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Capítulo 46: la magia de Darek

—Supongo que no te llegó con casarte con el esposo de mi difunto hijo, si no que además, también tuviste que robarle la magia al más pequeño —su lengua siseaba como la de una anaconda antes de abalanzarse sobre su presa.

Estar frente al mismísimo Asmodeus, era algo para lo que no me había preparado. Se veía que era un hombre entrado en edad, a pesar de que ni una sola cana destacaba entre sus hebras negras. Algunas arrugas y marcas de la vejez era lo único que lo delataba. Aunque teniendo la edad que tiene, la cuál es superior a los dos mil años, se conserva bastante más que bien.

—Y no me hagas hablar de ti, Alexander —el brujo del infierno miro al nombrado, quien permanecía a mi lado con su cuerpo tenso, totalmente alerta. ¿Podría oler mi miedo gracias a su unión con Maia?—. Ni si quiera pudiste cuidar de Magnus, evitar que muriera en manos de un simple demonio. ¿Para que te sirven todas esas runas y los años de entrenamiento si no puedes proteger aquellos a los que más quieres? No eres más que otro shadowhunter inútil. Respeté los deseos de mi hijo, aceptándote como su marido, su pareja. Mi error, me ha costado su vida.

La muerte de un hijo. ¿Había acaso algo más antinatural que un padre enterrando a su primogénito? Un hombre, enterrando a la persona que debería enterrarlo a él en un futuro. Aprecié de primera mano lo que la muerte puede provocar en las personas. Porque incluso con las palabras hirientes que salían de su boca, no podía evitar compadecerme de él. Porque como ser inmortal, cuya descendencia sufriría de la misma maldición, Asmodeus, jamás consideró la posibilidad de llorar por su hijo. De perderlo.

—No fue un error, Asmodeus. Nadie ni nada habría podido impedir la muerte de Magnus —Alexander se dirigió finalmente a su suegro, porque mientras una parte de él continuase amando al brujo, Asmodeus seguirá siendo su suegro—. Su muerte estaba prescrita por los mismísimos ángeles.

Aquello fue como un jarro de agua fría para el padre. Como cuando a un mundano le dan a saber que sufre de un cáncer terminal, y que no hay nada que puedan hacer por él, más allá de recetarle medicamentos para minorizar su dolor físico. La muerte de Magnus había sido provocada por una especie de cáncer a la que muchos se refieren como destino. Magnus estuvo destinado a morir, en el momento en que su corazón empezó a latir al unísono del de Alexander, interponiéndose entre los caprichos del destino, y así mismo, en mi camino con el hombre del que se enamoró, y del que más tarde yo también me enamoraré.

—¿De qué mierda estás hablando, shadowhunter? —bramó, furioso. La tierra bajo nuestros pies tembló, como una mísera muestra del gran poder que alberga su magia.

—Alexander estábamos destinados incluso antes de que cualquiera de nosotros hubiera nacido. Magnus no formaba parte del plan que el cielo tenía para nosotros, como una piedra en el camino —resumí, tratando de ser lo más concisa posible—. El problema no fue el echo de tu hijo, fuese una piedra en el camino que hiciese tropezar a Alexander. El verdadero problema fue, cuando él se enamoró de esa piedra.

—Entonces el demonio que mató a mi hijo, no fue un error, ni un despiste. Ni si quiera fue mala suerte.

Mis palabras fueron asentándose poco a poco en la cabeza del brujo. Tal como me había instruido Lorenzo, las emociones están ligadas a la magia, incluso en el caso del Príncipe del Infierno.

—El murió por tu culpa —su voz sonó oscura, mientras su dedo índice apuntaba a Alexander. Sentí la magia retorcerse a mi alrededor, incluso antes de que se acumulase en las palmas del brujo.

Me adelante a sus intenciones. Abarcando en la punta de mis dedos la magia que Lorenzo me había entregado mediante la unión. Sentía mis venas arder, con la magia de Darek más presente que nunca. Saber que podía recurrir a su magia me dio el empujón que necesitaba para situarme frente a Alexander. Sentía mis músculos tensos, la sangre burbujeaba en mi interior, alerta ante cualquier movimiento por parte de Asmodeus. Haré uso de toda la magia de Darek si es necesario.

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