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EPISODIO 27: culpabilidad y remordimiento

HERA

Siempre se habla de un depredador y su presa. Un animal feroz, salvaje, y otro desprotegido y débil. Un león y un ciervo. Una pantera y su cría de elefante. ¿Pero qué pasa si ese ciervo no es realmente un ciervo? ¿Y si usase un disfraz? ¿Qué pasaría si en vez de ser una princesa, no soy más que un dragón disfrazado?

En ese momento, sentada frente al respetable y honorífico director Alexander Lightwood, no sabría decir quién es la presa, y quien el depredador. Por qué estaba claro que con ese porte elegante y autoritario, esa mirada inescrutable y sus duras facciones, Alexander no tiene madera para ser un frágil y desprotegido ser.

—¿Por qué debería sentir celos? —rompió el silencio torturoso que se había establecido entre ambos—. Para poder sentir tal cosa, primero deberías significar algo para mí.

¿Dolió? No. ¿Me molestó? Joder si no.

—Me alivia oír eso —miré mis anillos y acomodé uno que se había girado un poco—, así sabré que no lo pasas mal, sabiendo que mantengo relaciones con otros hombres fuera de nuestro matrimonio.

—¿De verdad que no puedes aguantar un par de meses con tus piernas cerradas? —me miró de manera despectiva.

Eso, eso sí dolió. Dolió tanto como las raspaduras en las rodillas cuando te caes siendo niño. Dolió tanto como cuando te levantas de noche y en medio de la oscuridad no ves bien y tu dedo meñique se da contra la esquina de algún mueble.

—No. Quizás cuando tengas un buen sexo, comprenderás porque las personas no son capaces de aguantar mucho tiempo —le sonrío de manera fría, mientras en mi mente lo agarro por el cuello y lo estrangulo como si el fuera Bart, y yo Homero.

—Tú no sabes nada de mi, y mucho menos de mí vida sexual —escupió inclinándose más hacia delante, casi avalanzadose sobre mí por encima del mesado.

—¿Tú vida sexual? —suelto una risa fría y carente de humor—. ¿Hablas de las pajas que te haces desde que Magnus murió? Alexander, dudo que a eso se le pueda llamar vida sexual.

Cruel. Nunca me había considerado una persona cruel, ni tampoco comportado de tal forma hasta este mismo momento. Pero mi ego y dignidad heridos, me exigían causarle el mismo dolor al hombre frente a mi, y por supuesto, el brujo es sin duda su punto débil.

—Al menos yo no me acuesto con el primero que se me cruza.

Otra carcajada brota de mi garganta. Sus ojos mieles me miran con repulsión, como si tuviera la peste.

—Es curioso que prefiera acostarme con cualquiera antes que con mi propio marido —mentirosa. Claro que quiero follarme al insoportable Lightwood, ¿quién no? Incluso si es solo para librarme de ese deseo sexual.

—Lo que pasa es que no me interesas, y eso te fastidia —se vuelve a sentar en su silla, con sus piernas separadas sus manos descansando sobre su regazo.

—¿No te intereso? —arque mi ceja, algo propio de mi y vuelvo a caminar hacia el mueble repleto de licores. Me sirvo otro vaso y lo bebo de golpe—. Tú cuerpo no decía lo mismo aquel día en mi habitación.

AlecDonde viven las historias. Descúbrelo ahora