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Episodio 42: quedarse o irse

Decir que estaba perdida sería un eufemismo

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Decir que estaba perdida sería un eufemismo. La presencia de aquel hombre de facciones afiladas tuvo una repercusión inmediata en mis compañeros. Cargaba consigo una espada que me parece haber visto antes, la cuál de alguna manera daba la sensación de formar parte de su cuerpo. Una prolongación de su brazo.

El color blanco crudo que teñia su melena, encajaba con su tono claro de piel, resaltando la oscuridad de sus ojos a pesar del tono verdaceo claro de su iris. Su ropa oscura, similar a la que usan Jace, Alexander y otros cazadores durante las misiones le sentaba bien. Su belleza era...peculiar. No resultaba un hombre hermoso a primeras, como podía ser el caso de Alexander o Jace. Sin embargo, cuanto más tiempo lo mirabas, y más te enfocases en detallar su rostro; desde sus pómulos filosos, pasando por su boca de labios rosaceos en una línea recta demostrando su descontento, y siguiendo con su mandíbula marcada, más guapo se veía.

Todos parecían temerle de algún modo. Aún así, ese temor en el caso de la zanahoria, no pudo opacar el amor hacia él, y el alivio que tenerlo frente a ella empuñando una espada y con un aspecto saludable, supone para ella. Bueno, teniendo en cuenta que al parecer, se trata de su temible hermano mayor, no sé si compadecerme.

Independiente de eso, si algo parecen compartir los hermanos Morgenster, es que ambos resultan ser imanes de problemas. Aunque si se hicieron cargo de él una vez, podrán una segunda, ¿cierto?

—E-Estás...

Clary hizo amago de dar un paso en dirección a su hermano, sin embargo Jace se lo impidió. Era el que sin duda alguna, se veía menos contento con la llegada de su cuñado.

—¿Vivo? —apoyó la punta afilada de la espada con el suelo terrenoso, y recargó su peso en ella—. Si bueno, ya sabes. Soy un Morgenster, hijo de Valentine y producto de sus experimentos, así que no entiendo a qué viene tanta sorpresa.

—Si te has tomado tantas molestias, es por algo —se dirige esta vez Belle hacia él, intranquila.

—Cómo me alegra que me lo preguntes —le sonríe mostrando su reluciente dentadura. Ni la sonrisa del Joker puede compararse con la de Jonathan—. Porque de echo, vengo a por tu querido hermano mayor —apunta con su espada al frívolo director, quien conserva su postura de defensa con las armas en alto—. Y también por tu... ¿cuñada?

La mirada de los chicos se posa en mi ante sus últimas palabras, y entonces por primera vez el hombre centra su atención en mí. Sus ojos, verdes como un abeto, me dan un buen repaso empezando por mis pies y subiendo por mis piernas. Sin embargo, es cuando sus mirada se encuentra con la mía, que siento como el aire abandona mis pulmones.

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