Extra 20: Esa persona especial. Parte 2

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Benjamín:

El primer día de clase en una nueva escuela es incómodo y un poco aterrador, para ser honesto. Pero, si de por sí ya tienes los nervios por ser el único nuevo entre una clase que ya se conoce y tiene grupos de amigos formados, lo peor que podría ocurrirte es que te hagan pararte al frente para presentarte.

Aunque las intenciones del maestro Lowell no eran malas -y lo sabía- aún así tuve que hacer mi mejor esfuerzo por no dejar salir una mueca.

-¿Qué debería decir? -pregunto tranquilamente, fingiendo no darme cuenta de las miradas curiosas de mis compañeros que me analizan de arriba a abajo con poca discreción.

El maestro Lowell se rasca la cabeza. Guarda un momento de silencio en el que mira hacia el techo con sus ojos oscuros en busca de mi respuesta y -por la expresión que tiene en el rostro- me pregunto si es que soy el primero al que le ha hecho hacer esto o el primero que le ha preguntado qué decir.

-No lo sé... Di algo que nos deje conocerte un poco más... -se alza de hombros- Di tu nombre, como te gusta que te llamen, de donde eres, si tienes hermanos o no, algo que te guste o que no te guste, cosas así. Sé honesto.

-Okay -respondo, girando mi mirada al frente, a mis compañeros- Bueno... Mi nombre es Benjamín Alejandro Marín Flores, pueden llamarme Benjamín o Ben, cualquiera de los dos está bien... amm... -hago memoria de lo que dijo el profesor que dijera- Soy de Argentina, hijo único, adoptado, en realidad.

Cuando la palabra "adoptado" sale de mi boca, el silencio y atención que guardaban hacia mí se ve interrumpido por una oleada de murmullos. El maestro Lowell casi escupe su café, pero logra tragarlo antes de hacerlo y aguanta toser para pedirle a todos que se concentren de nuevo.

Sonrío, conteniendo las ganas que siento de reír. Estoy tan acostumbrado a recibir este tipo de reacción que ahora me hace gracia, pues por el hecho de que cuando las personas escuchan "adopción" o algo relacionado con ella, por alguna razón sienten la necesidad de mirarte con pena o comprensión, como si lo que acabara de decir es algo difícil que me causa dolor cuando -la verdad- amo muchísimo a mis padres y me siento afortunado de que me tomaran como su hijo.

-Me gusta salir a correr por las mañanas -continúo- Y algo que no me guste... -pienso por un momento- No me gusta el bullying -admito- Lo odio.

Las miradas de mis compañeros -antes curiosas y luego penosas- ahora se vuelven confundidas. Me miran como si fuera un enigma que no pueden descifrar, pero la verdad es que no tienen que hacerlo. Lo que he dicho es verdad. No hay nada que esté inventando ni tratando de esconder.

-¿Así está bien? -le pregunto al maestro Lowell.

-Ah, sí -responde, a penas logrando ocultar un poco su sorpresa- ¿Algo más que quieras agregar antes de ir a sentarte?

¿Algo más? ¿Hay algo que no haya dicho aún?

Exploro por entre mis gustos y demás cosas sólo en caso de que haya algo más que pueda decir para cumplir el objetivo que puso el maestro Lowell de que "me conozcan un poco más" y es ahí donde me doy cuenta que he dejado algo importante sin decir.

-Ah -suelto- Si lo hay.

El recuerdo de mi mejor amigo diciéndome que hay cosas que es mejor no decir hasta ser amigos y tener confianza porque puedo causar alguna incomodidad o disgusto se hace presente en mi cabeza como un sabio consejo que intenta persuadirme de decir lo que planeo antes de que pueda si quiera abrir la boca. Y estoy de acuerdo. Pero si lo que estoy a punto de decir les produce incomodidad, disgusto o incluso influirá en si quieren ser mis amigos o no, entonces no deberíamos serlo en primer lugar.

Nuestro AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora