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EPISODIO 34:
novato
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El recorrido desde el invernadero hasta mi habitación había sido más propio de unos adolescentes que disfrutan de la adrenalina de un romance prohibido, que de un matrimonio

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El recorrido desde el invernadero hasta mi habitación había sido más propio de unos adolescentes que disfrutan de la adrenalina de un romance prohibido, que de un matrimonio.

Con mi maño en su muñeca, la había guiado hacia mi habitación entre las sombras, deteniéndonos de vez en cuando para besarnos de manera desenfrenada. Había logrado abrir la puerta en el tercer intento, y tan pronto como la cerramos una vez nos adentramos, volví a arrisconarla entre mi cuerpo y la puerta. Su cuerpo temblando en anticipación.

-Alexander... -su voz suspirando mi nombre sería mi perdición.

Sus manos se aferraron a mi camiseta de algodón. Cuando pensé que me empujaria, Hera volvió a sorprenderme y me acercó más a ella. Más a su cuerpo tembloroso que exigía más de mi atención.

Mi boca no abandonó su cuello. Besando, chupando, mordiendo y lambiendo. Ni si quiera estaba seguro de a quien excitaba más el lamber su piel. Con mi erección clavada en su estómago, empujando contra la tela de los pantalones que llegados a este punto resultaba doloroso. Al igual que ella yo también necesitaba más, lo quería todo. ¿Pero a qué precio?

¿Compensaría el placer la culpabilidad que me atacaria después, esta vez sin piedad alguna?

Su empujón me saca de mis pensamientos de manera abrupta. La veo ponerse de rodillas frente a mí, con su pelo cayendo en cascada por su espalda, y sus labios rojos e inchados ante los besos fogosos que hemos compartido hasta llegar aquí. Sus ojos me miran dispuesta a todo y más, para ponerle fin a este infierno que habita en nosotros y se propaga a medida que más nos tocamos y necesitamos.

Veo en sus ojos chocolate la petición silenciosa, y como siempre que se trata de ella me vuelvo débil. Mi silencio le otorga la respuesta que necesita para con dedos seguros desabrochar primero el botón del pantalón vaquero. La veo humedecerse los labios con la lengua, ansiosa y preparada para lo que vendrá después. Con la seguridad de una mujer que sabe lo que hace, baja la cremallera de manera lenta y tortuosa que me hace gruñir en respuesta.

-¿Ansioso, director?

La lentitud con la que bajó la cremallera, no tiene punto de comparación con la forma en la que sus dedos enganchan no sólo mi pantalón si no también mi calzoncillo. Ambas prendas se arremolinan en el suelo junto mis zapatos, y siento las yemas de sus dedos deslizarse por mis pantorrillas acariciando mi piel.

Mis nervios están ahí, presentes, pero la excitación es mayor. Mis ojos no se apartan de su rostro, queriendo ver en primicia su reacción cuando vea esa parte de mi que su cuerpo a pedido a súplicas y gimoteos.

Me saco la camiseta, sintiendo que me estorba y se interpone entre mis ojos y la vista que Hera me ofrece. Escucho el jadeo que se escapa de sus labios entreabiertos cuando sus ojos se encuentran con mi polla erguida. Sus pupilas se dilatan y la veo removere producto de la propia excitación que ella siente.

AlecDonde viven las historias. Descúbrelo ahora