Treinta y tres

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—¿A dónde vamos? —pregunto una vez que estamos en Pavón, a la altura de Avellaneda

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—¿A dónde vamos? —pregunto una vez que estamos en Pavón, a la altura de Avellaneda.

—Donde pinte... —responde Manuel con una amplia sonrisa—. Improvisemos, la noche es joven, la ciudad es grande, y el tanque de nafta está a rebalsar.

La música suena de fondo en el coche, cantamos todo tipo de canciones entre risas y desafinadas mías, lo que sale en el estéreo se canta. Pero cuando comienza a sonar La Cosa Más Bella de Eros Ramazzotti, Manuel sube el volumen exageradamente y comienza a cantar a todo pulmón.

Por momentos, su voz se fusiona con la de Eros de lo perfecto que canta, y yo lo sigo en un dueto más que desparejo. La cima de la canción nos agarra justo al pasar por la estación policial del puente Pueyrredón, y los policías del control contienen una risa al vernos pasar tan ensimismados en la letra. De casualidad no nos detienen para un control de alcoholemia, porque por nuestros movimientos cualquiera podría pensar que es canto de borracho.

Manuel me observa durante el último verso de la canción, con una mirada cargada de sentimientos, mientras pienso que si no pone atención al camino vamos a salir volando de la autopista. De seguro se la está cantando a su chica del Larry, así que no le corto el viaje. Después de todo, ¿quién no ha cantado a pulmón pensando en alguien?

Cantar con amor ya no bastara, es poco para mí, si quiero decirte que nunca habrá cosa más bella que tú, cosa más linda que tú. Única como eres, inmensa cuando quieres, gracias por existir.

Lo observo terminar la canción embelesada, es lindo ver que aún conserva esperanzas de tenerla. Manuel vuelve a bajar el volumen a un nivel normal, y seguimos cantando todo lo que aparece hasta llegar a destino.

—¿Qué hacemos? —pregunta al bajar a la 9 de Julio.

—Vivir... —respondo en un suspiro—. Es lo que necesito en este momento. Vivir la vida con la única persona que me conoce más que a mí misma, y que ya no se sorprende de nada conmigo.

—No se diga más.

Manny enfila para el lado de Puerto Madero, a la zona de los restaurantes costosos. Veo que conduce despacio, buscando el lugar perfecto, hasta que lo detengo.

—Manny... Cuando hablaba de vivir, no me refería a gastarnos un sueldo en una cena, eh... Me refería a hacer cosas inusuales.

—Comer en un restaurante fino es inusual... —acota—. Y sabés que me lo puedo permitir.

—Lo dice el que hace una semanas lloraba por la plata que iba a gastar en nafta de Banfield al centro —ironizo elevando los ojos—. En serio, además, somos demasiado políticamente incorrectos para un lugar así —señalo un restaurante al azar—. Además, justamente eso es lo que busco esta noche, ser políticamente incorrecta.

—Es que estás demasiado preciosa para presumirte en un Mc Donald's.

—¿Dónde habré escuchado eso antes? —suelto en un susurro sarcástico.

—¿Eh?

—Nada... No me des bola. ¿Qué tal una bondiolita en la Costanera? Ahí siempre hay gente con la que puedas presumir a esta ridícula que te acompaña.

Manuel asiente y se dirige a Costanera Sur. Buscamos algún lugar libre para estacionar, y luego compramos nuestra glamorosa cena, que comemos sentados en la pared que limita con el río. Compartimos una cerveza para alivianar el alcohol en sangre de Manuel, quien todavía debe conducir a casa.

Terminamos de comer, y reina el silencio mientras miramos la marea baja del río. Ambos tenemos la cabeza invadida por nuestros pensamientos; apuesto lo que sea que mientras yo sigo debatiéndome si estoy haciendo lo correcto con Leroy, Manny está procesando el duelo de haber perdido la oportunidad con su chica del Larry.

Abro mi mochila y saco un cigarrillo, saboreo la primera calada ante la atónita mirada de Manuel.

—¿Desde cuándo fumas?

—Desde hoy —respondo con la mirada clavada en el río—. En realidad, comencé a fumar cuando murió Tadeo, y lo dejé cuando decidí no dejarme caer en un pozo depresivo.

Manny me observa fijamente, me arrebata el cigarrillo y le da una calada honda con una destreza que delata que él también fue fumador en alguna época de su vida.

—¿Y vos? ¿Hace cuánto que no fumás?

—El tiempo que tiene el Larry. Dejé de fumar inconscientemente, cuando apenas abrí no tenía tiempo para salir a fumar a cada rato, hasta que en algún momento el cuerpo dejó de reclamarme nicotina. Pero yo empecé a fumar en mi época de rebeldía adolescente, vos no...

—Tadeo era fumador social, capaz alguna vez encendía un cigarrillo después de cenar, o después del sexo. Cuando murió, encontré su última caja de cigarrillos entre las pertenencias que me entregó el hospital. Creo que empecé a fumar para estar más cerca de él.

—¿Lo extrañás? —pregunta mientras me devuelve el cigarrillo.

—Ya no tanto, en parte es gracias a vos —confieso y le doy una honda calada—. Ahora me preocupan otras cosas, entre ellas, que te sientas cómodo en mi casa...

—O Leroy —completa sin mirarme.

—No me preocupa él, me preocupa dónde puedo ir a parar yo si esto avanza. Va muy rápido y va en serio. No sé si estoy lista para empezar de cero con una nueva persona.

Le paso el cigarrillo a Manuel en completo silencio, y luego de darle una calada y apoyarlo sobre el filo de la pared me toma de las manos.

—Si te hace bien estar con él, ya después verán cómo sigue todo, y lo más importante, de qué manera lo blanquean dentro de la empresa.

—A mí me hace bien estar con vos, Manny.

Sus ojos se cristalizan, y su semblante se vuelve irresistiblemente adorable. Despeja un mechón de cabello que el viento puso en mi rostro, y deja al paso una caricia que me estremece. Cierro los ojos mientras acomodo mi mejilla en su mano y disfruto el contacto, Manuel comienza a hacer círculos con su pulgar al notar mi reacción. Al abrir los ojos, me regala una sonrisa sincera, y noto que tiene una lágrima a punto de llegar a sus labios.

Jamás lo había visto llorar.

En multimedia, la versión de la canción que cantan arriba del auto

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En multimedia, la versión de la canción que cantan arriba del auto. Temón, el mejor de Eros para mí.

 Temón, el mejor de Eros para mí

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