CAPÍTULO UNO: ¡Nos vamos!

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Samantha resopló acalorada. Se sentó un momento delante del ventilador, necesitaba descansar. Llevaba toda la mañana limpiando la casa, era un 17 de agosto y hacía mucho calor. Miró el reloj: las 12 del mediodía. Todavía le faltaba terminar de aspirar la cocina y el pasillo del piso de arriba, ducharse, hacerse la maleta y cocinar el almuerzo. Tendría tiempo. Encendió de nuevo la aspiradora, suspiró y volvió a apuntar el ruidoso aparato al suelo. Le encantaba su casa, era muy grande y luminosa, pero a la hora de limpiarla se le hacía una montaña. Se planteó si no merecería la pena contratar a alguien para que viniera a limpiar, al fin y al cabo, ella tenía poco tiempo. Pero ahora no podía pensar en aquello. Empezaban sus anheladas vacaciones.

Tenía 24 años, vivía sola desde hacía seis meses en una casa que su padre le había ayudado a comprar. En las afueras de Barcelona (Samantha nunca hubiera soportado vivir en la ciudad), la casa tenía dos pisos, tres baños, cuatro dormitorios, un estudio, cocina y comedor. Un poco grande para ella sola, sí, pero ya le gustaba. A pesar de la ayuda económica que había recibido por parte de su padre a la hora de comprar la casa, a Samantha no le iba mal la vida. Cuando acabó la carrera, la empresa donde había hecho las prácticas la contrató, y hacía de manager de algunos de los artistas más conocidos del país, y diciendo las cosas por su nombre, no cobraba nada mal. Tenía una vida cómoda.

Inmersa en sus pensamientos, acabó rápido la limpieza. Se metió en la ducha, y al salir se hizo la maleta: sus padres le habían dejado la casa que tenían en la playa, e iba a pasar allí dos semanas con sus amigas de toda la vida, las que conocía de la academia donde estudió todo lo que sabe de música.

Cuando tuvo la maleta hecha, siempre con cosas demás, empezó a hacer la comida para ella y para las amigas a quienes esperaba ansiosa para irse. No se complicó mucho la vida y cocinó unos espaguetis a la carbonara que sabía que le salían de rechupete y no tenían mucha elaboración. Hacia las dos y media empezaron a llegar sus amigas. La primera fue Eva:

- ¡Por fin estás aquí! ¡Cuánto tiempo! – exclamó Samantha al abrir la puerta.

- ¡Demasiado! Os he echado tanto de menos... - contestó la chica con los ojos más bonitos que Samantha había visto nunca abrazándola.

Eva entró y dejó su maleta en el vestíbulo. Pocos minutos después llegaron Anajú y Maialen. Las chicas se abrazaron.

- Y como siempre, la última va a ser Nia... - dijo Maialen ironizando sobre la tardanza habitual de la última amiga que faltaba.

- Ninguna sorpresa. – contestó Samantha. – Pasad, dejad las cosas donde podáis y empecemos a poner la mesa.

Se dirigieron a la cocina y una vez allí empezaron a poner la mesa para comer antes de irse para la playa. Mientras lo preparaban todo volvió a sonar el timbre.

- ¡Por fin! – dijo Eva.

- Voy yo. – añadió Anajú al ver que todas las demás tenían las manos cargadas de cubiertos y vasos para la mesa.

Cuando estuvieron todas juntas empezaron a comer mientras se ponían al día de todo, una vez acabaron recogieron la mesa y en seguida estaban las 5 montadas en el Fiat 500X de Samantha, listas para irse a la playa.

Tenían una hora y media de camino, y el rato que no estaban cantando hablaban de sus amores frustrados:

-Nia, ¿tú cómo estás? – preguntó afablemente Eva, consciente que hacía solo dos meses de la ruptura de esta con su novio de hacía 4 años.

-Pues voy tirando. Tengo ratos de todo, la verdad.

-Tranquila bichito, es perfectamente normal estar mal, como también tienes todo el derecho del mundo a estar bien. Ya sabes que no hay una forma correcta de llevar las rupturas. – dijo Maialen.

-Y tú qué, ¿tan feliz como siempre con tu relación abierta, Mai? – la interpeló Anajú.

-Felicísima. Con Gorka es muy fácil.

-Qué bien, que envidia. – dijo Nia. – Y vosotras que estáis tan calladas qué, ¿eh? – continuó refiriéndose a Eva, Anajú y Samantha.

-Yo estoy conociendo a un chico, pero no quiero hacerme ilusiones de nada. – contestó Eva.

-Yo nada de nada. Hace casi un año que nada, empiezo a estar un poco desesperada. – contestó Anajú provocando las risas de todas.

-Yo desde Carlos tampoco nada. – concluyó Samantha.

-Uf, me da una rabia cada vez que veo que cuelga fotos con la tía esa... - se quejó Eva.

Samantha se limitó a sonreír. Carlos era un chico a quien antes representaba. Era un cantante que no tenía mucha fama, pero tenía su grupo de fans fieles e iba haciendo cositas. Se liaron y estuvieron un tiempo viéndose, hasta que él decidió que tener una relación con una modelo lo haría triunfar más. A Samantha le dolió, pero nunca lo reconocería delante de sus amigas. 

Cayó una cometa (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora