Una nueva guerra trae consigo a una futura directora en prácticas al Instituto de Nueva York.
Bajo la tutela de Alexander Lightwood, Hera pone el mundo del revés.
『alec×oc』
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Su padre la miraba preocupado, esperando a que su hija respondiera. De un momento a otro, se había puesto a buscar a alguien con tanto ímpetu que se olvidó de la presencia de su padre y prometido.
—Hija, ¿qué pasa?
La castaña abrió su boca, dispuesta a hablar. Sus piernas temblaron y se tambaleó desde su posición. Primero sus ojos se cerraron, luego sus rodillas cedieron y su cuerpo calló hacia un lado. Alexander la atrapó antes de que tocara el suelo.
—Hera —la llamó su padre dándole pequeñas palmadas en su mejilla.
Alexander miraba a la chica inconsciente en sus brazos. Su pecho subía y bajaba, y al menos no parecía ser más que un desmayo. Su pelo caía hacia atrás, despejando su rostro sereno, nada parecía corromper su mente.
—Hay que llevarla a la enfermería —le dijo Alexander al hombre, alzando completamente a la castaña. Su cabeza cayó con el peso hacia un lado, apoyando su mejilla en el pecho del azabache.
Christian siguió al director por los pasillos hasta la enfermería. Veía como los cazadores miraban confusos al frívolo director que cargaba a la chica inconsciente. El progenitor le abrió la puerta de la enfermería, donde el azabache entró alertando a la misma enfermera que la había tratado cuando aquel demonio la atacó por la espalda.
—¿Qué le ha pasado? —le preguntó al cazador que la había traído en brazos.
—Se desvaneció de un momento a otro, no sabemos el motivo.
Alexander guardó las distancias, dándole su espacio a la enfermera para que revisara a su prometida. Christian salió afuera para avisar a su esposa sobre lo sucedido, encontrándose con Isabelle que se disponía a entrar.
—¿Alec? ¿Qué ha pasado?
Alexander miró a su hermana, que a su vez veía a la castaña. Su pecho subía y bajaba con normalidad, pareciera que estuviera en un profundo sueño.
—Estaba discutiendo con su padre, y de un momento a otro se desmayó —fue lo único que pudo decirle.
Ambos hermanos se mantuvieron en silencio, en espera de que la enfermera les diera alguna explicación. Se veía tan pacífica allí estirada, con sus pestañas castañas rozando sus pómulos, su rostro sin algún signo de molestia o mueca, ni si quiera arqueaba su ceja o se encogía de hombros como es habitual en ella.
—No veo nada extraño ni fuera de lugar —habló la mujer ajustando sus gafas en el puente de su nariz—. Quizás el cansancio o un agotamiento físico fue lo que provocó su desmayo.
Los hermanos le agradecieron. Isabelle miró a su hermano, ya más tranquila al saber que la muchacha estaba bien dentro de lo que cabe. El azabache tenía el ceño fruncido, y paseaba su mirada por toda la anatomía de la castaña, como si aquella fuera la primera vez que la ve y que además, le gustase lo que sus ojos captan. Desde la cintura que ella misma se encarga de acentuar con sus atuendos, hasta esas uñas que mantiene siempre a la perfección.