45- Año Tres.

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Aaron:

Son a penas pasadas las ocho de la mañana cuando mi avión de regreso a Nueva York aterriza. Con el aire fresco de la mañana golpeándome suavemente y con la pequeña maleta que me hice para mi viaje colgada en mi hombro, camino tan victorioso y sonriente que parezco contagiar con el mismo humor a algunas de las personas que pasan a mi lado.
Y es que no puedo evitarlo porque estoy extremadamente feliz por haber recibido la aprobación de los padres de mi amor para mi propuesta de matrimonio y aun más porque tengo la cajita del anillo de compromiso en mi bolsillo, lista para cuando sea el momento apropiado.

Ahora sólo necesitaba planearlo... pero eso no es lo único. Estamos a poco tiempo del 20 de agosto, nuestro aniversario, nuestro tercer año juntos. 

Mi corazón se emociona y llena de orgullo de tan sólo pensarlo. 

En esos tres años habían pasado tantas cosas, tuvimos tantos bajos y altos, tantas risas y llantos que -además de haber valido la pena para llegar a donde estamos ahora- me hacían preguntarme cómo serían los siguientes años al lado de mi amor y cómo sería no tenerlo como mi novio, sino como mi prometido o mi esposo si es que la suerte me sonreía una vez más y hacía que él me diera el sí cuando le hiciera la pregunta. 

Un sentimiento inexplicable revolotea en mi pecho durante todo el tiempo que permanezco sentado en el taxi, mirando por la ventana hacia las calles y casas hasta que éstas se vuelven conocidas. 

-Gracias -le digo al conductor después de haber bajado con mi maleta.

Él hace un gesto con la cabeza y yo -en mi emoción por ver a mi amor- ni si quiera espero a que se marche para seguir el camino de la entrada hacia la puerta principal, que abro a penas la alcanzo. 

Nuestra casa está en silencio y a oscuras, sólo iluminada por los rayos del sol mañanero que se cuelan por las ventanas. No hay ningún rastro de mi amor y supongo que es porque aun es demasiado temprano y seguramente sigue durmiendo, completamente despistado de que mi avión aterrizaba antes porque no quería hacerlo salir de la calidez y comodidad de nuestra cama para hacerlo esperarme en el fresco y las duras sillas de metal del aeropuerto. 

El sentimiento de emoción por no estar más en la habitación del hotel en Carolina del Norte se refleja en mí cuando me deshago con prisas de mi abrigo y cargo mi maleta escaleras arriba, dando enormes zancadas que me esfuerzo porque hagan el menor ruido posible mientras un pequeño debate se hace en mi cabeza sobre si debería despertar a mi amor con los abrazos y besos que me he estado muriendo por darle durante estos pocos días que estuve lejos, o si debería simplemente cambiarme de ropa y meterme cuidadosamente en la cama sin despertarlo.

Con pocas ganas, me inclino más por la segunda opción -porque no quiero interrumpir su sueño-, pero en cuanto lo veo abrazado a mi almohada con sus bonitas pestañas reluciendo sus ojos cerrados y esas preciosas pequitas que llenan sus mejillas; el deseo de sostenerlo y recibir una recarga del amor físico que las videollamadas no podían darme, me invade.

Dejo mi maleta aun cerrada y echa junto a la puerta de nuestra habitación -no queriendo desempacar hasta mucho más tarde por pereza- y antes de hacer cualquier movimiento en él, busco un escondite para la cajita de su anillo de compromiso. 

Hago una lista mental de los lugares que creo que mi amor no toca con frecuencia o no tiene cosas que sean suyas, pero la verdad es que todas nuestras cosas están guardadas en el mismo lugar, desde nuestra ropa de casa y de salir hasta el accesorio más pequeño que tuviéramos. Compartimos todo, no había un sólo lugar en nuestra casa en la que no hubiera algo suyo o algo mío guardado en el mismo espacio, algo que me encanta pero que en este momento realmente no es de mucha ayuda.

Nuestro AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora