Episodio 51:
Un niño. Su llanto desconsolado ante los ruegos a su madre por no asistir al colegio, es lo que la trae de vuelta del mundo onírico. Sienta la tela caliente de la sábana cubrirla únicamente de las pantorrillas para abajo. Aún así, no siente frío.
Cierra los ojos con fuerza, temiendo que por un segundo todo se trate de un sueño. Un mundo fantástico donde se despierta con el cuerpo de su esposo todavía junto a ella, buscando el mismo confort en el calor corporal del cuerpo ajeno. Pero cuando sus dientes hieren de manera superficial su labio, y el sabor metálico de la sangre se cuela en su boca, confirma que no se trata de una ensoñación.
Su pie derecho se mueve ligeramente. Lo suficiente como para que su talón roce el empeine del hombre. Su cuerpo resulta ser tan tangible como la sangre en su paladar.
—¿Estás despierta? —Alexander no precisa de una contestación de su parte, ya conoce la respuesta—. Fue el lloriqueo de ese crío, ¿no? —una vez más, prosigue sin pausa. Estira su brazo para alcanzar el móvil sobre la mesita de noche, donde revisa la hora—. Aún es pronto, puedes dormir un poco más.
Dormir. Es lo único que ha hecho en los últimos días. El único momento donde su cabeza parecía apagarse y los pensamientos se disipaban de su mente por unos minutos. Estaba cansada de dormir.
—No hace falta. No tengo sueño —su voz suena rasposa y baja. Se frota los ojos, y se gira casi a cámara lenta. Su mirada enfrentando el techo porque no se siente capaz de mirar a su marido. No en esta situación. No después de la conversación y su momento de vulnerabilidad de ayer.
Aún así, sus mejillas adoptan un tono rosáceo, debido a que la mirada miel del azabache quema su piel allí donde se posa. Se percata entonces del sonido de las hojas de papel muy cerca de su oído. Lo mira por el rabillo del ojo, pecando como una gata ante la curiosidad. Repara entonces por primera vez en el bolígrafo negro de estrellas blancas y tinta azul atrapado entre los dedos de su mano derecha. Lo hace bailar entre sus largos y callosos dedos con una naturalidad envolvente. Le ha visto innumerables de veces realizar la misma coreografía con la estela mientras consulta su tablet.
—¿Qué haces?
La castaña se gira del todo. Su mejilla encontrando un punto de apoyo en el hombro cubierto por una camiseta gris ceniza. A diferencia de ella, sus pies es lo único que permanece al desnudo. La luz de la mañana que se cuela por el ventanal destella en el anillo de casado que adorna su dedo anular. Aquel anillo parece haber sido creado y diseñado para estar en ese mismo lugar.
Alexander no puede evitar sentirse ansioso. Una parte de su corazón (aunque ínfima), todavía duele cuando sus manos entran en contacto con otra piel que no sea la de su amado brujo. Esa parte que tiene voz propia y le grita que salda de esa cama. Que ella no merece ocupar el lugar adyacente a él en la cama.
Más esa voz se ve ahogada en la oscuridad y en lo más profundo de su mente, cuando sus ojos se apartan de los párrafos escritos, en busca de la mirada café que le roba el aliento. Sus bonitos ojos lo miran con adoración, respeto y esperanza. Enmarcados por esas pestañas chocolate igual que la melena olor a caramelo que se ha impregnado por todas las paredes del baño.
Conserva todavía las legañas en sus ojos. La marca de su mano en su mejilla derecha donde se aprecia la marca de la flor que le ha dejado uno de sus anillos. Sus labios, que incluso secos se ven igual de apetecibles.
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Alec
RandomUna nueva guerra trae consigo a una futura directora en prácticas al Instituto de Nueva York. Bajo la tutela de Alexander Lightwood, Hera pone el mundo del revés. 『alec×oc』 【actualizaciones semanales】