Tres

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—¿Cómo dice que le va, miss Elizabeth?

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—¿Cómo dice que le va, miss Elizabeth?

Ni siquiera puse el segundo pie adentro del café morcilla cuando Manuel se acerca a saludarme con un cálido abrazo.

—¡Ay, Manny! ¡Basta de llamarme así! —le golpeo el hombro juguetonamente—. Ya te dije que fuera del horario laboral soy Lisa. Y no me hables de mi trabajo de hoy, acabo de tener la clase empresarial más extraña de mi carrera.

—Bancame que traigo dos cafés y me contás. Acomodate donde quieras, tu mesa preferida está ocupada y no les veo ánimos de irse pronto.

—Ya te dije que compres un cartel de reservado y lo dejes ahí siempre. ¿Sabés qué? Lo voy a comprar yo, así nos evitamos este problema.

Manuel se aleja riendo estrepitosamente, y yo me ubico en la mesa contigua a mi preferida, al fondo. La del sillón marrón semicircular está ocupada por una pareja que no deja de hacerse caricias preadolescentes, y no me queda más remedio que acaparar la mesa contigua, bajo la escalera. Acomodo la mochila y la cartera en el piso, y comienzo leer la carta que ya me sé de memoria.

Manuel, o Manny para los amigos, es el dueño del L'arrière-plan. O en español, El Fondo. Y en el idioma Lisa, el café morcilla. Si pasás caminando por Carlos Pellegrini, vas a ver un estrecho umbral de color negro, y el ostentoso nombre francés en letras doradas arriba. Si decidís entrar a eso que desde la vereda aparenta un antro de mala muerte, te vas a encontrar un corto pasillo que al terminar desembarca en una cálida cafetería larga y sin ventanas, ideal para cuando requerís un café y concentración. O como es el caso de mis vecinos de mesa, cuando querés chapar un poco en la primera cita.

Dejo la carta del Larry, como le dice Manuel a su local, y saco mi laptop para escribirle a los hípsters y pedirles la lista de correos de mis alumnos. Porque si me van a odiar por aburrirlos un viernes a última hora, que el odio sea completo.

—¿No era que ya no sos más miss Elizabeth?

Manny me sorprende en la diminuta mesa con su expreso largo y mi capuchino, en una bandeja que sostiene con habilidad. Es que la condenada mesa es tan chica que, si tengo mi laptop abierta, el café hay que apoyarlo en el piso. Le envío una mirada de odio a la pareja que, para fortuna, ya se están calzando los abrigos y yo estoy midiendo mi salto en largo hacia mi esquinero preferido.

—¡Se van! ¡Se van! —le susurro a Manny, quien espera a que la pareja despeje el diminuto espacio del fondo para limpiar la mesa para mí. Para nosotros, mejor dicho.

—Okey, pero me cerrás esa computadora. No es horario laboral —me regaña con un dedo en alto.

—Vos encargate de poner a punto la mesa, que yo solo mando este correo y ya.

Manuel limpia la mesa mientras envío mi escueto correo electrónico.

Estimados, necesito la lista de correos de mis alumnos para el envío de material didáctico.
Buen fin de semana.

Elizabeth.

Cierro la laptop a tiempo y me siento con Manny en mi mesa. Sí, es mi mesa. Debería decirle que más que un cartel fijo de reservado, le instale una placa con mi nombre grabado, como las donaciones en los bancos de las iglesias.

—Te veo muy acelerada, ¿qué te pasó?

—Alumno nuevo. Y sexy. Y muy entrometido.

Manuel, sentado a mi lado, me observa como si le hubiera confesado que descuarticé a los hípsters y los envié por correo privado al Pentágono.

—Okey —esboza alargando exageradamente la letra "O"—. ¿Y de cuándo a acá a la señorita «odio a la humanidad» le afecta un adonis?

—Na, na, na... —No, no viene Batman. Solo me indigna que Manny le diga adonis a alumno, y me sale mi «no» versión «'ja' joder»—. No llega a adonis ni ahí, solo... No sé... Manny.... Me volvió ese cosquilleo que no sentía desde que...

No puedo terminar la frase, porque mis ojos se hacen agua, y Manuel solo atina a abrazarme por los hombros. No me permito llorar, prometí no llorar desde el día en que me despedí en el cementerio, pero evidentemente alumno me dejó con la guardia baja.

—Lisa... —Manuel se separa de mí, y yo hago un esfuerzo sobrenatural por volver a meter las lágrimas dentro de mis ojos—. Quizás ya es hora de rehacer tu vida, no sé... No seas tan cerrada, no te hace bien. La vida sigue a pesar de todo, ya pasaron dos años.

—¡Pero con un alumno! ¿Estás loco? Además, lo conozco hace 5 minutos y ya me estás shippeando con él. No, Manny.

—¿Shi... Qué? ¿Qué tiene que ver una oveja en esto?

—Nada... No entenderías. No importa. No hay chance, no. No way.

—¡Ay, Lisa! Vas una vez por semana, una hora. ¿Creés que los hípsters, como vos les decís, se van a dar cuenta?

—No pienso correr el riesgo, olvidate. Y mejor la dejamos ahí, como vos decís, no es hora del trabajo.

Mientras revuelvo el capuchino, noto un semblante extraño en Manny. Sus ojos azules se ahogan en el expresso que revuelve una y otra vez, y lo conozco lo suficiente como para afirmar que algo le sucede. Es que Manuel es más que mi cafetero de confianza, es mi amigo.

Mi mejor amigo.

Lo conocí como clienta, un día me cancelaron una clase, y para hacer tiempo hasta la siguiente decidí meterme a su extraño café. Me sorprendió ver a Manny charlando amenamente con todos los clientes que entraban al local, creí que era un camarero simpático, pero mi teoría se fue al garete cuando me di cuenta de que no utilizaba el mismo uniforme que los meseros. Tomarme un café ese día en L'arrière-plan cambió significativamente mi humor, y fue así como empecé a frecuentarlo todos los días.

Y me convertí en la clienta preferida de Manny. Y luego, en su mejor amiga.

Pero esa chispa que siempre irradia al servirle a los clientes, hoy no está. Y me preocupa.

 Y me preocupa

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