Una nueva guerra trae consigo a una futura directora en prácticas al Instituto de Nueva York.
Bajo la tutela de Alexander Lightwood, Hera pone el mundo del revés.
『alec×oc』
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Su primer error fue aceptar la sugerencia de pulir mis aptitudes como directora, pero la Inquisidora le tiene una gran estima a la familia Lightwood, a pesar de que su madre fue desterrada del Mundo de las Sombras. Pero claramente, Alexander Lightwood no se podía permitir negar dicha petición, incluso aunque eso supusiera cargar con un peso más sobre sus hombros.
Tengo vagos recuerdos sobre los hermanos Lightwood, aunque en aquel entonces eran cuatro si contamos al chico Herondale. Ellos siempre estuvieron en grados superiores a mi a excepción del menor, Max, quien por lo que oí, fue asesinado por Sebastian Verlac, pues como buen Lightwood metió sus narices donde no lo llamaban.
Realmente no me sorprendía la frialdad con la que Alexander da órdenes a sus discípulos. Recuerdo que siempre reprendía a sus hermanos cuando hacían las típicas travesuras que cualquiera comete de niño, alegando que su madre les castigaría severamente. Siempre fue demasiado frío y su lealtad ante la clave empezó a darme náuseas desde una temprana edad.
En un abrir y cerrar de ojos, todos los shadowhunters se dispersaron y esfumaron como la pólvora quedando el frívolo director, quién observaba sin descanso las pantallas de actividad demoniaca, y otros tres o cuatro más los cuales estaban haciendo sus dichas tareas.
El sonido de unos tacones comenzó a resonar a lo lejos, y apenas pasaron unos escasos segundos cuando una mujer de piel aceituna que porta una sedosa melena oscura como la misma noche hizo acto de presencia en la sala central, lugar donde nadie se ha dado cuenta -todavía-, de mi presencia. Aunque para ser sinceros realmente lo prefiero así, pues me gusta apreciar con minuciosidad el terreno de juego, y más si según la Clave esta en lo cierto, un lugar donde pasaré una buena temporada antes de poder encargarme personalmente de algún instituto por cuenta propia.
Desvié mi atención nuevamente hacia la mujer que portaba unos hermosos tacones color sangre al igual que su ceñido vestido a juego con su pintalabios color carmín que luce tan bien haciendo un gran contraste con su tostada piel. Esta vez, sus tacones no hacían ruido puesto que se encontraba estática junto el imponente director, aunque parecía disgustada o disconforme con alguna de sus decisiones.
—Por el Ángel, este hombre es más duro que una maldita piedra —farfulló bajando unos pequeños escalones con seguridad a pesar de la vertiginosa altitud de dicho calzado.
Desde aquí pude apreciar como Alexander se tensó aun más, —si es que eso era posible— tras las palabras de aquella cazadora.
Continuó su recorrido mientras se acomodaba el precioso rubí que cuelga de su cuello y se apoya contra su piel un poco antes del comienzo de su canalillo. ¿Será su mujer? Sí mi memoria no me falla, recuerdo haberle oído a una de mis primas cotillear con su amiga sobre que el mayor de los Lightwood se casaba, sin embargo mi cerebro dejó de interesarse por esa nueva noticia, y desconectó de la conversación.