Cuatro

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—Manny

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—Manny. ¿Te pasa algo?

—No, sólo estoy un poco preocupado porque mi hermano se va a juntar con la novia... Y me tengo que ir del departamento.

—¿Me estás diciendo que tu hermano te está echando para traerse a la novia? —me indigno, con un tono más que dramático.

—Básicamente... Sí —suspira pesadamente—. Así que ahora tengo que buscar un lugar en donde vivir, o volver con mi vieja a Adrogué. También puedo acondicionar un poco el depósito de arriba, me armo un monoambiente y me quedo a vivir acá. Si total, ya pasé un montón de noches en el depósito.

—Me jodés... ¿En serio?

—¿Para qué mentirte? —me observa con resignación—. Al principio empezó a pedirme si podía hacerle el favor de dejarle el departamento a solas hasta el otro día, y le dije que sí. Pero fue una, dos, tres, diez veces. Y en una de esas noches le pidió matrimonio, y bueno... Me tengo que ir, no me queda de otra. Yo ya elegí, el Larry será mi casa hasta que encuentre un lugar en dónde vivir.

Yo sabía esa historia. El papá de Manuel y Fernando, su hermano, falleció y les heredó el local y un departamento. Uno para cada uno. Manuel sin dudarlo eligió el local, ya estaba harto de ser explotado en un retail de materiales de construcción, y quería su propio negocio. De todos modos, los hermanos fueron roomies hasta que Fernando se enamoró, la relación avanzó... Y ahora lo desaloja con justa causa.

Bueno, no sé si tan justa. Pero en algún momento iba a suceder.

—¡Ay, Manny! ¡Me partís el corazón! —ahora soy yo quien lo abraza y lo consuela. Esos son problemas, no que un extranjero condenadamente sexy te guiñe un ojo—. ¿Y hoy vas a dormir acá? ¿Estás seguro? ¿No hace frío arriba?

—Bueno, no es un palacio, pero al menos tengo buen café al despertarme. Vení que te muestro.

Manuel se levanta y se dirige a la barra, toma un cuaderno, una lapicera, y luego de escribir algo arranca la hoja. Vuelve hasta la mesa y veo que el papel dice «reservado». Lo coloca apoyado en el centro de mesa lleno de endulzantes, y le da indicaciones a un camarero para que vigile mis cosas. Me toma de la mano y me lleva hacia el piso superior del local.

A primera vista, el depósito me recuerda a esos áticos de las películas norteamericanas. Un semipiso que cubre casi la totalidad de la longitud del local, y un amplio ventanal de tipo industrial que da a la 9 de Julio. Esquivamos algunas cajas con insumos y bebidas, hasta que Manny llega al interruptor de luz y puedo ver su improvisado dormitorio.

Una cama hecha con pallets y un colchón con sábanas y frazadas, que admito que se veía acogedora. Un viejo casillero como armario, una de las mesas del salón como mesita de luz, y una silla, también robada de abajo.

—Esto es inhumano, Manny... ¿Cómo lo permitís? —vuelvo a indignarme.

—Hago lo que puedo, creeme que prefiero dormir acá antes que ir y venir de Adrogué. Pero como te dije, es temporal. Estoy viendo precios de alquileres ahí en Villa Crespo, pero son carísimos. Ese departamento era un golazo, me quedaba a un toque en subte desde allá. Voy a seguir buscando, pero mientras tanto... ¡Bienvenida a mi hogar!

Yo no podía salir de mi asombro. Admiraba la garra que Manuel le ponía a la situación, yo no sé qué hubiese hecho en su lugar.

—¿Y el baño?

—El de empleados —me dice, como si fuera lo más obvio del mundo, pero yo no me refería a eso.

—Ya sé, me refiero a dónde te bañás cuando te quedás acá.

—Me higienizo como puedo, y a la mañana, cuando sé que Fernando y la novia ya se fueron a trabajar, vuelvo a casa a ducharme y cambiarme la ropa.

—Y yo que creía que mi vieja era descorazonada por dejar todo para irse a vivir a Miami con un tipo que puede ser mi hermano. Creeme, tu hermano pelea el podio con mi vieja.

—Es lo que elegí, Lisa. Y no me arrepiento de mi elección. Al Larry le va bien, es sólo encontrar un departamento, y alguien que quiera compartir un techo conmigo.

Manuel levanta la vista y me observa con tristeza. Y si a estas alturas están pensando que es gay, se equivocan. Manny tiene todo para ganarse a la chica que quiera. De estatura mediana, cabello castaño oscuro algo ondulado pero corto, piel tan clara que roza lo rosado, y unos ojazos azules que te encandilan con una mirada. Y para colmo, viene de una familia acomodada. Pero no tiene suerte con las chicas, las relaciones se le desgastan cuando empiezan a notar que pasa mucho tiempo atendiendo el Larry. Es moneda corriente entrar al café y ver a alguna mujer que lo devora con la mirada, de hecho, ya tiene su propia colección de servilletas con números telefónicos que le dejan en las mesas antes de irse. Creo que ese es el principal motivo por el cual nos hicimos tan amigos: yo fui la única que no quiso quitarle la ropa ante su trato amigable.

Aun así, todavía no encontró el amor verdadero.

—¿Y hoy vas a dormir acá?

—No... No me dijo nada —consulta su teléfono para cerciorarse de que el desgraciado no haya cambiado de opinión—, aunque ya me puso un ultimátum. Se casan el 12 de junio, eso significa que tengo un mes para mudarme. Pero no te preocupes, voy a estar bien —sonríe—. Y ahora vamos, que de seguro el café ya se enfrió, ahora lo caliento en el microondas o hago nuevos.

Manny guarda su teléfono en el bolsillo y baja cabizbajo, lo sigo en completo silencio. Vuelvo a la mesa, y las jarritas de café ya no están. Pero dejó la bandejita de masitas secas y mi galleta de la fortuna. Porque en el Larry, el café viene con una galleta de la fortuna, el cubanito ya es arcaico. Tengo mi cuaderno lleno de fortunas pegadas, con la fecha en que me salió en la galleta. Algunas veces la predicción le pegó, algunas se me repitió la fortuna... Aun así, es un bonito detalle, y es por eso que el Larry es mi café preferido.

Desgarro la bolsita, parto la galleta al medio, y tiro suavemente del papel para leer mi fortuna.

Estás en el lugar perfecto para llegar desde aquí.

Okey. Esta es de esas frases que necesito otro café para entender.

 Esta es de esas frases que necesito otro café para entender

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