La invitación a una fiesta en Vancouver había sido recibida desde antes de que pisaran Canadá. Por poco se le olvida a su jefa, pero Sofía se encargó de recordárselo. Así que, llegada la fecha, tuvieron que viajar hasta allá una noche antes.
El reloj avanzaba al día siguiente y ellos permanecían en el hotel. Se les hacía tarde porque decidieron ducharse juntos. A Max le pareció fascinante enjabonarle la espalda y un poco más abajo. Su piel que brilló con el agua lo puso tan excitado que no requirió de ninguna otra estimulación. Era urgente saciar sus deseos. Marcela veía hacia la pared, concentrada lavándose la cabeza. Con una mano sostuvo sus mojadas caderas y se le fue acercando.
—¿Por qué pienso que aquí no ha entrado nadie? —le dijo entusiasmado, tocando con su dedo índice en medio de sus nalgas.
Ella se quedó inmóvil, pero no se volteó para detenerlo.
—Es porque no le doy permiso a cualquiera —exclamó de una manera sugerente y su respiración se aceleró.
—Apuesto que no te lo han hecho como se debe. Déjame que te enseñe.
—Has que valga la pena —aceptó porque él ya la tenía como quería y pudo sentirlo abriéndose paso.
El jabón ayudó a que no hubiera dolor. Ella fue moviéndose poco a poco y sus leves gemidos le dieron a él seguridad.
Cuando estuvo dentro, se miraron extasiados y Max la sujetó del cuello.
El vaivén esta vez fue delicado, lento, pero placentero para ambos.
Disfrutaban tanto el uno del otro que no advirtieron que la alarma sonaba, así que cuando la escucharon tuvieron que abandonar su encuentro y vestirse tan rápido como era posible.
Maximiliano permitió que su jefa le eligiera un smoking negro y una camisa francesa blanca; lo que le pareció un conjunto muy básico, pero no quiso rebatirle. El resultado terminó por convencerlo de que fue una buena elección.
Marcela le acomodó el corbatín. A ella le encantaba verlo abrocharse el saco, era de esos placeres privados que tenía. Consideraba que los hombres eran seres capaces de provocar sensaciones sin siquiera mostrar piel de más. Un traje bien combinado o un pulcro uniforme, una colonia agradable y ya estaba. Con su nuevo amante solo bastaba un movimiento de manos metiendo botones o un giro de su cuello para relajarlo y con eso lograba encandilarla.
Él le ayudó a subir el cierre de su ajustado vestido largo color oro, y luego la dejó para que se maquillara mientras iba por sus zapatos que dejó en su habitación.
Una vez listos, partieron directo al lugar. A pesar de la premura se pusieron muy elegantes debido a que en la fiesta estarían socios del padre de Marcela y expresó en más de una ocasión que no quería ser criticada por su apariencia.
Veinte minutos después ya faltaba poco para llegar según el mapa del celular.
—Pensarás que es divertido esto, ¿no? —le dijo Marcela, quien iba de copiloto, y respiró hondo gracias al hartazgo—. La fantasía que otros imaginan de lo que es este ambiente no es más que una parafernalia de la que es difícil escapar.
Maximiliano no sabía qué responderle.
—Supongo que es parte del show.
—Lo es y no sabes cuánto lo detesto. Sé que a ti te gusta y te envidio por eso. —Lo observó y le sonrió—. En fin... Vamos a tener que ser muy profesionales en esta ocasión —hizo hincapié antes de que entraran al área del valet parking para que él supiera que no estaba permitido dar el menor indicio de su idilio—. Recuerda que hay socios de la productora y clientes recurrentes, sobre todo algunas de sus esposas que suelen ser muy fisgonas.
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El Intérprete ©
RomanceLa repentina crisis económica que sufre la familia de Maximiliano Arias, un estudiante aspirante a actor, lo lleva a buscar empleo para poder costear el último semestre de su carrera. En un golpe de suerte es contratado como intérprete de la seducto...