándolo con ojos brillantes.

—Estoy cansado —la besó fugazmente —pero te espero en la cama. —Besó también su frente y se puso de pie, listo para irse a dormir.

Llegó a la habitación y se acurrucó entre las sábanas, aprovechando que su novia no estaba, acaparó casi toda la cama. Le gustaba el olor a suavizante y no el olor a cigarrillos que habían adoptado las suyas.

Y cuando creyó que después de todo no sería tan difícil dormir, Jamia se metió bajó las sábanas también y empezó a acariciarlo.

—Jam... —Tomó su mano —Estoy cansado, nena. —La pelinegra asintió, besó su mejilla y se acomodó junto a él, simplemente abrazándolo.

Ni siquiera se dió cuenta de a qué hora se había dormido su novia. Ahora solo estaba ahí aprisionado entre sus brazos escuchando el curioso silbido que hacía su naríz mientras dormía, justo en su nuca. Empezaba a sentirse sofocado y su posición ahora le resultaba incómoda. Necesitaba un cigarrillo.

En un movimiento sigiloso y cuidando no despertarla, se liberó de entre sus brazos y se sentó al borde de la cama tallando su rostro con fuerza, se sentía muy abrumando y hasta incómodo, quería volver a su departamento.

Caminó descalzo rumbo a la sala donde había dejado su cartera y sus cigarrillos, tomó su encendedor también y empezó a fumar como loco. Al terminarse sus últimos tres cigarrillos sintió que no había sido suficiente.

No lo pensó demasiado, necesitaba salir de ahí y necesitaba cigarrillos también.

Fué por sus llaves y sus tenis, se colocó una chaqueta y unos jeans y salió del departamento.

Parecía una plan simple. Iba a ir a comprar a la tienda de gasolinería en el auto de Jamia y aprovecharía el camino para despejarse un poco. Después volvería al departamento y dormiría tranquilamente junto a su novia, en sus sábanas olor a lavanda.

Manejó hasta la tienda y con mala cara pidió sus cigarrillos, provocando que la pobre mujer que lo atendía se sintiera diminuta ante él.

Volvió a su auto y no pudo esperar para abrir su nueva cajetilla, desesperándose aún más al no hallar su maldito encendedor.

—¡Mierda! —había logrado encontrarlo pero se había quemado el flequillo. Pasó una de sus manos por su cabello, enfurecido consigo mismo —al carajo... —lanzó su cajetilla nueva y el encendedor al asiento del copiloto y empezó a manejar rápidamente rumbo al bar más cercano que conocía.

No me dejes caer. |Frerard|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora